El otro día, charlando con mi amigo
Francisco Mayoral a la salida de la presentación del libro que Almudena Mestre
ha escrito sobre el escritor Justo Sotelo, estábamos de acuerdo en que sin
exceso de vanidad no existiría la literatura. Yo llevo una parte importante de
mi vida, los últimos cinco años, dedicándome a escribir por lo que me considero
con derecho a ser vanidoso, lo que ya no sé es si lo consigo plenamente. En
cualquier caso, esa vanidad necesaria no me impide ver con claridad qué clase
de escritor soy, y he de confesar con dolor que soy un escritor de clase baja.
Solo tuve la sensación de pertenecer a la jet
cuando gané con un cuento de apenas seis páginas, el concurso literario Hucha de Oro, dotado con 30.000 euros,
pero según sonaban las doce campanadas, el encanto desapareció y regresé a mi
casa en una calabaza tirada por cuatro ratones. Volví a pisar las mullidas
alfombras por donde andan los escritores de clase alta cuando quedé finalista
en el concurso literario Antonio Machado con un cuento sobre dragones, y de
nuevo cuando gané el primer premio del concurso Tanatocuentos. Éste último, lo
guardo en el recuerdo con especial cariño pues además de ser muy divertido el
tema obligado sobre el que había que escribir (la muerte, claro), estaba dotado
con 3.000 €, lo cual está muy bien si te gusta celebrar los éxitos con cigalas.
Luego, me dio por escribir novelas, en
lugar de seguir con los cuentos que es lo que me ha proporcionado
satisfacciones pecuniarias, y volví a ocupar mi lugar en los suburbios de la
literatura. Pero los escritores de clase baja también tenemos nuestra vanidad,
aunque sea una vanidad de escasos recursos de acuerdo con nuestras
posibilidades, y de la misma forma que a los escritores de la más alta
alcurnia, también a nosotros nos gusta escuchar que escribimos como los propios
ángeles. Vender muchos libros, eso también nos gusta, pero lo vemos más fuera
de nuestras posibilidades, pues somos humildes, pero no somos imbéciles.
Desde que gané con El ladrón de nubes el Premio Onuba de novela (mi primera novela),
voy todos los años a la Feria del Retiro a firmar ejemplares de la novela
correspondiente. Ya van seis, un poco más de una por año. En esta ocasión
también estaré allí, en la caseta 86, la de la librería Gaztambide (donde se vende
mi novela, obviamente), dejando que el polvo que levantan los miles de
visitantes a la feria se vaya depositando lentamente sobre mí. El que quiera
venir a verme, aunque solo sea para tirarme unos cacahuetes, será recibido con
un entusiasmado abrazo.
Estaré el día 30, miércoles, de siete de
la tarde a nueve. Será fácil reconocerme por mis harapos y el sombrero raído
que suelo poner boca arriba en los pasillos de las grandes bibliotecas.
Y como detalle sin apenas importancia,
el libro que estaré firmando es éste: