Todos los días hacía un agujero, un enorme agujero
cada vez más grande, cada vez más profundo. Cuando lo terminaba, cansado por el
esfuerzo, lo contemplaba lleno de satisfacción, la barbilla apoyada en el mango
de la pala. Parecía que su obra también lo estuviera observando a él, con una
mirada vacía de cíclope gigante.
¿Cuántos agujeros había hecho en su vida? Miles,
cientos de miles. Una infinidad de ojos abiertos que se multiplicaban formando
un amplio círculo en un terreno vasto y desierto.
Alguien le preguntó una vez para qué había cavado
tal cantidad de pozos, y sobre todo por qué todos bordeaban la única montaña que había
en aquel terreno que se extendía infinito.
-¿Qué montaña? –preguntó el hombre-, no hay ninguna montaña aquí. Eso
que a ti te parece una montaña, precisamente son los agujeros.
querido Joaquín, me voy a quedar con lo de sugerente, porque he de reconocer que con la fenomenología y el solipsismo me he liado bastante ;-))) también lo del "Viejo Topo" mola. Un abrazo y gracias por tu comentario.
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