Lo de ser princesa es algo que no está nada mal,
sobre todo si eres guapa, joven, y con dos grandes trenzas rubias cayendo hasta
las caderas. Si además, la totalidad de los príncipes de la región andan
encandilados por conseguir tu mano, dispuestos, incluso a liarse a lanzazos
entre ellos hasta que sólo quede uno en pié, la cosa ya es de cuentos de hadas,
que en realidad es
de lo que va esta historia.
de lo que va esta historia.
Sigfrida estaba en lo más alto del castillo de
su padre contemplando la fértil vega que se empeñaba en crecer frondosa y llena
de matices para crear una bonita estampa. Y la verdad es que parecía una
postal, pero Sigfrida estaba hasta las trenzas de ver siempre la misma
preciosidad. Decidió que esa tarde iba a dar su paseo vespertino sin la
compañía de su ama, con la aviesa intención de escaparse del reino de su padre
y recorrer mundo, que por muy princesa que fuera, se sentía como una auténtica
paleta. Así que bajó a las cuadras, donde, como siempre, el mozo la recibió
dispuesto a hacer lo que fuera por satisfacer los deseos de su princesa, por
mucho que todos sus amigos le dijeran que eso era un topicazo insoportable. Era
alto, guapo, fuerte, bruto como un arado, y muy eficaz en su trabajo. En un
santiamén eligió, embridó y enjaezó al más brioso corcel de la
corte, aunque el brioso corcel, sabedor de lo que le esperaba, no estuviese de
acuerdo con ninguna de las tres cosas que acababan de hacerle.
-Gracias, Filiberto –la princesa siempre sonreía cuando daba las
gracias-, voy a hacer una excursión algo más larga que otras veces, así que
espero que el caballo que me das esté a punto.
-Es el mejor, aunque debo advertiros de que no he podido mirar el
ruidito ese que hacía con las orejas al pasar del trote al galope.
-Bueno, ya sabemos que en cuanto llegan a los tres, cuatro años,
empiezan a aparecer extraños ruiditos, procuraré no darle mucha caña.
El brioso corcel seguía la conversación con
comprensible interés.
-¿Y la ama? –preguntó el mozo Filiberto extrañado de que la princesa
bajase sola a las cuadras.
-Haciendo magdalenas. Tiene el absurdo convencimiento de que me
encantan.
Ya, pero no debo dejaros partir sin la ama. Son
órdenes de vuestro padre, el rey.
-Ah, Filiberto –dijo la princesa convencida de que resultaba
irresistible-, yo no sé que sería de ti sin mis caprichos. Te aburrirías una
barbaridad con tanta rutina, ¿a que sí?
Dicho esto, se subió al brioso corcel y desde allí le
dio una flor a Filiberto que sacó de no se sabe donde.
-Adios. Cuida de mi padre
en mi ausencia y cómete las magdalenas de la ama. Cuando lo hagas, procura
tener un vaso de leche cerca, o lo pasarás realmente mal.
Después, dirigió su montura hacia la fértil vega,
procurando no apurar el trote para que no le sonaran las orejas. Atravesó el
río por un estrecho vado cubierto de viejos álamos, continuó por unos
cañaverales que le azotaron los tobillos, se internó en un bosque de eucaliptos
que desprendía un curioso olor a chicle de menta, y finalmente enfiló un
polvoriento camino que conducía a tierras inexploradas, el cual, llegado un
punto, se bifurcaba en dos. Un ramal se dirigía hacia las montañas tapizadas de
verde brillante, y el otro, mucho menos apetecible, se adentraba en la llanura
pedregosa y vacía. Durante todo el trayecto los pajaritos la habían acompañado
con sus alegres gorjeos, lo cual no era de extrañar, pues estaban todos en
celo, si es que es aplicable esta expresión a las aves. Al principio resultaban
simpáticas sus disonantes antífonas, pero después de media hora larga de
trinos, Sigfrida pensó que si seguía escuchando tanto piar, acabaría de
los nervios. Claro, que mejor escuchar a una panda de pajarracos salidos, que a
una manada de lobos hambrientos, que es precisamente lo que se oía a lo lejos,
proveniente de las montañas, circunstancia decisiva a la hora de elegir por
cuál de los dos ramales iba acontinuar su escapada.
Al cabo de un buen rato cabalgando por la
llanura, Sigfrida sintió hambre, y cuando ya estaba a punto de echar de menos
las magdalenas de la ama, encontró una zarzamora plagada de frutos. Bajó del
brioso corcel, que ya era menos brioso, y fue directamente a por las
moras. Siempre le habían gustado, pero siempre las había comido sin tener
hambre; en este momento hubiera preferido una tortilla de patatas, un bocadillo
de jamón o cualquier otra cosa igual de contundente, en lugar de las moras, que
las cosas como son, empezaba a pensar que no le gustaban nada. Después de
dejar la mata pelada, necesitaba beber, así que fue directamente a una pequeña
charca que había detrás de unos juncos, se arrodilló en la orilla para coger
agua entre sus manos y antes de que pudiera dar el primer sorbo, saltó un
sapo del fondo, dándole un susto morrocotudo.
-¡Croac!
-¡Por Dios, qué era eso!¡Casi me lo trago!
-¡Por Dios, qué era eso!¡Casi me lo trago!
Sin darle mayor importancia al asunto, bebió a placer
y acto seguido estuvo contemplando su imagen reflejada en el agua y reconoció
que verdaderamente era muy guapa.
-No es porque yo lo diga -dijo en voz alta- pero mi piel es de melocotón
maduro, mis ojos son como luceros, mis labios carnosos asemejan dos fresas y
todo el conjunto resulta de una armonía y belleza impactantes.
-Y de cuerpo, permíteme añadir, tampoco estás nada mal, monada. Croac.
El sapo dio un salto y se puso delante de la princesa para que quedara claro quién había hablado. No quería que la princesa se volviera loca buscando el origen de la voz, así que dio un par de ridículos saltitos más delante de ella, procurando llamar la atención.
-Y de cuerpo, permíteme añadir, tampoco estás nada mal, monada. Croac.
El sapo dio un salto y se puso delante de la princesa para que quedara claro quién había hablado. No quería que la princesa se volviera loca buscando el origen de la voz, así que dio un par de ridículos saltitos más delante de ella, procurando llamar la atención.
-¡Eh, princesa, aquí, que he sido yo, aquí!
-¡Pero bueno, otra vez tú! ¿No te da vergüenza ir asustando a lindas
princesitas, renacuajo inmundo?
-Lo siento de veras. No era mi intención,
en serio. ¿Renacuajo inmundo?
-Ahora seguro que me vienes con el cuento de que eres un príncipe y
todas esas majaderías, ¿no es así? –la princesa estaba tan enfadada que estuvo
a punto de dar un pisotón al sapo.
-Pues mira, sí. Soy príncipe.
-Claro, claro, y ahora me pedirás un besito, como si lo viera.
-Hombre, es que si no, la cosa del encantamiento no funciona, entiéndelo.
-Pues lo siento muchísimo, pero por mí, vas a seguir encantado.
-De encantado nada. Croac. Estoy pasando un momento fatal, si quieres
que te diga.
-Me importa un pimiento.
Conviene que nos detengamos en este punto del relato a valorar la personalidad de los personajes que en principio pueden parecernos superficiales, pero que si los analizamos detenidamente nos daremos cuenta de que esconden una vida interior muy intensa, con sus angustias, frustraciones, anhelos y todo tipo de cosas que nos distinguen como animales evolucionados. Lejos de la impresión a la que nos podría conducir un juicio precipitado, cada uno de ellos sufre un tormento silencioso que tratan de enmascarar con comportamientos aparentemente frívolos. El sapo, sabe que es un sapo, pero también sabe que es príncipe. Probablemente un hermoso príncipe merecedor de una vida tranquila al lado de una encantadora princesa con la que poder tener toda clase de venturas, y no la soledad fría y húmeda de su charca. La princesa, aunque parezca que tiene alma de trotamundos, lo que realmente desea es encontrar a su príncipe azul y no salir de su castillo, pero, harta de ver desfilar ante sus narices caballeros que sólo la desean por su dote y su belleza, ha decidido abandonar todo lo que tiene para ver si es capaz de encontrar algo distinto fuera del entorno que tantas decepciones le ha deparado. Por tanto, no debe extrañarnos que repentinamente la princesa cambie de actitud, como vamos a ver a continuación.
-Un momento –dijo Sigfrida, ya con un pié en el estribo del brioso
corcel-, ¿eres un príncipe del montón, o un gran príncipe?
-Soy el príncipe más grande de cuantos hayáis conocido –el sapo se
estiró orgulloso sobre sus patas traseras para demostrar que sobrepasaba los 15
centímetros-. Bueno, eso os parecerá... en cuanto me deis un besito. Croac.
La princesa dudó. ¿Por qué no probar? Podía ser el
hombre de su vida, y en caso de que no le gustara, bastaba con seguir su camino
como si nada hubiera ocurrido.
-Está bien. Te daré un besito –dijo la princesa, justo en el momento en
que el sapo se estaba comiendo una libélula enorme y amarilla-, pero por favor,
no vuelvas a sacar esa horrible lengua.
-¡Bieeen! –dijo el sapo dando saltitos alrededor de la princesa que empezaba
a considerar la conveniencia de una pedrada certera en lugar de un besito.
Sin grandes ceremonias, la princesa se agachó, cogió
al sapo por el cuello y cerrando los ojos, se lo acercó a los labios.
MUACK.
CROAC. PLOFF.
La magia tiene consecuencias inpredecibles, porque si
no, no sería magia. Dicho así, parece una perogrullada, pero si lo formulamos
de esta otra forma, da la sensación de haberlo pensado mucho: dentro de la
matriz de sucesos posibles, surgió uno de los elementos de menor probabilidad.
Sigfrida, la princesa de trenzas de oro, miró al sapo que seguía con forma de
sapo, cara de sapo (ojos saltones y todo lo demás), y sonrisa de sapo. Sí, el
sapo sonreía. La princesa lo miró con desprecio y decidió que ya había perdido
demasiado tiempo con el mundo de los batracios. Se dio media vuelta, y fue
hacia su brioso corcel, pero hubo algo que la llamó la atención: su mano era
verde y tenía berrugas. Contempló su imagen reflejada en la superficie cristalina de la charca y vio una
enorme cara de rana. Era su cara. También vio que por atrás se acercaba el
sapo, que seguía sonriendo. Luego notó
que sus recién estrenadas patas verdes tuvieron que soportar también el
peso del sapo.
Ya estaba echando de menos tus cuentos y esa forma tan graciosa que tienes de narrarlos. Hay que ver cómo está el mundo, lo que tiene que maquinar un sapo para practicar algo de sexo.
ResponderEliminarjajajaj sí, cada vez está peor, pero no solo para los sapos.
EliminarGracias por echar de menos mis cuentos.
Ha sabido a poco y me parece la mejor version del pr´icipe que se convierte en rana,
ResponderEliminargracias, struendo, procuraré hacer alguno más largo. Para el próximo puente.
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