Todos los días, al salir de mi casa, veía a un niño
asomado a su ventana. Tenía un brillo extraño en la mirada como si además de
estar ahí, en su habitación viendo pasar gente, estuviera también en otro lugar
o en otro momento. Un día estaba vestido de húsar y se me ocurrió saludarle a
la forma militar, llevándome la mano a la sien hasta tocarla con la punta de
los dedos con una disciplina de juguete que él tomó como real. El niño me
devolvió el saludo poniéndose firmes con gran solemnidad como si en ese momento
le fuera a poner el mismo Napoleón la medalla al valor. El muchacho mantuvo la
posición de firmes, el pecho fuera y el codo a la altura del hombro, como
tiene que ser, hasta que yo desaparecí de su campo de visión. Supongo que después
se relajaría y seguiría jugando a que se encontraba en una carga de caballería.
A partir de ese día cada vez que nos veíamos nos
saludábamos así, a la forma militar, llevándonos la mano hacia la ceja, yo con
una sonrisa, él con más gravedad. Ya se sabe que los niños viven sus fantasías
con un realismo que convierte lo imaginado en la única verdad.
Poco a poco el niño fue creciendo y llegó un día a
partir del cual ya no volví a verlo. Supongo que se iría a estudiar fuera, más
tarde a la universidad, después se
casaría…
Años más tarde llegó lo que todos temíamos, y sí, volví a ver al
niño de la ventana. Se había convertido en un joven grande, fuerte y con toda
probabilidad arrogante pero aún mantenía intacto aquel brillo en la mirada.
Estaba vestido de militar, me reconoció y por un momento pensé que me saludaría
como tantas veces habíamos hecho en el pasado. Pero no lo hizo; lentamente
levantó la mano que empuñaba un sable y al bajarla, doce descargas de fusil
estallaron al unísono rompiendo un silencio que ya empezaba a ser sepulcral.
Fue lo último que escuché.
perdón por el taco, pero joder, qué fuerte. La historia es muy... pues eso, joder qué fuerte.
ResponderEliminarpuedes utilizar todos los tacos que quieras. Sí, puede ser un poquito fuerte...
EliminarA menudo puedo detectar, en niños de mi entorno familiar, unos valores cívicos un tanto dudosos. Nunca pongo en sobre aviso a los padres (a no ser que el crío me incordie demasiado) por falta de confianza, y porque considero que no soy nadie para decir a unos padres como deben criar a sus hijos, pero siempre intento imaginar en la clase de personas que acabarán convirtiéndose esos niños cuando esas actitudes graciosas (al menos para los padres) resulten odiosas pasada la niñez.
ResponderEliminarPero, bueno, tampoco le doy muchas vueltas. Seguramente no todo esté en manos de los progenitores.
Me ha gustado el cuento y, como ya has podido comprobar, me hizo pensar.
Saludos.
Efectivamente: de la educación que reciben los niños en la infancia (y los juegos forman parte de la educación), depende cómo serán de adultos. En gran medida, digamos que es un factor determinante (aunque no el único).
EliminarGracias.
esta historia parece una metafora de como se tienen que sentir los votantes del PP. Creo que soy un poco retorcido, ¿no?
ResponderEliminarsí, ja ja ja ja. sobre todo por la reforma en la educación de Wer..
Eliminart. Es la "t" que se ha soltado antes...
EliminarPor cierto, no lo he dicho, pero este cuento está escrito para festejar el día de hoy, que como ya sabéis es el día de las FFAA.
ResponderEliminarComentar o no comentar en esta ocasión!
ResponderEliminarEs una buena historia, felicidades una vez más. Pero me apena lo que percibo en los comentarios de los seguidores. Demasiados arquetipos. Supongo que por ser militar me siento así.
Por lo menos en este país, los militares no son seres trasnochados y fascistas. Son gente que sienten y padecen, como todos vosotros. Nosotros además, con nuestro trabajo, intentemos garantizar vuestra maravillosa comodidad.
Touché. Como desagravio, te prometo que escribiré un cuento donde se ponga de relieve lo que reclamas con justa razón. Permanece atento a esta pantalla.
Eliminarabrazote ;-))