lunes, 3 de septiembre de 2012

Mi gato



Había un filósofo que establecía tres niveles de conversación. En el más bajo, el que no aporta nada interesante para nadie, es cuando hablamos de nosotros mismos. Cada intervención suele empezar siempre de la misma manera: a mí lo que me pasa… lo que a mí me gusta,… yo no soporto,… Es una conversación en la que por riguroso turno cada participante cuenta asuntos intrascendentales para el resto, pero que todos escuchan porque saben que es la única manera de asegurar que luego van a ser escuchados. Ninguno presta atención, por supuesto, pero eso es lo de menos, lo que importa es tener la oportunidad de hablar de uno mismo.
En el segundo nivel de conversación, hablamos de los demás, y aunque eso tiene mucha más gracia, sobre todo si desvelamos algo que debería permanecer oculto, sigue siendo una conversación de bajas exigencias intelectuales.
Finalmente, decía el filósofo, está el nivel más alto de conversación posible y es cuando hablamos de las ideas. Cada cual ha de argumentar, documentar, ilustrar su particular punto de vista de forma que resulte interesante, convincente y siempre de forma amena. Total nada. Por eso yo siempre prefiero quedarme en el primer nivel y hablar solo de mí, y eso es lo que voy a hacer ahora mismo. Es que me pasa cada cosa que no es para menos.
Tengo un gato al que me unen muchas cosas, pero nunca sospeché que también íbamos a compartir la trivalente felina, una vacuna, como casi su propio nombre indica, que entre otras cosas, previene contra la panleucopenia, o eso creo yo.
El caso es que llevé a Renato, que así se llama mi gato,  para que le pusieran la inyección y lo primero que me hizo pensar que las cosas no iban bien, es que una vez dentro de la consulta, el veterinario me pidió que me remangara la camisa. Yo, aún ignoro por qué, le hice caso. Después me puso la gomita elástica, me pidió que abriera y cerrara el puño un par de veces y sin preguntar si tenía algún síntoma del retrovirus de la panleucopenia, me puso la vacuna tan ricamente. Renato me miraba entre fascinado y satisfecho dentro de su jaula. El veterinario se apartó con profesionalidad y según tiraba a la papelera la inyección desechable, me comentó ufano:
    -Tiene usted unas venas que son una delicia. Tan salientes, tan localizables, tan fáciles de ver,… ojalá todos mis gatos fueran como usted.
    -Ya, pero es que yo no soy un gato –protesté.
    -Va, va, tonterías. No se puede imaginar el trabajo que da poner una inyección a un bicho de esos. No hay quién les pille la vena, con tanto pelo. Y luego se ponen hechos unas auténticas fieras. Ande, tómese usted estas pastillas después de cada latita por si le hace reacción, y vuelva por aquí dentro de cuatro meses que le toca la antirrábica.
Yo, guardé las pastillas en un bolsillo, cogí a Renato y nos fuimos de la clínica veterinaria, bastante desconcertados los dos. Hasta dentro de cuatro meses.


4 comentarios:

  1. Pues mira, así empiezan los superhéroes. Peter Parker se convirtió en Spiderman tras ser picado por una araña radioactiva y, a lo mejor, tu te conviertes en Catman por haber recibido una vacuna gatuna. Tus poderes serían ronronear, arquear el lomo, beber leche en un platito y cazar super-ratones. Aunque, claro, habiendo ya una Catwoman que, encima, esta buena, no te auguro un gran futuro.

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  2. Precisamente la existencia de catwoman es un aliciente más (bueno, quizá el único) para convertirme yo en catman. De todas formas, me mola más el papel de rataman y estoy dispuesto a un combate de lucha libre para ver quién es ayudante de quién.

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  3. catwoman está como un queso, precisamente para atraer a los ratones, ¿no? Muy buena tu anécdota, la verdad es que te pasan unas cosas... que te sigan pasando y contándonoslas

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    1. gracias por estar atento a lo que me pasa. No te lo pierdas dentro de cuatro meses. Lo de catwoman puede ser, puede ser...

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