miércoles, 5 de agosto de 2020

Adios gato ¡Adios gato!




Adios gato ¡Adios gato!, es uno de los cuentos que aparece en mi libro El astrofísico que era poeta y otras cosas peores. Lo escribí hace mucho tiempo, tanto que Toffee era un cachorrín y el centro de atención lo ocupaba Renata, otra gata que me acompañó durante toda su vida, líder indiscutido de Toffee. Creo que es un buen momento para ofrecerlo a quien lo quiera leer sin tener que comprar el libro.

Pensaréis que soy un tarado de los gatos y acertaréis de pleno. Y eso que solo he tenido dos en toda mi vida...





Toffee hace un par de días. El que ronronea detrás soy yo.



 

    -Gato Gabriel –empezó Heracles- es uno de los tipos más curiosos que conozco.

Cuando Heracles deja caer una frase de este estilo ya sabes que debes prepararte para una historia inverosímil, así que apuré mi primera jarra de cerveza y haciendo un gesto a Damián para que la reemplazara, puse la cara que siempre le pongo a Heracles para que siga.

    -Nos conocimos en Puerto Ayacucho, un sitio absurdo en la frontera con Colombia, y digo absurdo, porque aunque se llame Puerto Ayacucho está a unos cuantos cientos de kilómetros de la costa –Heracles hizo una pequeña pausa para dar un definitivo trago a su jarra-. Se trata de una zona de Venezuela carente de cualquier interés, y que a decir verdad no tengo nada claro qué hacía yo por aquellos lugares, pero eso no es relevante. El caso es que acabé con mis cansados huesos en una arepería tomándome unas cuantas lisas – levantó su jarra señalándola con la otra mano en claro gesto de que en Puerto Ayacucho llaman lisas a las cervezas -, cuando entró en el garito Gato Gabriel. Le seguía un gato precioso.

    -¿Un gato? –pregunté yo, que aunque había entendido perfectamente que fue un gato lo que entró, me apetecía decir algo.

    -Sí, un gato, ya sabes a qué clase de animal me refiero.

    -Claro, un gato, como Renata –Obviamente, Renata es una gata, exactamente mi gata.

    -Eso es, un gato como puede ser el tuyo, aunque este que yo te digo, como verás, tenía unas particularidades que lo hacía, desde luego, único. O a su dueño, no se...

En este momento llegó Damián y puso las dos nuevas jarras de cerveza sobre la barra. A su lado dejó un platito con dos canapés de salmón y volvió a sus tareas.

    -“Un cerveza muy fría, y un platito con leche, por favor”. Fue todo lo que dijo Gato Gabriel cuando entro en la cantina. Naturalmente –Heracles inauguró su nueva cerveza con un sonoro sorbo- la cerveza era par él, que la apuró de un trago y la leche para su minino que demostró mejores modales pues se lo bebió con recatada parsimonia, sin prisas ni excesivo interés a pesar de que estaba hambriento. Todo un aristócrata en una mesa de gala, el jodio gato.

    -Sí, los gatos son increíbles, una vez Renata,...

Heracles detuvo mi intervención con una mano en alto de la que sobresalía su puntiagudo índice. Luego continuó con su historia:

    -Este sí era increíble, créeme –hizo una de sus pausas para crear un punto de tensión en la narración y continuó-. Pues bien, el caso es que me hizo gracia ver en mitad de la selva a un tipo tan duro como aquel dando de beber a su gatito que le seguía como si fuera su hermano mayor y sin más, empecé a charlar con él. Estuvimos hablando y bebiendo cerveza y leche hasta que cerraron la arepería. Para entonces él, su gatito y yo, ya éramos viejos conocidos, unidos por una fuerza que sólo se ha visto anteriormente en el caso de Robinson Crusoe cuando se encontró con Viernes. Ese tipo de fuerza que ata a las personas que comparten un ambiente hostil para la vida, ya sabes.

    -Sí, la verdad, es que no es para menos –dije por decir algo.

    -En efecto.

Heracles se quedó mirando su cerveza con la mente raptada por algún lejano pensamiento sin decir nada y moviendo la cabeza lentamente de un lado para otro como un elefante enjaulado. No parecía muy feliz con lo que estuviera recordando.

    -Supongo que pasaría algo más, ¿no?

    -Pues no. No pasó nada más.

Mi cara tomó la forma de la desilusión. Me sentía como un niño que acaba de descubrir que su huevo Kinder no trae sorpresa.

    -Al menos, no ese día.

Recobré la ilusión con un suspiro de alivio seguido de un trago de cerveza.

    -Nos despedimos al amanecer algo estragados por el alcohol y no volví a ver a Gato Gabriel hasta dos semanas después.

Permanecí en solemne silencio aguardando a que mi amigo siguiera con su historia. Lo hizo pasados unos segundos.

    -¿Conoces las costumbres de los indios Piaroas?

    -La verdad es que no. Debo de ser de las pocas personas que las ignoran.

    -Sí, supongo, pero no te preocupes porque yo te pongo al tanto. Resulta que son bastante primitivos y sus costumbres les llevan a comer casi todos los días. Claro, que ellos incluyen en el apartado de comida prácticamente todo lo que les rodea, con preferencia sobre las cosas que se mueven.

       -La lucha de la vida –dije filosófico.

    -Y de la muerte –sentenció mi amigo-. El caso es que andaba yo buscando un sitio conocido como El Tobogán, en una de las márgenes del Amazonas cerca de Puerto Ayacucho, cuando, sin saberlo, me metí en el hábitat natural de los Piaroas. Ahí descubrí todo el ingenio que se puede desarrollar a la hora de poner trampas para capturar pequeñas presas. Iba más pendiente de no meter el pie en un cepo que de orientarme, con lo que me perdí definitivamente. Empezaba ya a preocuparme, cuando de repente, apareció ante mí un calvero que era como una isla en aquel mar de vegetación. Un círculo perfecto sin sombras, un agujero seco en medio de la espesura más agobiante. Un alivio, vamos.

    -Ya, pero el caso es que seguías perdido, ¿no?

    -Sí, claro que seguía perdido, pero al menos el paisaje ya no era el mismo.

Este tipo de reacciones son muy normales en Heracles. Da por sentado que todos compartimos su estrafalaria lógica.

    -¿Y sabes quién estaba en el centro del calvero, arrodillado, con alguna cosa entre sus brazos?

Negué con la cabeza.

    -¡Estaba Gato Gabriel y tenía abrazado a su gato! Por la postura y el gesto de preocupación entendí que algo irreparable le pasaba al minino por lo que me acerqué a él sin hacer ninguna fiesta y silenciosamente hice notar mi presencia. Gato Gabriel levantó la cabeza para mirarme; tenía los ojos inundados en lágrimas y ahuecando ligeramente sus brazos me dejó ver a su gatito.

Mi amigo Heracles hizo una pausa, agarró su jarra de cerveza con fuerza y de un formidable trago la terminó. No podía disimular el nudo que tenía en la garganta. Yo le imité.

    -Aún le quedaba algo de vida –continuó Heracles-. En sus ojos había una tranquilidad increíble a pesar de que los malditos cepos le habían partido el espinazo. Parecía que le estuviera diciendo a su amo, “mientras tú estés conmigo nada malo va a pasarme, y sé que no me vas a dejar”. Comprendí que era un momento de intimidad entre mi amigo y su gato y discretamente me alejé. Gato Gabriel permaneció más de una hora sin moverse, abrazado a su gato, hasta que murió. Bueno, supongo que murió.

La extrañeza tiró de mi ceja izquierda hacia arriba.

    -¿Supones? –pregunté.

    -Amigo –empezó Heracles-, me conoces bien y sabes que uno de mis mayores defectos es no mentir jamás, y menos a un amigo, y menos sin necesidad, y menos sin que la mentira me reporte beneficios, y menos si quedo en peor situación con la mentira que diciendo la verdad. Es decir que lo que voy a decirte, es lo que pasó, una verdad sin interpretaciones, pero extraña –Heracles se acomodó en el taburete todo lo que pudo y continuó tratando de resultar natural-. Al cabo de una hora, como ya te he dicho, de estar abrazado a su gato, mi amigo levantó la cabeza muy despacio, aún con los brazos cruzados sobre el pecho. Tenía los ojos enrojecidos por el llanto pero increíblemente vivos. Poco a poco se incorporó y lentamente dejó caer las manos adormecidas sobre sus costados. Y ahora viene lo fascinante: el gato no estaba. No quedaba ningún rastro de él. Gato Gabriel lo había absorbido y ahora eran una sola cosa.

Mi mandíbula estaba algo más abajo que mi esternón.

    -Puedes pensar lo que quieras. Yo te cuento lo que vi. Luego, Gato Gabriel, clavándome unos ojos intensos y brillantes me preguntó: “¿sabes qué es el alma, amigo mío?”  Yo estaba mudo y supongo que no moví ni un músculo. Él mismo se respondió: “alma es algo que sólo tienen los que son amados”. No entendí lo que quería decir y sigo sin ver ninguna relación con lo que acababa de ver, pero no pude pedirle más detalles. No dijo nada más. Luego se internó en la selva y no he vuelto a verlo.

Después de unos minutos de mirar fijamente nuestras jarras vacías, pregunté de la manera más natural posible:

    -¿Nos tomamos otras dos cervezas?

    -Yo creo que es lo más aconsejable.








 

 


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