lunes, 9 de octubre de 2017

Es peligroso asomarse al interior









Hace casi seis años inauguré La tertulia perezosa, y ahora, después de todo ese tiempo me doy cuenta de lo bien que elegí el nombre. Más que por tertulia, por perezosa. Me da pereza escribir un nuevo artiblog. Sobre todo últimamente, yo no sé qué me pasa, pero he de confesar que donde antes había disposición ahora hay dejación. Supongo que la desgana en parte se debe a estos bochornosos días de otoño.

Pero si tienes un blog tienes que responsabilizarte de él, no puedes hacer como si no existiera, ¡es tu blog! Tienes que cuidarlo, estar pendiente de su estado, alimentarlo, y sí, también mimarlo.  Es como tener un perro: si has decidido tener un blog en casa, mejor será que tengas asumido que exige ciertos sacrificios, y en ningún caso lo puedes dejar abandonado.
Ya pero es que me da pereza, puede decir alguien que sea como yo, y entonces yo mismo le digo, pues mira, no haberlo tenido.

Pero siempre hay una salida más o menos airosa para estos casos. Se trata de husmear en tu ordenador, hurgar en carpetas antiguas, algunas casi olvidadas, donde tienes escritos un montón de cuentos acumulando algún tipo de polvo digital, y elegir el que mejor te parezca. Esa es una solución cómoda y rápida, pero aún existe otra mejor: promocionar tus libros publicados. Buscas fragmentos de capítulos que consideres que pueden servir de gancho para que algún lector despistado se interese por seguir leyendo, y de la forma más natural lo subes al blog. No está mal. Luego está la solución que he encontrado hoy, que es una mezcla de las dos anteriores: voy a subir un cuento de los muchos que componen mi libro El astrofísico que era poeta y otras cosas peores, editado por Ediciones Oblicuas. No tengo más remedio que añadir que está disponible en La casa del Libro, tanto en formato digital como en papel, y mucho más fácil, pinchando en la portada del libro que aparece a la derecha y que lleva directamente a la editorial.

Bueno, de momento, aquí va el cuento:



Es peligroso asomarse al interior




Que se sepa, nadie ha visto a Heracles con prisas. Nunca. Por eso me sorprendió tanto ver cómo cruzaba el otro día la calle a paso ligero y dando de vez en cuando grandes zancadas olvidando su proverbial compostura. Él siempre ha mantenido que a no ser que te dediques a ello profesionalmente no existe ninguna razón que te haga correr, ninguna. Y aún va más lejos con esta teoría pues dice que una de las formas más lamentables de perder la dignidad se produce precisamente en el momento en que alguien romper a correr, sobre todo si corre pretendiendo que nadie se da cuenta de que está corriendo. Esta situación se da especialmente cuando has empezado a cruzar una calle y de repente se acerca una avalancha de coches que suponías que se iba a desencadenar mucho más tarde pero el maldito semáforo ha durado menos de lo calculado. Entonces, los miras de reojillo aparentando tranquilidad sin ninguna intención de acelerar el paso, pero ante el inminente atropello no te queda más remedio que echar el cuerpo hacia atrás y dar ridículas zancadas a una velocidad mucho mayor de la mantenida hasta ese momento. Eso era justo  lo que de forma grotesca estaba haciendo mi buen amigo Heracles, de modo que picado por la curiosidad corrí tras él para descubrir  cuál podía ser la causa de su comportamiento. Le alcancé justo cuando acababa de parar un taxi. Tenía ya medio cuerpo dentro.
    -¡Heracles! –resoplé- ¿a dónde vas con tanta prisa?
Heracles se volvió sorprendido.
    -¿Eh?, ¡Ah, hola, qué tal! Perdona pero es que voy  un poco acelerado.
    -No me digas –respondí entusiasmado al ver a mi gran amigo en apuros- ¿te puedo acompañar?
Esta última frase la pronuncié ya dentro del taxi, pues no existe mejor política que la de hechos consumados.
    -Claro, claro, pero siéntate a mi lado, no encima.
    -Tenías que haberte visto cómo cruzabas la calle, parecía que te perseguía un perro.
    -¿Un perro dices?, sí, seguro que también... ¡Coja la Gran Vía, la Gran Vía, por favor! –Heracles estaba fuera de si, gritando al taxista- ¡mejor por la Gran Vía!
    -La Gran Vía estará más atascada...pero cuéntame, viejo amigo, por qué huyes de esta manera... ¿quién te persigue?
Heracles se calmó aparentemente y tras intentar respirar a un ritmo normal me dijo de la forma más natural que pudo:
    -En este momento andan detrás de mí unos cuantos asesinos a sueldo, los peores y más sanguinarios sicópatas y decenas de piratas entre los que incluyo filibusteros, bucaneros y corsarios. Me quieren dar alcance temibles espadachines borrachos y pendencieros, criminales de todo tipo,... también me persiguen guerreros galácticos, pistoleros salvajes, indios apaches,... ah, sí, y los enanos wanda.
    -¿Qué has hecho? –por supuesto, yo no ponía en duda lo que acababa de confesarme Heracles. Él nunca miente.
    -Una catástrofe, un accidente,... un accidente doméstico eso es.
Mi cara tenía la severidad suficiente para que sin decir nada, Heracles siguiera dándome explicaciones.
    -He tenido un escape. ¿Sabes qué ocurre, por ejemplo,  cuando se suelta la manguera del desagüe de tu lavadora?
    -Que se sale toda el agua y pone la cocina perdida. Una vez se me inundó a mí y caló hasta tres pisos por debajo del.... –Heracles me interrumpió. No le interesaba mi anécdota particular, simplemente ver que había entendido lo que era un escape.
    -Exacto. Pues eso me ha pasado a mí, pero en un libro. Por aquí a la izquierda, por favor –Heracles indicó al taxista el camino hacia donde solo él sabía que íbamos- Un libro terrible. Se llama “historias de los peores criminales de la literatura”. Lo estaba leyendo tranquilamente y por una maldita estupidez, se me ocurrió arrancar una hoja que tenía medio suelta. Fue como quitar el tapón de seguridad a una caldera. En seguida empezaron a salir todo tipo de personajes en un torrente imparable. Todo el salón de mi casa anegado de maniacos,... yo no daba abasto a recogerlos y cuantos más echaba al cubo con la fregona, más seguían saliendo,... una auténtica inundación que no podía controlar. Se me ha puesto la casa perdida de asesinos y tunantes,... no te puedes hacer una idea. Luego, empezó a salir otro tipo de inmundicias: verbos defectivos, conjunciones copulativas, oraciones de ablativo absoluto, sintagmas de todo tipo,... un auténtico desastre – Heracles hizo una pausa para respirar-. Bueno, al menos, estos últimos según se derramaban por la habitación se quedaban ahí quietos, acumulándose unos encima de otros, sin hacer nada, pero los personajes son todos muy violentos y en cuanto se dieron cuenta de mi presencia empezaron a perseguirme. Bueno al principio se mataban unos a otros, pero luego la emprendieron conmigo... en fin. ¡Pare, aquí es!
Heracles se bajó del taxi tan apresuradamente como había subido y luego desapareció engullido por un oscuro portal. Yo le indiqué al taxista que volviera al mismo punto donde nos había recogido y según nos alejábamos tuve tiempo de ver una placa en el portal que indicaba que ahí vivía un encuadernador de libros. Grimorios, pensé para mis adentros, y por primera vez me di cuenta de lo extraordinariamente raro que puede resultar Heracles a quién no lo conozca.


* * *







5 comentarios:

  1. Muchas gracias, viniendo de quien viene es mayor halago

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  2. gracias Joaquín. Lectores como tú animan a mantener un blog ;-))

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  3. A mí me pasaba algo parecido con mi blog: no encontraba nada interesante de lo que hablar y dejé de escribir durante varios meses. Pero hace un par de semanas reflexioné sobre este asunto y, repasando algunas entradas antiguas, descubrí que tampoco había ninguna que realmente fuera interesante. Así que he aparcado esa exigencia absurda y continuaré con las mismas gilipolleces que tan bien me representan. Total, es lo que he hecho siempre.

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    1. Entonces, por lo que me cuentas, es algo que nos pasa a todos. Gracias, me quitas un peso de encima, ya hora... sigamos con nuestros respectivos blogs, el espectáculo continua.

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