Hace bastante tiempo escribí una serie de cuentos con
la santa inocencia de pensar que podían ser interesantes para alguna editorial…
digamos que de corte irreverente. La colección se llamaba Cuentos Ateos, y con el título queda explicado todo: el tema de los
cuentos y su indiscutible éxito.
El otro día hablando con mi amigo y multilaureado
escritor César Mallorquí, terminó de convencerme de que mejor podía haber
empleado ese tiempo en tricotar bufandas para vender en las Bahamas. Por lo
visto, allí tienen más salida que aquí los libros de relatos. Y encima ateos...
He escogido uno de los más cortos para que antes de
que se lo coman los gusanos, lo lean los cristianos.
LALIBELA, ETIOPIA MAYO 2001
La lluvia tamborileaba el techo de la tienda de
campaña desde hacía ya más de una hora y el doctor Cohen temía que acabara
calando al interior. Instintivamente guardó el pergamino sobre el que estaba
trabajando en el que aparecían unos textos en amárico que él suponía de
procedencia muy antigua. Ya había conseguido traducir la mitad y lo que
revelaban le había sumido en un estado de perplejidad infinita. Se sirvió otra
taza de té y pensó en dios, no por espíritu piadoso, sino porque los textos no
dejaban de referirse a él. También aparecía en el manuscrito un mapa toscamente
dibujado donde se representaba con un trazo más grueso lo que podía ser la
trayectoria seguida por alguien. El trazo salía de Egipto y se internaba en el
Mar Rojo, justo hasta la mitad, sin llegar a cruzarlo totalmente, lo que
indicaba que, o bien, quien lo había dibujado no terminó de hacerlo, o
sencillamente ese era el final del trayecto que trataba de representar. En el
texto aparecía la figura de un profeta que liberó a todo un pueblo de la
esclavitud y que con la ayuda de su dios, trataba de conducirlo hacia la tierra
de promisión, expresión que le hizo mucha gracia. Era evidente que se refería a
Moisés y al pueblo judío. Según el libro bíblico, el Éxodo, Moisés condujo a su
pueblo después de liberarlo de la esclavitud a la que estaba sometido por el
faraón de Egipto, a la tierra de Canaán. El viaje duró cuarenta años y estuvo plagado de terribles momentos,
pasando por tortuosos caminos y cruzando desiertos, teniendo que luchar en
ocasiones contra el hambre, la sed, la desesperanza y otras calamidades.
También hablaba de que cruzaron el Mar Rojo gracias a los poderes taumatúrgicos
que Yahvé había otorgado a su profeta. Era un suceso archiconocido que Moisés
usó su vara para separar las aguas y permitir que todo su pueblo cruzara
tranquilamente al otro lado, para luego, una vez que había pasado todo el
mundo, volver a cerrarlas sepultando a todos los soldados egipcios que
perseguían al pueblo elegido. Así es como estaba escrito, así es como aparecía
el los libros sagrados y así es como debería ser aceptado por todo el mundo.
El doctor Cohen cogió de nuevo el pergamino lo volvió
a extender sobre la mesa plegable a pesar de que seguía lloviendo y ya estaba
empezando a gotear en algunos sitios, para seguir en su labor de traducción. En
menos de una hora ya había terminado de desentrañar el texto completo. La
lluvia arreciaba. Estaba desconcertado. El texto revelaba que el pueblo judío
pereció en su intento de cruzar el mar rojo y que sólo unos pocos consiguieron
salvarse, entre ellos el propio Moisés. Claro, no en vano, su nombre significa
salvado de las aguas, pensó. Pero ¿de dónde había salido esa versión de los
hechos? El manuscrito no ofrecía ninguna duda en cuanto a su autenticidad, sin
embargo era el único que contradecía la versión bíblica. El doctor Cohen volvió a leer el
texto de corrido. Estaba claro lo que decía:
… y entonces,
Yahvé mandó a las aguas que volvieran a su sitio y éstas obedecieron y al
hacerlo, sumergieron en su fondo a la totalidad de los israelitas que murieron
ahogados junto a las bestias que empujaban de los carros y el resto de los
animales que llevaban para su sustento. Sólo siete de ellos consiguieron
alcanzar la orilla....
El techo de la tienda estaba ya tan empapado que un
chorro de agua se precipitó a escasos centímetros del pergamino. El doctor Cohen lo cogió
inmediatamente y lo desplazó unos centímetros, de modo que el agua pudiera caer
de lleno de forma implacable sobre el texto. En pocos minutos no quedó ni rastro
de los símbolos amáricos que encerraban aquel secreto, tan solo la vitela sobre
la que habían sido escritos completamente emborronada y sucia. Para mayor
seguridad quemó los restos del legajo en un fuego que surgió de la nada. Luego
salió al exterior de la tienda y con su gesto habitual extendió los brazos
hacia el cielo y mandó parar la lluvia que cesó de inmediato.
“Juraría –pensó- que acabé con todos los
descontentos, pero está claro que se me escapó uno”.
La ilustración es de mi amigo y socio (siempre será
mi socio, aunque no exista empresa), Jaime Gamboa.
Me parece una actitud sensata, ¿te imaginas tener que cambiar todas las ediciones publicadas de la Biblia o otros textos sagrados?
ResponderEliminarAunque no me importaría ser el editor de la nueva versión actualizada..., nos forraríamos o nos inmolarían. En todo caso habríamos ganado nuestro minuto de gloria (in excelsis deo)
No sé si viene muy a cuento decirlo, pero sic transit gloria mundi
EliminarPero, hombre, ¿a quién se le ocurre escribir cuentos ateos? ¿No sabes que eso no tiene perdón de Dios?
ResponderEliminarChistes malos a parte, no entiendo que unos temas tengan más salida que otros. Los escritos deberían estar valorados por su ingenio y su estilo literario, no por su ideología.
El cuento me ha gustado, pero no tengo muy claro quien representa ser el Dr. Cohen. ¿Es Dios diciendo que el autor del pergamino era un egipcio? ¿Es Dios diciendo que se cargó a los israelitas pero se salvó uno? Entre que soy un ignorante empedernido, y que posiblemente hoy ande algo obtuso, no me entero del final.
En realidad cualquiera de esos finales puede valer, pues el verdadero final está en que la versión oficial de los hechos es una, pero la real fue otra, en la que palmaron casi todos los israelitas. Al menos esa era la idea. Tambien puede suceder que el que estaba obtuso era yo. Lo más probable.
Eliminar