El gran vagón seguía
transformándose día a día, tanto si era por obra de la virgen de la ermita como
si no, pero lo que estaba claro es que cada vez estaba más completo. Parecía
que hubiera una voluntad en terminarlo, en dejarlo completamente acabado, listo
para salir rodando en cuanto el último detalle estuviese listo. Y el verano
también se iba completando, ya habían pasado los meses de más calor y nos
encontrábamos en esos días de septiembre en que las tardes sorprenden trayendo un
aire frío de alguna parte de las montañas cercanas. El calor agobiante que caía
sobre el pueblo nada más terminar de comer, que nos obligaba a sestear, había
desaparecido, por lo que podíamos reunirnos mucho antes en nuestro lugar
secreto.
Una tarde, por fin, nos
pereció que nada más podía añadirse al gran vagón y fuera quien fuera el que lo
estaba haciendo tenía necesariamente que dar su obra por concluida. Ha quedado
de rechupete, decía el Cagarrutas como si lo hubiera hecho él. Parece la mar de
cómodo, dan ganas de viajar muy lejos sentado en uno de esos butacones, dije
yo, fascinado por la tapicería recién puesta. Yo nunca había visto unos
asientos de tren tan nuevos. Estaban forrados de terciopelo de color verde
aceituna, con una especie de dibujitos en relieve representando hojas de parra
y grandes jarrones que les daba cierto aspecto de cortinas antiguas, pero unas
cortinas extremadamente confortables. Daniel no decía nada, se le veía bastante
indiferente a cómo había quedado el gran vagón y lo contemplaba con cierto
distanciamiento, sin compartir nuestros comentarios. Cuando le preguntamos qué
le parecía se limitó a encogerse de hombros, no sé si como gesto de apatía o
como inevitable movimiento debido a una ligera tos que le dio en el momento.
El verano llegaba a su
fin.
La última tarde nos vimos
sólo el Cagarrutas y yo pues Daniel no apareció. Tampoco estaba el gran vagón
en la vía muerta. Se lo habían llevado y ningún rastro quedaba de su presencia.
Después de esperar un buen rato a ver si llegaba nuestro amigo, nos fuimos el
Cagarrutas y yo a nuestra loma a ver pasar trenes sintiéndonos extrañamente
abandonados. Estuvimos sentados sin decirnos nada hasta que un pitido quebró el
aire. Alargamos el pescuezo para
ver mejor y abajo, en el sentido contrario a cómo llegó, vimos cómo se alejaba
el tren misterioso arrastrado por la enorme locomotora verde. Nos dimos un
codazo el uno al otro cuando distinguimos perfectamente que el gran vagón iba
en el convoy. Allí estaba imponente, orgulloso, apenas afectado del inevitable
traqueteo, deslizándose con rara suavidad por las vías. Nos levantamos
instintivamente, quizá para verlo mejor o como señal de respeto ante no
sabíamos exactamente qué. Alguien iba adentro. Nos miró y saludó con la mano.
Era Daniel que siguió mirándonos hasta que el tren desapareció tras la curva. Levemente nos hizo la
inequívoca señal de despedida.
F i n
He estado pendiente de El gran vagon, desde que publicaste la primera parte. Me ha gustado, me hagustado mucho sobre todo porque escribes de tal manera que me ha transportado a los veranos que yo pasaba en el pueblo de mis abuelos. Curiosamente tambien era la estacion el lugar donde se desarrollaban nuestros juegos prefgeridos (¿que tendran los trenes para los niños que os hacen irresistibles). El final me ha dado mucha pena, pero claro, asi es la historia tuhistoria. En mi pandilla tambien habia un niño debilucho pero afortunadamente no le pasonada.
ResponderEliminarGracias por el relato y su poder evocador
Gracias. La verdad es que está inspirado en una experiencia personal, de cuando yo era pequeño y fui a pasar un verano a Collado Mediano, precisamente por las mismas razones que el protagonista de la historia, y salvo Daniel y el vagón mágico, todo lo demás sucedió al cien por cien (lo de la plasta envuelta en papel de periódico, no; eso es inventado). Gracias por haber estado pendiente.
EliminarUn cuento muy divertido, aunque el final deje un tenue poso de consternación (jo, que cursi estoy).
ResponderEliminarPor cierto, y aprovechando la partición del cuento, hay una cuestión que me corroe por dentro desde que acabé de leer El Ladrón de Nubes. Bueno, quizá exagero un poco, pero siento curiosidad por saber por qué no lo dividiste en capítulos. La verdad, puede que esté demasiado acostumbrado a que una novela me la encuentre estructurada en capítulos y se me hizo un poco raro. Tampoco sé qué se gana o se pierde dividiendo una novela y me gustaría saber tu opinión sobre el tema. Si no te molesta explicarla, claro.
Gracias por tu apreciación.
EliminarEn cuanto a lo de los capítulos en El Ladrón de Nubes, es curioso, porque me lo han dicho más personas. Mi modesta opinión es que separar una historia por capítulos, en general, no aporta demasiado, pues basta con hacer una separata de un par de líneas para saber que cambias de unidad narrativa (de escena, por utilizar lenguaje cinematográfico), sin necesidad de tener que indicárselo al lector. A veces, sin embargo, se enriquece la historia si se separa por capítulos y además cada uno lleva una frase, a modo de titular, que te sitúa sobre el contenido de las próximas páginas. Esto también tiene sus pros y sus contras, como todo, y precisamente lo que tiene a favor es lo mismo que tiene en contra: en cierto modo desvelas lo que va a suceder y por un lado despiertas el interés, pero por otro adelantas parte de la narración. Yo creo, que lo mejor es no generalizar y estudiar cada caso como único.
Un final tan melancólico como el resto del relato, sorprendente porque me imaginaba cualquier cosa menos eso, frustante porque has roto la magia de los ojos del niño y nos has hecho caer en el mundo real. Entonces te pregunto ¿por qué no nos has contado más cosas de Daniel, ahora que se ha ido y sabemos que era lo realmente de la historia.
ResponderEliminarSugiero un nuevo capítulo contando lo que ha sido del chico :)
Tendré en cuenta tu sugerencia, Molina de Tirso, pero me temo que no te va a gustar lo que fue de Daniel. Te agradezco tu atención y te prometo que la siguiente historia será menos melancólica... menos triste.
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