sábado, 6 de abril de 2019

Sócrates y los saltamontes





Hoy me he levantado con ese tipo de felicidad inconsciente que te proporciona el no pensar en profundidad. Es un estado que se da con mucha frecuencia los sábados. Los domingos menos, pues ya desde por la mañana empiezas a ponerte trascendente. Los creyentes lo tienen más fácil, como todo, pues con ir a misa ya han cumplido con la cuota de trascendencia exigida, pero no quiero adelantarme, estamos todavía en sábado.
Me he levantado, decía, feliz, estúpidamente feliz pero feliz al fin y al cabo. Luego, al final de la mañana la cosa se ha torcido, y he terminado por reflexionar sobre la vida, lo que como casi siempre, me ha llevado al abatimiento. Como dato anecdótico, confesaré que ha sido la contemplación de unos saltamontes lo que ha desencadenado el desastre y ha hecho que mi estado pasara del adormecimiento ovino a la inquietud de primate evolucionado. Para más detalles se trataba de unos saltamontes comestibles que venden en unas cajas de diseño. Ahora, que ya comemos quinoa, chía y kale, estaba cantado que pronto le llegaría el turno a los saltamontes.
Pues yo he pasado de los saltamontes a Sócrates, así, plas, y con Sócrates ya se sabe lo que pasa. He pensado en su muerte por encargo, un juicio contra la razón en el que como otras muchas veces, salió perdiendo. Tuvo que beber un vaso de cicuta como castigo por su falta de creencia en los dioses, y el peligro que entrañaba su ejemplo entre la juventud. Minutos antes de su muerte desconcertó a los presentes con una petición que todos veían fuera de lugar, pero que era toda una filosofía sobre la vida. Pidió, probablemente a Critón, uno de sus discípulos, que no se le olvidara mandar un gallo a Asclepio una vez que él muriera. Critón (sigo en la suposición de que fue a él a quién le hizo el extraño encargo) con lágrimas en los ojos, por la pena y porque no entendía lo del gallo, no dijo nada. Sócrates insistió:
    -En cuanto la cicuta haya terminado su destructiva labor y haya acabado con mi vida, envía un gallo a Asclepio.
Critón buscó ayuda con la mirada entre los otros asistentes para ver si alguno se animaba a decir algo, pero todos se hacían los distraídos disimulando como podían.
    -Maestro –dijo Critón con voz temblorosa-. ¿Un gallo a Asclepio, quieres que le mande un gallo al dios de la medicina?
Sócrates sonrió como sólo saben sonreír los sabios, con una suficiencia que no ofende, una sonrisa totalmente vedada para los necios. Por un momento Critón tuvo un impulso de gritar de alegría.
    -La costumbre es mandar un gallo a Asclepio –dijo el discípulo entre sorprendido y jubiloso-, cuando el enfermo se ha curado como agradecimiento a su intercesión ante la muerte... ¿acaso la cicuta no va a hacer su mortal efecto?
Sócrates apartó esa idea con la mano como si hubiera una mosca a punto de posarse en su nariz.
    -Por su puesto que la cicuta me va a matar, capullo.
Luego puso un tono de voz adecuado a las circunstancias y dijo irguiéndose en su camastro.
    -Por eso quiero que le mandes un gallo a ese dios, porque la vida es una enfermedad que se cura con la muerte.

¿Por qué me he acordado de esas palabras viendo unos saltamontes? Eso es otra historia que quedará entre los saltamontes y yo, el caso es que he terminado la mañana de manera muy diferente a cómo prometía.







4 comentarios:

  1. Joder, en vez de "saltamontes" he leído "salmonetes" y no entendía nada...

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  2. el gran Calicles... los asuntos más elevados a los que se refería en su recomendación eran los negocios. Supongo que la filosofía también era un negocio.
    Efectivamente, no sale tu foto y ahora que me fijo tampoco sale la mía ni ha salido nunca. Acabo de enterarme de que Google también me tiene manía, ¡pues vaya!

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  3. Cuando amaneces te inspira el inicio de un nuevo día con la ilusión en el aire de cosas que pueden ocurrir y hacer de ese nuevo día, uno muy especial. Conforme pasa el tiempo te das cuenta de que nada ha cambiado, de que la situación que nos rodea sigue siendo catastrófica: los intereses espurios de unos, los errores de otros, la ignorancia, en suma, es responsable de un sufrimiento que parece no tener fin. Quizás llegaste a ese razonamiento al ver los saltamontes porque de pequeño eras fan de la serie "Kung Fu", en la que el maestro nombraba así a su discípulo cuando le instruía en su filosofía de vida que no era otra que lograr la perfección, el conocimiento a través del trabajo duro y la experimentación, en guiarse por la razón, como apelaba Sócrates. La realidad actual nos muestra que no es la razón, lamentablemente, la que guía la adopción de decisiones en el mundo.

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