miércoles, 21 de diciembre de 2016

SCROOGE 4.0








                                                                                    VERSIÓN 4.0



Cada vez que llegaban las navidades, y para su desgracia eso sucedía todos los años, Carol Scrooge se transformaba en otra mujer. Normalmente era una persona muy amable dispuesta a echar una mano siempre que veía a alguien en apuros, alegre y con ganas de pasarlo bien, pero en cuanto detectaba los primeros indicios de las fiestas navideñas, se convertía en un ser huraño, déspota, irascible y terriblemente desagradable.
Bastaba con salir de su casa, ver las calles iluminadas, a su juicio de forma paleta y derrochona, olfatear el olor a pino en el ambiente o mirar cualquier escaparate, y a Carol le cambiara hasta el color de la piel. No soportaba los atascos de tráfico típicos en estas fechas, ni encontrarse todos los sitios atestados de muchedumbres eufóricas y atolondradas; fuera a donde fuera estaba lleno y normalmente, lleno de gente gritona y en muchos casos borracha o a punto de estarlo. Le sacaba de sus casillas escuchar la radio, ver la televisión  o entrar en un centro comercial, porque no soportaba los villancicos.  ¿Cómo no se suicidarían los pobres empleados que tenían que pasar toda su jornada laboral con el “chiquirriquitín” y “campanas de Belén” haciendo destrozos irreparables en su cerebro? Tampoco llevaba nada bien la forma que tenía todo el mundo de despedirse, siempre deseándose felices fiestas y preguntándose unos a otros por parientes de los que nunca se habían acordado. O esa mirada de perro pachón para decir que ojalá el próximo año hubiera paz en el mundo y majaderías por el estilo. Paz, paz, ¿por qué de repente esa preocupación por algo que un mes antes le resultaba más o menos indiferente? Probablemente los que de forma bobalicona se lamentaban de las guerras, eran los mismos que antes de su repentina inquietud sensiblera, hacían comentarios del tipo, “lo que no podemos permitir es que se nos llenen nuestras calles de todos los que huyen, a dónde iríamos a parar”. Ahora, sí, ¿no?, ahora sí podemos dejarlos que pasen unos días fuera del infierno, hasta pasado reyes por ejemplo.
Luego estaban las comilonas, las cestas, la lotería, la noche vieja, la cabalgata, el roscón de las narices, la tontería de hacer colas para comprar un turrón en tal sitio porque es “buenísimo, el de toda la vida”, el chocolate de la tarde de reyes, el cotillón, hombres insensatos cargados de optimismo, los polvorones que jamás le habían gustado ni conocía a nadie que le gustaran y sin embargo estaban por todas partes, los mazapanes que hacían bola en la garganta amenazando una muerte certera por asfixia, los guasaps con repetidos mensajes que se cruzaban para recordarte que estabas en esa época del año en que el ingenio desaparece, al menos de las redes sociales. Miles de cerebros pensando en hacer un guasap original para felicitar las navidades y ninguno capaz de conseguirlo, ni siquiera de acercarse a algo medianamente gracioso. ¡Patético!

… Nada, no había absolutamente nada que le gustara de las navidades, ni siquiera recibía de buen agrado los regalos que alguien le hacía porque eran regalos trampa, regalos contra reembolso, por decirlo así. Eran regalos que carecían de aquello que hace del regalo algo deseable: la sorpresa y la generosidad, pues eran predecibles y quien lo regalaba, según lo entregaba con una mano extendía la otra para recibir el que esperaba como correspondencia. Menuda tontería.


Pero de todas las cosas malas que tenía que aguantar de la navidad había una en particular que soportaba aún menos que las demás, era algo tan profundamente irritante que no entendía como era capaz de resistir la tentación de asesinar a alguien, exactamente al responsable. Resulta que un amigo suyo, que siempre se había comportado como una persona normal sin demasiadas taras, de repente adoptó la costumbre de mandarle todos los años un cuento de navidad que él mismo escribía. Ya había recibido unos cuantos y con eso tenía más que suficiente, la idea de recibir el siguiente le revolvía el estómago. Encima el muy imbécil, pasados unos días la llamaba para preguntarle si le había gustado su ridículo cuento. Era justo lo que le faltaba al cuadro: tener que leer un cuento de navidad obligatoriamente. Manda huevos.
Claro que todo tenía un límite y este año decidió que ya lo había alcanzado.

Cogió un billete de avión y se marchó lejos a un país musulmán, a un emirato árabe dispuesta a disfrutar de su intransigencia coránica, una delicia. Nada más llegar al hotel cogió su teléfono móvil y le quitó la batería para que no llegara nada que oliera a navidades. Justo antes de coger el vuelo, estando ya en el aeropuerto y faltando escasos minutos para embarcar, recibió un email y un guasap de su amigo, bajo el amenazante título: “Este año tampoco podrás librarte de mi cuento de navidad”. Se rió para sus adentros, pues inmediatamente apagó el teléfono, subió al avión y a partir de ese momento tuvo la certeza de que este año realmente sí se libraría del cuento de su amigo y de todo lo que tuviera que ver con las navidades. Por eso quitó la batería de su teléfono nada más llegar. En el fondo sintió un poco de lástima por el pesado de su amigo escritor, pero la tenía harta y este año por fin, lo conseguiría.

Satisfecha, ufana y todo lo feliz que se puede estar a 45 º de temperatura exterior, fue a la piscina, solo para mujeres, del hotel. Se bañó, comió algo de fruta en el bar, lamentó no poder tomarse una cerveza o un cocktail y subió a la habitación dispuesta a aburrirse como una mona en un país que no ofrecía nada interesante para una mujer joven y con ganas de divertirse. Miró su teléfono móvil sobre la cama con algo parecido a nostalgia y de repente zumbó. Zumbó y brincó como nunca lo había hecho antes. Incrédula miró la batería que estaba a escasos centímetros. No era posible, pero era real: estaba entrando un guasap. Lo cogió y observó que era de su amigo el escritor de cuentos tocapelotas. Ponía simplemente: “Este año tampoco podrás librarte de mi cuento de navidad”, con un enlace debajo del texto que seguramente llevaría a una site donde estaría alojado el maldito cuento. Posiblemente un ridículo blog.
Era el segundo guasap que le llegaba de su amigo y en los dos decía lo mismo. No era posible. Comprobó que efectivamente el teléfono no tenía batería. Entonces se dirigió al cuarto de baño, llenó el lavabo de agua y sumergió el teléfono en su interior. Inmediatamente brotaron unas burbujas al tiempo que en la pantalla aparecía el aviso de que estaba entrando un guasap. “Este año tampoco podrás librarte de mi cuento de navidad”. Carol Scrooge lo leyó aterrorizada, era la tercera vez que lo leía, luego pensó que era una mujer que no se dejaba aterrorizar fácilmente y actuando en consecuencia dejó de estar aterrorizada y pasó a estar realmente enfadada. Miró a su alrededor buscando desesperadamente el arma definitiva y vio al lado de la ventana una mecedora de enea. Una sonrisa macabra se formó en sus labios finos y con determinación fue hacia ella. Puso el teléfono debajo de uno de los balancines y luego se sentó pesadamente dispuesta a dejarse mecer durante unos segundos al ritmo del crujir de plástico y Coltan. Cuando consideró que el estropicio era irreparable bajó de la mecedora y observó, feliz por estar más gorda de lo que deseaba, el resultado de su trabajo. El teléfono estaba literalmente reventado y aunque la carcasa se mantenía de una pieza, agrietada pero entera, por los lados salía un llamativo fluido parecido al aceite. Ya está, pensó, asunto resuelto. Con el dedo índice toqueteó la pantalla que permanecía negra, de un negro mate y apagado sin ningún rastro de vida y se acordó de la película Terminator y también del ordenador HAL de 2001.  Su pequeño teléfono móvil podía pertenecer al mismo grupo de héroes difíciles de eliminar.
Lo cogió como si fuera el cadáver de un pájaro que se hubiera encontrado en la terraza y lo llevó entre las dos manos hacia la papelera cuando repentinamente se sacudió convulsivamente saltando al abismo. Cayó sobre la alfombra y el impacto hizo que nuevas piezas salieran de su interior al tiempo que se activaba el sistema de voz:
    - Este año tampoco podrás librarte de mi cuento de navidad.
El tono fácilmente reconocible de Siri repitió esta frase como una salmodia una y otra vez, hasta que Carol Scrooge resignada, aceptó leer el cuento de navidad que había escrito su amigo pulsando el enlace que aparecía en el guasap.

Cuando terminó de leerlo se sentó de nuevo en la mecedora, derrotada pero con una sensación desconocida en su interior. Se encontraba rara, con unas ganas incontenibles de salir a la calle y acariciar niños, de ir a ver belenes y cantar villancicos, incluso le hubiera gustado comprar un pino, claro que donde estaba lo tenía muy difícil.
Notaba una sensación completamente nueva que la obligó a hacer algo que jamás hubiera sospechado que sería capaz: buscó en su teléfono móvil, que milagrosamente aún estaba operativo a pesar de los destrozos, un villancico en Internet. Encontró uno perfecto, interpretado por tres gatitos encantadores y lo envió a todos sus contactos con el mensaje “Te deseo una feliz navidad para ti y para los tuyos”.

Después contestó a su amigo diciéndole que, como todos los años, le había hecho muchísima ilusión su esperado cuento de navidad y que le deseaba unas felices fiestas y próspero año nuevo. Luego incluyó unos emoticonos con gorritos de fiesta, serpentinas y copas de champán chocando.


8 comentarios:

  1. ¡Genial! Desde la reclusión de mi Rincón del Nómada, yo tampoco he podido librarme. Como en el resto del año, te deseo lo mejor.Abrazos.

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    1. jaja, claro es imposible librarse amigo Francisco. Un abrazo fuerte

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  2. Evidente. No podemos huir de nosotros mismos por mucho que nos fastidie nuestra forma de ser.
    Gracias por regalarnos tu ingenio.

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    1. Sí, huir de nosotros mismos no tiene futuro, es como esos perros que se persiguen su propio rabo sin alcanzarlo jamás.
      Y por supuesto, gracias a ti a a todos los que se pasan por este espacio de vez en cuando a leer lo que aparece.

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  3. Muy chulo. Y me ha gustado mucho esa forma de hacernos partícipes del cuento. Eso sí, tienes que decirnos la marca de ese móvil indestructible. Tengo que hacerme con uno urgentemente.

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    1. Gracias por parecerte molón. La marca del móvil no está documentada, pero te puedo asegurar que no es un LG que me compré hace tiempo y que me duró un par de semanas.

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  4. Tu cuento habla de una mujer que detesta la Navidad, y el mío de este año (que aparecerá en mi blog pasado mañana) trata de una mujer que adora la Navidad... Sin embargo, mi cuento es mucho más horrible que el tuyo. Paradojas de la vida. Buen relato. Y feliz navidad.

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    1. Carol, la protagonista de mi cuento, es mujer como una pequeña gracieta por alusión al título en inglés de Cuento de Navidad de Dickens, que es Christmas Carol (Carol significa villancico como todos sabemos).
      Curiosamente muchos esperaban un cuento de miedo... creo que me pasé en la primera fase del teaser o no expliqué bien que lo horrible estaba en recibir un cuento de navidad, que para mayor espanto, era mío.
      Gracias por tu apreciación y espero con horribles ganas leer tu cuento. Muy buena tu foto de terror, que por si no te has dado cuenta sustituyó a la que había elegido, claramente mucho peor.

      JO JO JO JO (imposible no soltar una risotada estremecedora aunque no venga a cuento)

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