Todo el mundo sabe cómo se llaman los dos
primeros hombres en pisar la Luna, pero nadie sabe que el tercero en hacerlo
fue Charles Conrad, un astronauta con los mismos méritos que sus predecesores
pero olvidado de forma injusta. Yo también me voy a olvidar de Conrad, con
todos mis respetos, a pesar de que hace mes y medio dije que escribiría un
artiblog sobre él. Está claro que el tiempo se encarga de dejar al descubierto
a las personas que no saben mantener su palabra. Héteme aquí. Pero antes de
olvidarme de Conrad definitivamente, debo contar una anécdota suya que por sí
sola merece que todos hagamos un esfuerzo por retener a este astro de los
astros en nuestras mentes. Por lo visto era un hombre bajito, y nada más
descender del módulo lunar, según ponía su pie sobre la superficie de la Luna,
dijo para que lo oyera todo el mundo que estaba siguiendo el acontecimiento a
través de la radio y televisión:
“Aquí me tienen, éste pudo haber sido un pequeño paso para Neil
Amstrong, ¡pero para mí ha sido uno muy grande!”
Charles Conrad, solo es un caso más entre
otros tantos parecidos. Por ejemplo, si alguien nos pide que digamos novelistas
o pintores que conocemos, podemos estar varios minutos recitando nombres y
nombres hasta que quién nos ha formulado la pregunta se levante y se vaya a su
casa aburrido de escuchar una lista interminable, pero qué pasa si nos pregunta
por fabulistas. Todos vamos a recitar los cuatro más conocidos sin titubear:
Esopo, La Fontaine, Iriarte y Samaniego. Así, de corrido. Luego nuestro ceño se
fruncirá, inclinaremos la cabeza, miraremos hacia arriba y finalmente diremos
que con esos cuatro ya son
suficientes. Una enorme injusticia
para otros escritores de fábula, y aprovecho el doble sentido de la frase para
remarcar la dimensión de la injusticia. Probablemente el quinto gran fabulista
fuera tan estupendo como los cuatro citados que todos conocemos. Además, ser
fabulista no es una tarea que exija exclusividad, se pueden escribir estupendas
fábulas y además novelas largas, relatos cortos, muy cortos y literatura de
terror. Por ejemplo, Stevenson, Monterroso y Kafka, escribieron una cantidad de
fábulas suficiente como para considerar que realmente les gustaba hacerlo.
¿Alguien recuerda alguna de cualquiera de ellos? Y también fabularon Pedro
Calderón de la Barca y Francisco de Rojas Zorrilla. Y Lope de Vega incluía
fábulas dentro de sus comedias.
Actualmente, y ya desde el siglo XX, la
fábula ha perdido interés, bien es cierto. Hasta se la mira con cierto desdén.
Se habla de la “moralina” despreciando la bonita palabra “moraleja” para dejar
claro que se trata de un género menor, caduco y de abuelas. Más bien es de
bibisabuelas, pues el apogeo de la fábula, al menos en España, se produce entre
los siglos XVIII y parte del XIX; vale, pero tampoco es necesario hacer de este
detalle un motivo de lisonja. Si fuera así, vamos a mearnos de risa cada vez
que veamos un cuadro renacentista.
Las circunstancias socioculturales imponían
este tipo de cuentos con una enseñanza final, pero ¿acaso ha mejorado nuestra
sociedad moralmente hasta el punto de que ya nadie necesite una buena fábula?
Yo diría que basta con abrir el periódico para darnos cuenta de que hoy más que
nunca la fábula es casi imprescindible. Por este motivo, y porque nadie sabe
decir el quinto fabulista más grande de la historia, reivindico la importancia
de este género, breve, sencillo y quizá por eso, siempre complicado.
Y como moraleja final de este artiblog,
incluyo un fragmento que todo el mundo conoce de sobra:
... mas la hormiga con gobierno
le respondió en canto llano:
-Pues cantaste en verano,
danza, hermana en el invierno.
¡Chapeau!
ResponderEliminarcomo diría La Fontaine. Merci bien.
EliminarEres fabuloso!
ResponderEliminarmuchas gracias una vez más por tu generoso criterio, esta vez por duplicado
EliminarEres fabuloso!
ResponderEliminarGracias Joaquín, me alegro de que te guste ;-))
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