Hoy me he levantado con ese tipo de felicidad
inconsciente que te proporciona el no pensar en profundidad. Es un estado que
se da con mucha frecuencia los sábados. Los domingos menos, pues ya desde por
la mañana empiezas a ponerte trascendente. Los creyentes lo tienen más fácil,
como todo, pues con ir a misa ya han cumplido con la cuota de trascendencia
exigida, pero no quiero adelantarme, estamos todavía en sábado.
Me he levantado, decía, feliz, estúpidamente feliz
pero feliz al fin y al cabo. Luego, al final de la mañana la cosa se ha
torcido, y he terminado por reflexionar sobre la vida, lo que como casi
siempre, me ha llevado al abatimiento. Como dato anecdótico, confesaré que ha
sido la contemplación de unos saltamontes lo que ha desencadenado el desastre y
ha hecho que mi estado pasara del adormecimiento ovino a la inquietud de
primate evolucionado. Para más detalles se trataba de unos saltamontes
comestibles que venden en unas cajas de diseño. Ahora, que ya comemos quinoa,
chía y kale, estaba cantado que pronto le llegaría el turno a los saltamontes.
Pues yo he pasado de los saltamontes a Sócrates, así,
plas, y con Sócrates ya se sabe lo que pasa. He pensado en su muerte por
encargo, un juicio contra la razón en el que como otras muchas veces, salió perdiendo.
Tuvo que beber un vaso de cicuta como castigo por su falta de creencia en los
dioses, y el peligro que entrañaba su ejemplo entre la juventud. Minutos antes
de su muerte desconcertó a los presentes con una petición que todos veían fuera
de lugar, pero que era toda una filosofía sobre la vida. Pidió, probablemente a
Critón, uno de sus discípulos, que no se le olvidara mandar un gallo a Asclepio
una vez que él muriera. Critón (sigo en la suposición de que fue a él a quién
le hizo el extraño encargo) con lágrimas en los ojos, por la pena y porque no
entendía lo del gallo, no dijo nada. Sócrates insistió:
-En cuanto la cicuta haya terminado su destructiva labor y haya acabado
con mi vida, envía un gallo a Asclepio.
Critón buscó ayuda con la mirada entre los otros
asistentes para ver si alguno se animaba a decir algo, pero todos se hacían los
distraídos disimulando como podían.
-Maestro –dijo Critón con voz temblorosa-. ¿Un gallo a Asclepio, quieres
que le mande un gallo al dios de la medicina?
Sócrates sonrió como sólo saben sonreír los sabios,
con una suficiencia que no ofende, una sonrisa totalmente vedada para los
necios. Por un momento Critón tuvo un impulso de gritar de alegría.
-La costumbre es mandar un gallo a Asclepio –dijo el discípulo entre
sorprendido y jubiloso-, cuando el enfermo se ha curado como agradecimiento a
su intercesión ante la muerte... ¿acaso la cicuta no va a hacer su mortal
efecto?
Sócrates apartó esa idea con la mano como si hubiera
una mosca a punto de posarse en su nariz.
-Por su puesto que la cicuta me va a matar, capullo.
Luego puso un tono de voz adecuado a las
circunstancias y dijo irguiéndose en su camastro.
-Por eso quiero que le mandes un gallo a ese dios, porque la vida es una
enfermedad que se cura con la muerte.
¿Por qué me he acordado de esas palabras viendo unos
saltamontes? Eso es otra historia que quedará entre los saltamontes y yo, el
caso es que he terminado la mañana de manera muy diferente a cómo prometía.
Joder, en vez de "saltamontes" he leído "salmonetes" y no entendía nada...
ResponderEliminarpone salmonetes.
ResponderEliminarel gran Calicles... los asuntos más elevados a los que se refería en su recomendación eran los negocios. Supongo que la filosofía también era un negocio.
ResponderEliminarEfectivamente, no sale tu foto y ahora que me fijo tampoco sale la mía ni ha salido nunca. Acabo de enterarme de que Google también me tiene manía, ¡pues vaya!
Cuando amaneces te inspira el inicio de un nuevo día con la ilusión en el aire de cosas que pueden ocurrir y hacer de ese nuevo día, uno muy especial. Conforme pasa el tiempo te das cuenta de que nada ha cambiado, de que la situación que nos rodea sigue siendo catastrófica: los intereses espurios de unos, los errores de otros, la ignorancia, en suma, es responsable de un sufrimiento que parece no tener fin. Quizás llegaste a ese razonamiento al ver los saltamontes porque de pequeño eras fan de la serie "Kung Fu", en la que el maestro nombraba así a su discípulo cuando le instruía en su filosofía de vida que no era otra que lograr la perfección, el conocimiento a través del trabajo duro y la experimentación, en guiarse por la razón, como apelaba Sócrates. La realidad actual nos muestra que no es la razón, lamentablemente, la que guía la adopción de decisiones en el mundo.
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