miércoles, 3 de abril de 2013

¡Ostras!





Ya comenté en otra ocasión mi irresistible afición a las ostras. No ya para comérmelas, que también, sino como modelo de vida. Nada las altera, salvo el limón, y cuando eso sucede, todo carece de importancia pues el final está ya encima. La ostra tiene fama de aburrida, pero eso es porque juzgamos la diversión sólo por lo que vemos en los documentales de acción y en los anuncios de Red Bull. También muchas personas, sin ser ostras, disfrutan de lo lindo sin moverse de un sillón, leyendo, escuchando música o simplemente pensando, aunque he de reconocer que esto último sí que es extraño de verdad. También uno se puede sentir feliz sentado al borde de un acantilado o en la cima de una montaña, contemplando un paisaje, y sin mover ni un solo músculo. Insisto, pensamos que una ostra se aburre por meros prejuicios, pero la verdad es que desconocemos su vida interior y hasta dónde puede dar de si para disfrutar lo suyo. Por otro lado, ¿no es maravilloso un animal que es capaz de convertir un simple grano de arena en una maravillosa perla? Y sólo con su higadito, sin usar las manos, mayormente porque carece de ellas. ¿Quién de los grandes deportistas y hombres de acción que conocemos es capaz de una hazaña semejante? Y para conseguir ese prodigio, digo yo que habrá que estarse quietecito. Aunque no basta con la inmovilidad, pues el percebe jamás va a ningún lado y que se sepa nunca se ha encontrado una perla en su interior.
Pero la mayor ventaja de las ostras no son sus perlas, sino, lo que he mencionado al principio, su inalterabilidad. Nada las perturba, ni las indigna ni  las saca de sus casillas. Jamás, que se sepa, se ha visto a una ostra gritar, perder las formas o montar una gresca. Son exquisitas, no solo en su sabor, sino en el trato. No como yo, que me pongo como un energúmeno por nada y a la mínima salto. Por ejemplo hoy. Precisamente me estaba comiendo unas ostras en un bar estupendo que hay cerca de mi casa, cuando de repente ha salido en la tele… bueno no voy a amargar a nadie el día con lo que he visto, porque además no he visto nada, ya que era el diferido de una rueda de prensa en diferido, y a partir del segundo diferido ya no hay quién siga el hilo de nada. El caso es que me he puesto hecho un basilisco, indignadísimo con el cariz que está tomando todo. Se me llevaban los diablos, de verdad.
Sin calmarme del todo he mirado la última ostra que me quedaba y antes de comérmela me ha dado una envidia terrible. 


4 comentarios:

  1. ¡Brillante! Me apunto la idea porque con tanta indignación cualquier día me da un síncope.

    Deberíamos fundar el "ostracismo" que como palabra tiene tan mala prensa como las pobres ostras, pero que sería fabuloso para la salud de sus integrantes. :)

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    1. Me alegro de que te parezca una buena idea. Cuenta con mi afiliación a cualquier club cuyos fines sean prevenirnos de los síncopes por indignación. Iba a tener más miembros que la federación de golf, que según creo, es de las más numerosas.

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  2. En una de las tiras de "BC. Edad de Piedra", uno de los cavernícolas (creo que Lucio) está en una playa. A su lado, sobre la arena, hay una almeja. Lucio mira para otro lado y, de pronto, a la almeja le salen unas piernecitas y echa a andar. Lucio se da cuenta y exclama: "¡Pero si podéis caminar!". Y la almeja piensa: "Ahora tendré que matarle". Bueno, pues ése es el secreto de las ostras (primas hermanas de las almejas): tienen piernecitas y pueden andar. Y algún día se apoderarán del mundo.

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    1. Recuerdo esa viñeta. Lo que ya no tengo claro es si el personaje que sale es "el maestro del sarcasmo" o es el propio BC. En cualquier caso genial.

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