Había un cuervo en la rama de un árbol con un gran
trozo de pastel de riñones en el pico. Llegó una zorra que al ver el manjar,
enseguida quiso apoderarse de él, acordándose de su éxito con el queso.
Para conseguirlo empezó a adular al cuervo diciendo
que era precioso, probablemente el ave más perfecta que había visto en su zorra
vida, que era guapísimo, pero, fijaos qué astucia, le dijo que era una lástima
que no tuviera voz. El cuervo abrió el pico para demostrar que eso no era
cierto y lanzó su potente graznido que se propagó por todo el bosque. El pastel
de riñones cayó y la zorra, burlándose del cuervo por ser un vanidoso sin
entendederas, se lo comió.
El cuervo contempló con una sonrisa cómo la zorra
devoraba el pastel de riñones que previamente había envenenado.
Moraleja: nunca repitas el mismo truco con el mismo
individuo (a no ser que el individuo en cuestión sea muy tonto muy tonto. Volveré sobre esta fábula pasadas las elecciones).
¿Y no podría ser que la zorra pensara que el cuervo poseía una memoria ínfima, de por ejemplo dos días, o una ingenuidad muy, pero que muy grande?
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con las dos opciones, pues cualquiera de las dos deja claro que la zorra subestimó al cuervo, bien pensando que carecía de memoria, o confiando en su excesiva ingenuidad. Es decir, que la zorra estaba convencida de que el cuervo de una forma o de otra era un gilipollas. Y resulta que no. Ahí, está la moraleja y es a donde yo quería llegar. No te voy a decir quién cree que todos somos cuervos tontos, pero tenemos que demostrar que no.
ResponderEliminarJoder, qué serio me he puesto, y no quería. Es lo que tienen las moralejas...