Hacía ya bastante tiempo que quería escribir sobre la
muerte, y precisamente hoy, que está lloviendo a mares, se me ha ocurrido que
era el momento. Ya que no puedo salir a broncearme a la piscina voy a escribir
sobre la muerte, me he dicho.[1]
El doctor Jigoro Kano, a finales del siglo XIX
inventó el Judo. Se basó en diferentes métodos de autodefensa utilizados por
los samuráis y antiguas escuelas
de combate, pero sobre todo, se basó en la observación de la naturaleza. Dicen,
o al menos, eso me dijeron a mí cuando empecé a practicar este deporte, que la idea se le ocurrió caminando por
un jardín un día en que había caído una gran nevada; se fijó en que había ramas
que aguantaban, inclinadas, el
peso de la nieve, mientras otras estaban tendidas en el suelo, rotas, por no
haber podido soportarlo. Solo sobrevivían a la gran nevada las que eran
flexibles, las que se adaptaban al peso, pero las que se resistían y trataban
de permanecer rígidas, indefectiblemente se rompían. Un sufrimiento para el árbol.
De la misma forma, el judo, aprovecha la fuerza del contrario para salir airoso
de su ataque, que es lo que quería decir antes de irme por las ramas.
Pues bien, esta enseñanza del doctor Jigoro Kano es
algo que todos deberíamos tener muy presente en un asunto tan importante como
es la muerte, y sobre todo deberían tenerlo muy presente los médicos. Cuando la
muerte llega como esa nevada repentina, lo mejor que podemos hacer es
aprovechar su impulso para salir airosos del trance sin quebrarnos. No tiene
sentido mantener constantemente la idea de que la muerte es un enemigo contra
el que hay que luchar, pues llegado un momento (que todos sabemos reconocer),
se convierte en una lucha tan desigual que además de patético, resulta
terriblemente doloroso.
En general, podemos decir que la actitud que
ancestralmente hemos mantenido los seres
humanos ante la certeza de la muerte es una actitud equivocada; nunca la
hemos tomado como parte del proceso en el que involuntariamente nos hemos visto involucrados, afrontándola
como una condena ajena al hecho de vivir, y en muy pocas culturas se ha
aceptado con la naturalidad que merece el momento. Curiosamente, nos pasa lo
mismo con el sexo, que tampoco nos lo tomamos, a mi modo de ver, con el talante
adecuado, y siempre le hemos dado mil vueltas con algún fin extraño. Hay que
ver, que gran error, pues en ambos casos lo único que hemos conseguido es
allanar el camino al sufrimiento.
En fin, sé que debería añadir algo más, pero ha
dejado de llover y me han entrado unas ganas irresistibles de salir a
corretear.
Como colofón, diré que en mis años mozos era cinturón
marrón de judo, pero espero tener las habilidades de cinturón negro en el
momento más apropiado para lucir ese color.
[1] Este
artiblog fue escrito hace más de un año, y por lo que se ve, estaba lloviendo,
circunstancia que he respetado ahora que lo he rescatado del archivo de
escritos inútiles.
Complicado tema el de la aceptación de la propia muerte. Y es cierto que no estaría de más una pequeña preparación, porque se podría decir que gran parte de nuestra vida, en ocasiones incluyendo el periodo del embarazo, nos la pasamos intentando esquivar a la muerte y también podríamos esforzarnos un poco en recibirla. Aunque sólo sea por educación. Sin embargo, lo primero que hacen nuestros padres es vacunarnos, sin olvidar las continuas visitas al pediatra cada vez que nos atacan fiebres o diarreas. Tomamos una cantidad ingente de antibióticos, nos prestamos a operaciones de cualquier tipo para mejorar nuestra salud o tras sufrir un accidente, cuidamos nuestros hábitos de vida para evitar el colesterol o la diabetes. Incluso comer y beber nos sirve, básicamente, para no morir de inanición o deshidratados.
ResponderEliminarEn definitiva, que la mayoría del tiempo lo dedicamos a no morir. Y es una costumbre difícil de cambiar, por muy cerca que esté uno de su final.
Luego hay un punto que, por mucho que uno quiera estar preparado espiritualmente, nadie ha acabado de aclarar. ¿Qué hay después de la muerte? Porque no es lo mismo prepararse para pasar la eternidad vagando por el cielo, infierno o planos en otras dimensiones conservando algo de nuestra consciencia, que esperar sencillamente a dejar de existir.
Para eso mismo creo yo que se han inventado las religiones. Para poder esperar algo, para conservar alguna esperanza en ese preciso instante. Luego, como todo lo que maneja el ser humano en este mundo, han acabado pervertidas y se emplean para manipular a la gente, aunque la idea de poder continuar existiendo, de algún modo puede ser muy válida para consolar a una persona en el momento de su muerte. ¿Y quién soy yo para dudar de su eficacia cuando viene avalada por siglos de experiencia? Así que no descarto convertirme a alguna religión justo antes de morir para destemplar mis sudores fríos, por lo que pueda pasar. Si me da tiempo, claro.
es verdad que el instinto de supervivencia es el más fuerte que tenemos los seres vivos y ese instinto nos ata a la vida hasta cuando ya no existe ninguna posibilidad de seguir vivos. Gracias a ese instinto, las especies perduran hasta que una catástrofe sobre la que no tienen ninguna posibilidad de influir, las extingue. Pero los humanos a veces utilizamos la inteligencia para llevar la contraria al instinto y eso también nos hace perdurar, sin embargo, en el caso de la muerte, nos dejamos llevar más por el instinto que por la inteligencia. Tanto es así, que, como tú decías, nos inventamos la religión, para seguir de alguna forma vivos.
Eliminarcomo siempre muy acertado y muy ameno
ResponderEliminarmuchas gracias, ese es el aliciente
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