Llegué a su casa una tarde sin avisar. Conozco muy
bien a mi vecino, del que hace muchísimo tiempo que no hablo, y sé cuando
necesita una visita.
Normalmente no pasan más de tres días sin que me lo
encuentre por algún lado, no sé si será casualidad o que espera a que yo salga
de casa para hacerse el encontradizo conmigo, pero así es, por eso cuando llevo
mucho tiempo sin verlo, sé que significa que algo le pasa. Tiene cierta
tendencia a la depresión y no es bueno tener un vecino deprimido, puede hacer
cualquier locura como echar pirañas en la piscina o pisotear los macizos de
flores, aunque dado que estamos en otoño, tanto da. Aún así, quería hacer algo
por él, de modo que decidí ir a visitarlo para ver cómo se encontraba.
Llamé al timbre de su puerta y al cabo de casi un
minuto apareció el pobre desdichado hecho un desastre, demacrado, la barba de
cuatro días y con todos los indicios de llevar el mismo tiempo sin tomar una
ducha. Sin embargo, para mi sorpresa, se mostraba risueño. Mantenía una
expresión alegre, despreocupada, y desde luego no parecía una persona
atormentada por ningún tipo de depresión. Yo, como es natural, estaba bastante
decepcionado pues esperaba encontrarlo hundido, necesitado de mi ayuda para
salir de algún pozo de amargura, y no así de feliz y contento. Se lo iba a
echar en cara cuando de repente me llamó la atención lo que llevaba en la mano:
unas tijeras, papel de envolver y un rollo de celofán. Miré detrás de él y
descubrí que todo el salón estaba lleno de paquetes de distintos tamaños.
Paquetes que él estaba haciendo. Le pregunté con la mirada a qué se debía todo
ese despliegue según le echaba a un lado para poder pasar al interior de su
casa y observar todo con mayor detalle. Había paquetes, paquetitos y paquetazos
por doquier y sobre la mesa del comedor, extendidos varios rollos de papel de
envolver. También había distintos objetos que eran suyos en proceso de ser empaquetados:
un jarrón, la bandeja donde ponía las llaves y la calderilla al entrar en casa,
un retrato de su madre, su micro ondas…
-¿Qué haces? –le pregunté como si fuera su mujer y le hubiera
sorprendido hurgando en el cajón de mi ropa interior.
-Paquetes.
La respuesta a pesar de que era la más evidente de
todas las que podía escuchar me sorprendió.
-¿Cómo que paquetes?
-Sí, paquetes, ya ves.
Me respondió elevando los hombros con una sonrisa de
lado a lado, como si hacer paquetes no fuera su culpa. Se le veía completamente
feliz ¿Para eso me había tomado yo la molestia de hacerle una visita? ¿Dónde
estaba mi vecino deprimido? Bueno, al menos cabía la posibilidad de que se hubiera
vuelto loco.
-Pero, ¿no estás deprimido? –pregunté sin
poder disimular mi desilusión.
-Sí, por eso me he puesto a empaquetar cosas, así, cuando tenga toda la
casa empaquetada, salgo a dar un paseo …
Hizo un gesto en círculo con su brazo que abarcó todo el perímetro del salón.
-…y cuando vuelva me encontraré todos
estos paquetes, cada uno con una sorpresa dentro. ¿Sabes la ilusión que me va a
hacer ir descubriéndolos uno a uno? Estoy loco de contento con todo lo que me
espera, no quiero ni pensar la ilusión que me voy a llevar cada vez que
desenvuelva un paquete y me encuentre con algo que me gusta de verdad.
Lo miré tratando de descubrir el mensaje budista que
había en todo aquello. Seguro que había un mensaje budista, del tipo la felicidad está dentro de ti y cosas
de ese estilo.
-Es que todo lo que me voy a encontrar me gusta un montón –dijo
encantado.
Genial Tito, me ha encantado. Un abrazo!
ResponderEliminargracias mon ami Monrrou.
Eliminar¡Jajajaja...! Fantástico. Me ha encantado.
ResponderEliminarintentaré seguir husmeando en la vida de mi vecino... gracias
Eliminargenial!
ResponderEliminarlo que hace tener un vecino rarito... gracias
EliminarJo, de pronto tu vecino me ha dado una envidia terrible...
ResponderEliminarSí, es envidiable. He de confesar que yo le cogí un par de paquetes pequeños sin que se diera cuenta, y tenía razón: hace mucha ilusión descubrir lo que te encuentras. Sobre todo el que tenía un reloj estupendo.
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