ilustración de mi amigo Jaime Gamboa
La noche era fría, desacostumbradamente fría, hasta
el punto de que había caído una nevada, tan copiosa como inusitada, que cubría
todo el valle. Debajo de la nieve había un desierto sorprendido. El cielo lleno
de estrellas anunciaba que la borrasca ya había pasado, y un silencio ominoso
anunciaba que ya era muy tarde para andar por la calle, más con un recién
nacido. La madre lo llevaba amorosamente entre sus brazos, a lomos de un
precioso borrico cuyas bridas conducía de muy mal humor un señor con barba y
cayado que se seguía haciendo un montón de preguntas sobre los últimos acontecimientos.
Según bajaban al interior del valle, la nieve iba
desapareciendo y el paisaje cobraba vida. El señor barbado con cara de mal
humor levantó la mano en la entrada de una aldea y el borrico se detuvo,
aliviado de tener un momento de descanso.
-Yo creo que aquí encontraremos una pensión, o algún sitio donde podamos
alojarnos, que ya estoy hasta las narices de la caminata.
-No, Pepe, en una casa, no –la mujer hablaba con un tono melodioso y una
voz muy agradable aunque un poco aflautada-. Podrían encontrarnos. Ya sabes… lo
del sueño.
-Cago en mi calavera con lo del sueño, ¿entonces qué hacemos?
-Mira –la mujer señaló hacia una cuadra a escasa distancia- ese puede
ser un buen lugar para descansar, ahí nadie mirará.
-¿Una cuadra? ¿Y si los animales que hay dentro se comen a nuestro hijo?
-No seas negativo, seguro que son muy amigables, incluso nos pueden dar
un poco de calor.
-También podían darnos un poco de sopa, porque tengo una gusa…
Lentamente se dirigieron hacia la cuadra que había
señalado la madre del niño, una judía de muy buena familia, nada menos que
descendiente del Rey David, que tuvo que casarse a toda prisa para no dar qué
hablar en su círculo social. Su marido era un carpintero sin demasiada
relevancia que aceptó el matrimonio con la heredera de la dinastía real, a
pesar de lo precipitado de toda la operación y de no haber tenido un noviazgo en condiciones. Lo que no se esperaba el
pobre es que a los pocos días de estar casados le anunciara que estaba
embarazada. ¿Cómo que embarazada? Le preguntó él sorprendido, pero si no hemos
hecho absolutamente nada… ya, ya, decía ella, esto ha sido un milagro, obra de…
de el espíritu santo, se le ocurrió decir. José no estaba muy convencido, sobre
todo porque hasta entonces él no había oído hablar nunca de la existencia del
espíritu santo, pero aceptó a regañadientes la explicación, a pesar de la
sonrisa que puso su rabino cuando se lo contó. Es importante señalar que el
rabino tampoco tenía noticias de ningún espíritu santo.
Entraron en la cuadra agotados por el viaje y se
dispusieron a pasar la noche allí lo más tranquilamente posible. Junto al
pesebre había una mula, un cerdo y un buey. José se llevó al cerdo fuera por
miedo a que se comiera al niño y dejó a los otros dos animales, aunque no les
quitaba el ojo de encima por si acaso. Luego desensilló al borrico, le acercó
al pesebre para que comiera y dispuso una cuna improvisada para el niño, que
inmediatamente adoptó una postura inverosímil, con una regordeta pierna
suspendida en el aire y una sonrisa encantadora que se perdía más allá de las
paredes de la cuadra. José le contempló moviendo la cabeza de un lado a otro,
se agachó para darle un beso como hacía todas las noches antes de irse a
dormir, y preparó una cama para él y su mujer acumulando una buena pila de
paja, que allí había de sobra.
Justo cuando ya estaban a punto de quedarse dormidos,
de repente la cuadra se llenó de gente. Lo primero fue un fogonazo luminiscente
que poco a poco fue perdiendo intensidad hasta mantener una iluminación blanca
y brillante que llenaba la cuadra sin estar muy claro de donde salía tanta luz.
Luego entraron dos pastorcillos que llevaban sendos corderos a los hombros como
regalo.
-¿Más animales? –gritó José- No, si al final, alguno acaba devorando al
niño, verás.
Pero eso no fue más que el principio. Luego vinieron
otros dos pastores más, también con corderos, y luego una lavandera que traía
un pato, y un molinero, y el herrero con dos gallinas que llevaba colgando boca
abajo asidas por la patas y que metían un jaleo terrible, y más pastores, ¿pero
había tantos pastores en la comarca?… de repente parecía que el pueblo entero,
y los de los alrededores, hubieran decidido congregarse allí para llevar todo
tipo de bichos imaginables y otros regalos; incluso había un pastorcillo que
llevó un tambor, ya ves tú qué clase de regalo es ese para un recién nacido.
Todo esto con el agravante de que eran unas horas en las que todo el mundo
debería estar durmiendo.
--¿Pero puede saberse a qué viene todo este jaleo? –gritaba el pobre
José elevando las manos al cielo totalmente desbordado- se supone que tenemos
que pasar desapercibidos. Estamos huyendo, ¿entendéis? Ahora todo el mundo se
va a enterar de que estamos aquí.
-Venimos a adorar al niño.
-¿Y no tenéis otro?
-La verdad es que no.
-Yo sí tenía uno, pero Herodes lo ha matado, no tengo ni idea de por
qué. Parecía buen tipo y ya ves.
-¿Buen tipo, dices? Para empezar es un pelele en manos de los romanos y
además está loco. También ha matado a mi hijo, ¿te lo puedes creer? ¡lo ha
degollado! ¿cómo se puede degollar a una criatura de dos semanas? Es repugnante
-Al mío también le ha rebanado el pescuezo.
-De hecho se han cargado a todos los niños, yo creo que éste es el único
que queda vivo en la comarca, ¿no es como para adorarlo?
José no estaba para admitir nada por lo que seguía de
muy mal humor pese a que su esposa trataba de apaciguarlo con palabras amables.
-Vamos José, no seas así, es gente buena que lo único que quieren es
adorar a tu hijo.
-Mi hijo, ¿no? –José miraba a su esposa con los brazos en jarras y cara
circunspecta.
-Ay, Pepe, no vuelvas otra vez, creí que ya había quedado todo aclarado.
-No, claro, si para ti todo es muy fácil pero es que… la historia se las
trae.
-Mira que eres pesado; cuando te da por un tema….
En ese momento una nueva algarabía anunciaba más
visitantes. Todos los allí presentes se apartaron hacia un lado para dejar
entrar a los recién llegados, que parecían gente principal. Precedidos de unos
jóvenes pajes, con un aspecto bastante rarito, llegaron tres personajes
vestidos con todo tipo de lujos. Dos de ellos portaban mantos de armiño y el
tercero, una capa que era como unas cortinas imperiales, y un descomunal
turbante. Hasta los camellos que montaban lucían gualdrapas enjoyadas. Todo el
lujo oriental, en contraste con la miseria del medio oriente. Lentamente los
tres nobles bajaron de sus monturas y ceremoniosamente depositaron unos regalos
a los pies del niño que seguía en la misma postura inverosímil que adoptó nada
más llegar a la cuadra.
-Venimos del lejano oriente para adorar al niño dios –dijeron según
depositaban los cofres con los presentes.
-¿Niño dios?, ¿de qué están hablando los tres mosqueteros? –José con los
hombros encogidos parecía no entender nada. Como siempre su esposa tuvo que
salir al paso para explicarle algunos detalles que todavía no le había contado.
-Sí, verás, es que tu hijo es dios.
-¿Mi hijo es dios? ¿pero qué barbaridades se te ocurren? ¿Qué dirá el
rabino?
-Que siiiii… anda, ya te lo contaré luego, de momento coge los regalos.
-Si ni siquiera son pollos, ¿qué clase de regalos son esos?
-Oro.
-Incienso.
-Mirra.
-¿Cuál es el del oro? -Preguntó José avanzando hacia los tres cofres.
A continuación, un estruendo de trompetas llenó el
establo y todos salieron al exterior para ver de donde venía el prodigio.
Arriba, a unos tres metros por encima del tejado, unos ángeles
descomunales hacían sonar sus trompetas mientras sujetaban con la otra mano una
pancarta.
-¿Qué pone ahí? –preguntó alguien señalando la pancarta.
-No se ve muy bien, espera a ver…
El comentario llegó a oídos de los ángeles y con un
batir de alas, descendieron un poco para que todo el mundo pudiera leer sin
problema el mensaje que traían.
-Ah, ya, mira pone…. Paz entre los hombres de buena voluntad.
-¿Y que quiere decir eso?
-Ni idea. Bueno yo me voy que mañana madrugo.
Poco a poco todo el mundo se fue marchando, hasta que
solo quedaron los tres personajes ataviados con ropas de lujo que aseguraban
ser reyes sin que ninguno de los presentes acabara con una idea certera de qué
país. Después de una conversación disparatada en que nadie entendía a nadie,
pues lo que sí estaba claro es que venían de muy lejos, los tres monarcas y sus
séquitos se despidieron y volvieron grupas hacía algún lugar incierto. Por lo
visto habían conseguido llegar hasta allí porque una estrella mágica los había
guiado, pero ya no había ni rastro del cometa, por lo que lo más probable es
que se perdieran en el desierto tratando de volver a sus casas.
Por fin, la familia, agotada por la caminata que se
habían dado desde que salieron huyendo de su casa y por todo el ajetreo final,
pudo descansar sin que nadie les molestara. Tan solo hubo un momento de tensión
cuando el cerdo trató de entrar de nuevo en la cuadra, aunque para alivio de
José, no pudo pasar pues ya no
quedaba sitio para él, de tantos corderos, pavos, patos, gallinas y distintas
mercancías que habían llevado.
-Vaya noche buena –fue todo lo que dijo
José antes de dormirse.
Lo mejor es que se haga la prueba de ADN para saber si es hijo suyo, ¡ah, no, que entonces no había!
ResponderEliminarAdemás ¿cómo se le hace una prueba de ADN a un espíritu santo?
Al espíritu santo se le puede hacer la prueba del ADN arrancándole una pluma, ahí hay mucho ADN reconcentrado,
Eliminar; -)))
EliminarEs una teoría tan buena como cualquier otra (o puede que incluso más buena) del origen de la Nochebuena. Y, por supuesto, un cuento divertidísimo.
ResponderEliminargracias Mazcota por apoyar mi teoría.
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