Hace casi seis años inauguré La tertulia perezosa, y ahora, después de todo ese tiempo me doy
cuenta de lo bien que elegí el nombre. Más que por tertulia, por perezosa. Me
da pereza escribir un nuevo artiblog. Sobre todo últimamente, yo no sé qué me pasa,
pero he de confesar que donde antes había disposición ahora hay dejación.
Supongo que la desgana en parte se debe a estos bochornosos días de otoño.
Pero si tienes un blog tienes que responsabilizarte
de él, no puedes hacer como si no existiera, ¡es tu blog! Tienes que cuidarlo,
estar pendiente de su estado, alimentarlo, y sí, también mimarlo. Es como tener un perro: si has decidido
tener un blog en casa, mejor será que tengas asumido que exige ciertos
sacrificios, y en ningún caso lo puedes dejar abandonado.
Ya pero es que me da pereza, puede decir alguien que
sea como yo, y entonces yo mismo le digo, pues mira, no haberlo tenido.
Pero siempre hay una salida más o menos airosa para
estos casos. Se trata de husmear en tu ordenador, hurgar en carpetas antiguas,
algunas casi olvidadas, donde tienes escritos un montón de cuentos acumulando algún tipo de polvo digital, y elegir el que mejor te parezca. Esa es una
solución cómoda y rápida, pero aún existe otra mejor: promocionar tus libros
publicados. Buscas fragmentos de capítulos que consideres que pueden servir de
gancho para que algún lector despistado se interese por seguir leyendo, y de la
forma más natural lo subes al blog. No está mal. Luego está la solución que he
encontrado hoy, que es una mezcla de las dos anteriores: voy a subir un cuento
de los muchos que componen mi libro El
astrofísico que era poeta y otras cosas peores, editado por Ediciones
Oblicuas. No tengo más remedio que añadir que está disponible en La casa del
Libro, tanto en formato digital como en papel, y mucho más fácil, pinchando en
la portada del libro que aparece a la derecha y que lleva directamente a la
editorial.
Bueno, de momento, aquí va el cuento:
Es
peligroso asomarse al interior
Que se sepa, nadie ha
visto a Heracles con prisas. Nunca. Por eso me sorprendió tanto ver cómo
cruzaba el otro día la calle a paso ligero y dando de vez en cuando grandes
zancadas olvidando su proverbial compostura. Él siempre ha mantenido que a no
ser que te dediques a ello profesionalmente no existe ninguna razón que te haga
correr, ninguna. Y aún va más lejos con esta teoría pues dice que una de las
formas más lamentables de perder la dignidad se produce precisamente en el
momento en que alguien romper a correr, sobre todo si corre pretendiendo que
nadie se da cuenta de que está corriendo. Esta situación se da especialmente
cuando has empezado a cruzar una calle y de repente se acerca una avalancha de
coches que suponías que se iba a desencadenar mucho más tarde pero el maldito
semáforo ha durado menos de lo calculado. Entonces, los miras de reojillo aparentando
tranquilidad sin ninguna intención de acelerar el paso, pero ante el
inminente atropello no te queda más remedio que echar el cuerpo hacia atrás y
dar ridículas zancadas a una velocidad mucho mayor de la mantenida hasta ese momento.
Eso era justo lo que de forma
grotesca estaba haciendo mi buen amigo Heracles, de modo que picado por la
curiosidad corrí tras él para descubrir
cuál podía ser la causa de su comportamiento. Le alcancé justo cuando
acababa de parar un taxi. Tenía ya medio cuerpo dentro.
-¡Heracles! –resoplé- ¿a dónde vas con tanta
prisa?
Heracles se volvió
sorprendido.
-¿Eh?, ¡Ah, hola, qué tal! Perdona pero es que
voy un poco acelerado.
-No me digas –respondí entusiasmado al ver a mi
gran amigo en apuros- ¿te puedo acompañar?
Esta última frase la
pronuncié ya dentro del taxi, pues no existe mejor política que la de hechos
consumados.
-Claro, claro, pero siéntate a mi lado, no
encima.
-Tenías que haberte visto cómo cruzabas la
calle, parecía que te perseguía un perro.
-¿Un perro dices?, sí, seguro que también...
¡Coja la Gran Vía, la Gran Vía, por favor! –Heracles estaba fuera de si,
gritando al taxista- ¡mejor por la Gran Vía!
-La Gran Vía estará más atascada...pero
cuéntame, viejo amigo, por qué huyes de esta manera... ¿quién te persigue?
Heracles se calmó
aparentemente y tras intentar respirar a un ritmo normal me dijo de la forma
más natural que pudo:
-En este momento andan detrás de mí unos cuantos
asesinos a sueldo, los peores y más sanguinarios sicópatas y decenas de piratas
entre los que incluyo filibusteros, bucaneros y corsarios. Me quieren dar
alcance temibles espadachines borrachos y pendencieros, criminales de todo
tipo,... también me persiguen guerreros galácticos, pistoleros salvajes, indios
apaches,... ah, sí, y los enanos wanda.
-¿Qué has hecho? –por supuesto, yo no ponía en
duda lo que acababa de confesarme Heracles. Él nunca miente.
-Una catástrofe, un accidente,... un accidente
doméstico eso es.
Mi cara tenía la severidad
suficiente para que sin decir nada, Heracles siguiera dándome explicaciones.
-He tenido un escape. ¿Sabes qué ocurre, por
ejemplo, cuando se suelta la
manguera del desagüe de tu lavadora?
-Que se
sale toda el agua y pone la cocina perdida. Una vez se me inundó a mí y caló
hasta tres pisos por debajo del.... –Heracles me interrumpió. No le interesaba
mi anécdota particular, simplemente ver que había entendido lo que era un
escape.
-Exacto. Pues eso me ha pasado a mí, pero en un
libro. Por aquí a la izquierda, por favor –Heracles indicó al taxista el camino
hacia donde solo él sabía que íbamos- Un libro terrible. Se llama “historias de
los peores criminales de la literatura”. Lo estaba leyendo tranquilamente y por
una maldita estupidez, se me ocurrió arrancar una hoja que tenía medio suelta.
Fue como quitar el tapón de seguridad a una caldera. En seguida empezaron a
salir todo tipo de personajes en un torrente imparable. Todo el salón de mi
casa anegado de maniacos,... yo no daba abasto a recogerlos y cuantos más
echaba al cubo con la fregona, más seguían saliendo,... una auténtica
inundación que no podía controlar. Se me ha puesto la casa perdida de asesinos
y tunantes,... no te puedes hacer una idea. Luego, empezó a salir otro tipo de
inmundicias: verbos defectivos, conjunciones copulativas, oraciones de ablativo
absoluto, sintagmas de todo tipo,... un auténtico desastre – Heracles hizo una
pausa para respirar-. Bueno, al menos, estos últimos según se derramaban por la
habitación se quedaban ahí quietos, acumulándose unos encima de otros, sin
hacer nada, pero los personajes son todos muy violentos y en cuanto se dieron
cuenta de mi presencia empezaron a perseguirme. Bueno al principio se mataban
unos a otros, pero luego la emprendieron conmigo... en fin. ¡Pare, aquí es!
Heracles se bajó del taxi
tan apresuradamente como había subido y luego desapareció engullido por un
oscuro portal. Yo le indiqué al taxista que volviera al mismo punto donde nos
había recogido y según nos alejábamos tuve tiempo de ver una placa en el portal
que indicaba que ahí vivía un encuadernador de libros. Grimorios, pensé para
mis adentros, y por primera vez me di cuenta de lo extraordinariamente raro que
puede resultar Heracles a quién no lo conozca.
*
* *
Genial.
ResponderEliminarMuchas gracias, viniendo de quien viene es mayor halago
ResponderEliminargracias Joaquín. Lectores como tú animan a mantener un blog ;-))
ResponderEliminarA mí me pasaba algo parecido con mi blog: no encontraba nada interesante de lo que hablar y dejé de escribir durante varios meses. Pero hace un par de semanas reflexioné sobre este asunto y, repasando algunas entradas antiguas, descubrí que tampoco había ninguna que realmente fuera interesante. Así que he aparcado esa exigencia absurda y continuaré con las mismas gilipolleces que tan bien me representan. Total, es lo que he hecho siempre.
ResponderEliminarEntonces, por lo que me cuentas, es algo que nos pasa a todos. Gracias, me quitas un peso de encima, ya hora... sigamos con nuestros respectivos blogs, el espectáculo continua.
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