Escucho las noticias y es como si escuchara los delirios de un psicópata. Dan miedo.
Que conste que no tengo nada contra el miedo siempre que se trate de un miedo sano, bien medido, no paralizante sino estimulante, ese miedo que nos viene muy bien para salvar la vida cuando se presenta una amenaza. Si no hay amenazas a la vista, no necesitamos el miedo para seguir coleando, quizá por eso el miedo ha sido de toda la vida cosa de pobres. ¿Pero ahora? Ahora las amenazas están dirigidas a todos, nadie puede sentirse a salvo.
Por lo que me estoy enterando, el coronavirus vuelve a infectarnos a base de bien y los negacionistas siguen sin enterarse; el planeta se está yendo a la mierda envuelto en contradicciones y mientras las sequías asolan países, las inundaciones destrozan pueblos enteros. Bielorrusia va a cortar el gaseoducto, Argelia parece que también, los chinos controlan todo el tráfico marítimo, y por controlar también controlan lo que no es el tráfico marítimo. Las materias primas escasean, las tierras raras están en poder de los chinos que controlan el tráfico marítimo y también lo que no es el tráfico marítimo. La selva amazónica arde y Bolsonaro se muere de risa como Nerón, pero en lugar de mirar las llamas tocando la lira, las mira tocándose las narices. El polo norte se descongela y el Mar de los Sargazos ahora es una inmensa isla de mierda; la bolsa se hunde mientras los bitcoins que ni producen ni hacen nada práctico, suben a ritmo de ataque epiléptico. Se nombran jueces con más méritos para ser juzgados que para juzgar, y a todo el mundo le parece bien incluso a los que les parece mal; los paraísos fiscales siguen siendo paraísos pero nadie los fiscaliza. La sanidad pública cada vez muestra peores síntomas, de ésta se nos muere fijo, y cada vez hay más gente en el súper al que yo voy. Esto último es lo que peor llevo.
En medio de esta debacle, vino el otro día un amigo mío para contarme que su mujer le había dejado. Pues mira, le dije, me alegro. Me miró perplejo, con el labio inferior temblando como preludio al llanto purificador.
Los problemas personales siguen siendo personales y los generales también son personales, de modo que todo son problemas.
Hay que relativizar, le dije a mi amigo al que su mujer le acababa de abandonar. Mis palabras no fueron suficientemente convincentes porque él siguió como a punto de soltar una lágrima. Le di unas palmaditas en la espalda y ahí se me desmoronó. Qué manera de llorar.
Llevo varios días que no oigo nada por el oído izquierdo, es un virus según me ha dicho el otorrino. Todo son virus últimamente, se lo diré a mi amigo. Lo que tenia que haber hecho era aislar a su mujer, quizá así aún seguirían juntos; lo ha abandonado por culpa de un virus, estoy seguro.
También puede ser porque mi amigo es un infeliz y la manera más completa de infelicidad es que te abandonen. Yo creo que es infeliz por vocación y aunque no existieran los virus, su mujer lo habría abandonado. Le están pasando cosas así constantemente.
Podríamos decir que su vida, como la de todos, está hecha a base de Momentos de inadvertida infelicidad. Este es el título de un libro de Francesco Piccolo, perturbador pero que da muchas pistas sobre nuestras vidas, por eso es perturbador.
Como ejemplo de esos momentos, Piccolo cita, "cuando te dicen que podías haberte vestido mejor y tú ya te habías vestido mejor". No hay nada tan desolador, y a partir de ahí todo lo que se te ocurra.
Hoy me he levantado optimista, así da gusto.
Optimista no, lo siguiente (odio extremo a esa mierda de frasecita).
ResponderEliminarPero así eres y así te acepto.
O eso o romperte el orto…
Gracias por compartir tus miserias, aunque no recuerdo habértelo pedido, te debo una ristra de las mías
deseoso estoy de ver esa ristra. (Las mías son fantasiosas)Abrazote
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