jueves, 26 de mayo de 2022

Fumando espera

 


Dejé de fumar hace veintiún años, que se dice pronto. Veintiún años sin pasar por un estanco y según digo esto, me doy cuenta de que los estancos son tiendas totalmente desaprovechadas. Las únicas mercancías que puedes encontrar entre sus paredes,  están todas dedicadas al mismo vicio. Serían más rentables si también pudieras encontrar allí artilugios para satisfacer otras debilidades, así, el multivicioso, en un solo viaje, se podría proveer de todo lo necesario para pasar una tarde estupenda. Pero esa es otra historia.

El caso es que el otro día pasé por delante del estanco que yo solía frecuentar cuando fumaba, y me quedé de una pieza, o dicho de otra forma, me quedé hecho pedazos que parece lo contrario pero es lo mismo. Tengo que decir que el estanco tiene un enorme ventanal desde el que se puede ver desde fuera todo su interior, al menos el mostrador, y por milagro de la refracción de la luz, sin ser visto. Me detuve a mirar, no sé por qué, y  me llamó la atención algo terrible, algo que hizo que se me encogiera el corazón: el dependiente. El dependiente estaba detrás del mostrador, sentado en un taburete alto, con el codo apoyado en una rodilla y la mirada perdida sobre una vitrina con mecheros de todo tipo. 

Parece algo normal en un estanco, ¿verdad? ¿Qué tiene de terrible? Lo terrible... es que se trataba del mismo dependiente que hace veintiún años. Estaba exactamente en la misma postura que solía poner entonces, en el mismo taburete y con la misma mirada, solo que más envejecida, perdida en la misma vitrina. Seguramente, los mecheros ya no fueran los mismos, pero el resto era tal cual.

Ese señor, con el que durante mucho tiempo, quizá otros veinte años,  mantuve una relación casi de amistad, pues lo veía a diario y muchas veces pegábamos la hebra (en un estanco no tiene nada de extraño), seguía en la misma postura, con la misma ropa y en el mismo taburete, que la última vez que fui a comprar un paquete de Camel. 

Echando cuentas, el estanquero llevaba más de cuarenta años haciendo exactamente eso y exactamente de la misma forma. Ocho horas diarias sentado en un taburete mirando una vitrina con mecheros. De vez en cuando entra un parroquiano, cada vez menos, le pide un paquete de cigarrillos, comenta un par de tonterías sobre la actualidad, y a por otros veinte años. Sin moverse de su incómodo asiento, sin apartar la mirada de un montón de mecheros Bic, que visto uno, vistos todos.

No sé por qué, pero me acordé de los zoológicos; bueno, sí sé por qué: ese dependiente era lo más parecido a un oso o a un elefante que había visto en mi vida. Encerrado en un cuchitril, con un montón de gente desfilando por delante de él a diario, que lo miran, le dicen un par de frases cortas y se van. 

Deberían prohibir los zoos para no hacer asociaciones tan terribles. Todos tenemos un estanco en alguna parte de nuestra vida.



Leoncio López Álvarez

8 comentarios:

  1. Me gusta lo que cuentas y cómo lo cuentas, y también me gustan tus dibujos.

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  2. No sé porqué te extrañas tanto.
    Imagina lo que habrá pensado él si te ha visto:
    ¿Pero este tipo no había muerto hace más de 20 años?
    Sales perdiendo, lo siento

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    1. Soy tu compañero del cole, el más listo y guapo. Te lo imaginas, seguro

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    2. pues.... es verdad, no lo había pensado

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  3. no lo había adivinado pero ahora sí, majete ;-))

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