martes, 27 de septiembre de 2016

Museo Smithsonian de Aeronáutica y del Espacio





He tratado de contenerme pero al final no he podido resistir la tentación de escribir, aunque sea brevemente, sobre el Museo Smithsonian de Aeronáutica y el Espacio, el museo más completo e importante en su categoría en todo el mundo, y desde luego la Meca para todos los amantes de los aviones y de todo lo que vuela. A mi modo de ver tiene una carencia que luego, al final comentaré, pero aún así me llenó de gozo su visita.



Para empezar tiene la colección más completa de aviones históricos que existe, todos originales, como es el caso del Spirit of St Louis cuya historia no es necesario mencionar. Uno de los Douglas World Cruise que realizó la primera  vuelta aérea a la tierra en 175 días cuelga del altísimo techo del museo, como si fuera una maqueta en la habitación de un niño; el original Wright Flyer con el que los hermanos Wright realizaron el primer vuelo propulsado y controlado en 1903, está en una sala en la que hasta se puede oler su madera. A mí particularmente me emocionó ver el famoso Spitfire inglés, auténtica pesadilla para los aviones alemanes en la 2GM y por aquello de que las pesadillas no vienen solas a su lado se encuentra el Zero japonés que se lanzaba con un Kamikaze a bordo contra los portaviones y otros barcos en la guerra del pacífico. 250 kilos de explosivo convertían al piloto en el suicida más hecho polvo de la historia de las muertes voluntarias.
Por supuesto no podía faltar el Messerschmitt Me 262, que fue el primer caza a propulsión a chorro de la historia, inventado por el ingeniero alemán Messerschmitt, ya al final de la 2GM. Como es de suponer, el afán por encontrar un avión de combate a reacción venía de lejos por parte de los nazis y antes de que consiguiera Messerschmitt su prototipo, hubo otras intentonas terribles en las que el piloto de pruebas salía muy mal parado, pero la palma se la llevó un avión que utilizaba un tipo de combustible cuyos vapores se filtraban al interior de la carlinga con el curioso efecto de disolver la carne humana. Solo lo probaron una vez.



También conservan el avión con el que Amelía Earhart se hizo famosa por ser la primera mujer que cruzó el Atlántico, entre otras marcas y méritos. Un precioso Lockheed Vega 5b. Naturalmente no es el mismo que pilotaba cuando se perdió en el Pacífico en 1937. La llamaban Lady Lindy por hacer una comparación fonética con Lindberg. Cuentan que cuando llegó a Irlanda, perdida y exhausta, preguntó a un hombre que andaba por allí dónde se encontraba. “En el pastizal de Gallegher” le respondió el irlandés y luego añadió: “¿Vienes de lejos?”. Ella lo miró y respondió “De Estados Unidos”, lo cual no pareció hacerle mucha gracia al hombre que pensó que le estaba tomando el pelo.
Pero volvamos al museo, en el que también podemos ver misiles, la terrible V1 y la no menos terrible V2 que acabaron con Londres en sucesivos lanzamientos. Fueron los primeros misiles de la historia. Cerca se encuentra el starfighter, al que se le conoce como “el misil con un hombre dentro”. La verdad, es que viéndolo uno se pregunta cómo es posible que eso vuele, con apenas unos  pares de metros cuadrados de superficie alar, lo que te hace suponer  la velocidad a la que tiene que ir.

En cuanto a la parte dedicada al espacio, he de decir que tiene muy pocas cosas que envidiar al museo de la NASA en Cabo Cañaveral, el cual yo también he tenido el placer y la suerte de visitar. Se pueden ver distintas cápsulas originales, entre ellas la que utilizó John Glenn para orbitar la Tierra. Nada más entrar en la primera sala te quedas con la boca abierta ante  el módulo de la Apollo 11, la primera misión tripulada en llegar a la Luna. Te quedas con la boca abierta observando lo antiguo que resulta todo, con unos controles mecánicos y paneles de control como los de un Jaguar XJ6 del 58. Como dato curioso exhiben un circuito integrado, recientemente inventado, de un tamaño que nos hace pensar en la prehistoria y a continuación en el valor de los primeros astronautas. O la inconsciencia. También tienen una roca de Marte y una de las escasas muestras de roca lunar que el público puede tocar sin necesidad de emprender un viaje de 385.000 kilómetros hasta la Luna. De hecho, que yo sepa, es el único lugar de la tierra donde hay roca lunar accesible al público.




En fin, para qué seguir, todo es una delicia. Y ahora viene la carencia que yo he observado y que en modo alguno resta ni un ápice de importancia a todo lo que se ha dicho. Está, mejor dicho no está, en la parte del museo dedicada a la técnica. Allí aprendí, por cierto,  a utilizar un sextante, algo que siempre me había intrigado; resulta que es mucho más sencillo de lo que aparenta. También, en ese mismo apartado sobre los avances en la navegación, aparece uno de los primeros GPS de la historia. Da no sé qué observar un cacharro grande como una nevera que hacía lo mismo pero peor, que el teléfono que llevamos en la mano y con el que además estamos haciendo centenares de fotografías de todo lo que vemos allí. Entonces, ¿cuál es esa ligera carencia observada? Parecerá una tontería pero en ningún lugar explica cómo es posible que los aviones vuelen, su fundamento físico. En este foro no tiene ninguna importancia porque de eso me voy a encargar yo. En mi próximo artiblog dedicado a la ciencia expondré la verdad sobre este espinoso asunto sin ocultar ningún detalle. conviene que la verdad salga al aire.






4 comentarios:

  1. Me ha encantado el aura de asombro, de maravilla, que desprende tu entrada. Pareces un niño contando la visita al mejor parque de atracciones del mundo. Y esto lo digo con respeto, simpatía y, sí, un puntito de envidia. Mientras se conserve la capacidad de asombrarse y entusiasmarse como un niño, se está vivo. Por cierto, quizá deberías explicarle al respetable cuál es tu relación con la aeronáutica.

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    1. efectivamente, mon ami, así me sentía yo en el Smitshonian, como un crío y es verdad todo lo que dices. Conservemos pues nuestra capacidad para maravillarnos.

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  2. Que los humanos hayamos conseguido volar es, por sí mismo, algo asombroso. Y ya no te digo haber atravesado el cascarón que es nuestra atmósfera para llegar a la luna. Por cierto, ¿me lo parece a mí o poco tiene que ver volar en el mundo con moverse por el espacio? Porque en la Tierra hay aire y... bueno, como bien dices, ya lo explicarás tú mejor, porque no sé muy bien cómo logramos manejarnos. Pero ahí fuera todo es un juego de fuerzas gravitatorias, ¿no?

    He estado leyendo con interés, pero cuanto más avanzaba en la narración más me daba cuenta del enfoque militar que siempre tuvo volar. Y es una lástima que, nada más alcanzar este hito, lo primero que se nos ocurriera fuera equipar a los aviones con ametralladoras, bombas y misiles. Por suerte, ahora los utilizamos para algo más que matar. De todas formas me ha parecido una entrada muy interesante, sobre todo las anécdotas que cuentas, como la del avión nazi que licuaba al piloto. Vete tú a saber si no estaban ante la Thermomix definitiva.

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    1. navegar por el espacio, efectivamente no es estrictamente volar, aunque literariamente sí. Por cierto, los cálculos para ir a Marte, lo que son los cálculos son de una simpleza extraordinaria, desde Kepler ya se sabía como hacerlo.
      Y desde luego la mayor parte de los avances técnicos (y también médicos) se han producido por necesidades de la guerra. sobre eso no hay duda. Somos así.

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