Me encantan las ostras, así que el otro día fui a comprar una docena o dos para zampármelas en el aperitivo. Parecen muchas, pero mi voracidad ostril puede con todo. Sin embargo, no pudo ser. El hombre propone y el mercado dispone: no tenían, se habían agotado.
Afronté la situación con entereza y volví a mi casa resignado con mi triste destino.
Lo curioso es que a media tarde empecé a encontrarme fatal, como si algo me hubiera sentado mal en el estómago. Al poco rato ya no quedaba ninguna duda, tenía los típicos retortijones que produce un par de docenas de ostras devoradas con ansia, y debido también, a las condiciones mejorables de alguna de ellas.
Por la noche me encontraba de pena, no voy a detallar los síntomas, pero claramente estaba intoxicado. Este hecho me hizo reflexionar: de la misma forma que se puede pecar de pensamiento, ¿se puede uno intoxicar con unas ostras que no ha llegado a comerse? ¿Es posible el envenenamiento por pensamiento o deseo?
Seguí reflexionando sobre este suceso, que todo el mundo reconocerá, da para mucho, y me encontré ante un nuevo concepto de posibilidades filosóficas infinitas.
Si se puede pecar de pensamiento, mentir sin decir nada, intoxicarte con unas ostras que ni has visto... también se puede votar defendiendo unos privilegios que jamás has tenido ni tendrás. Puedes sentir afinidades políticas en base a una gran empresa que no posees, un patrimonio que ni sueñas y un capital que ya te gustaría, ya. Puritito deseo.
Entonces me acordé de un viejo lema, que por justo y acertado, merece sacar a relucir de vez en cuando: no ataques a quién defiende tus intereses; más bien, apóyalo.
Así sea, y si así fuera, todos los partidos políticos tratarían de enamorarnos con lo que piensan hacer para mejorar nuestras vidas, y dejar los conceptos grandiosos para las poesías épicas, los romances y la literatura histórica. Vamos a lo mollar, majo, que dicen en mi pueblo.
Como curiosidad sociológica, en Estados Unidos la mayoría de los votantes republicanos que votaron contra Obama (y el Obamacare, por tanto), no disponían de fondos para pagarse un hospital o un médico.
Por otro lado, aunque te sobre la pasta para comprarte un hospital para ti solo, ¿tan mal te sienta la solidaridad? ¿Es demasiado esfuerzo pagar impuestos para que los que están en peores circunstancias puedan afrontar una apendicitis sin tener que vender la casa? Si patriotismo es sentir orgullo por pertenecer al colectivo donde has nacido, yo me siento mucho más orgulloso de la sociedad en que vivo, cuando mis conciudadanos se muestran solidarios que cuando sólo van a lo suyo.
En otras palabras: las ostras invitan a la reflexión. Y hoy toca.
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