Últimamente no paro de
darle vueltas a un asunto vital. Bueno, más que vital, mortal, porque se trata
de la muerte. La conclusión a la que he llegado es que no sabemos cómo actuar
ante este hecho universal e inevitable y mantenemos una actitud completamente
equivocada. En lugar de aceptación, hay rebeldía (lo cual es absurdo) y nos
aferramos a la vida desesperadamente ignorando que esa disposición solo conduce
al sufrimiento. Yo creo, que después de tantos años de evolución, podíamos
haber avanzado algo en la comprensión de nuestra finitud, pero nada.
Edward Hopper, sí lo
entendió, y en el último cuadro que salió de su estudio aparecen dos cómicos
sobre un escenario, cogidos de la mano, despidiéndose de su público. Son él
mismo y su mujer (su eterno modelo) que morirían poco más tarde.
¿Os imagináis a un actor
que al final de la representación se niegue a dejar el escenario, abriendo
desesperadamente de nuevo las cortinas para que la función continue aún
sabiendo lo inutil y patético de sus esfuerzos?. Pues eso es justo lo que
hacemos.
-Vale, me parece fenomenal, pero tú nos ibas a
hablar de asociaciones, o al menos ese es el título de este… como lo quieras
llamar.
-Es verdad, tienes razón, y de eso es
precisamente de lo que voy a hablar, de asociaciones, pero antes quería crear
el contexto apropiado.
-Bueno, pues ya está creado, ¿ahora qué nos
cuentas?
Ya sabemos que el hombre
es un animal social y esta circunstancia le lleva a buscar vínculos con otras
personas. Al hombre le gustan las asociaciones. Así, buscando congéneres con
los que sentirnos unidos por aficiones comunes, hemos llegado a crear la
asociación de comedores de hamburguesas gigantes, el círculo de seguidores del
Señor de los Anillos, el club de lanzadores de guisantes o cualquier otra cosa
que se nos ocurra por disparatada que sea.
Yo no soy proclive a
pertenecer a ningún club, pero comprendo la existencia de su gran variedad, los
respeto, siempre que no sean ilegales, y sobre todo: me traen sin cuidado. Bueno, me traen sin cuidado hasta cierto
puento, pues como en todo hay excepciones y la naturaleza de ciertas
asociaciones puede llegar a preocuparme, además de dejarme bastante
desconcertado. Y este es el punto al que yo quería llegar. Por fin.
Resulta que existe una
asociación de médicos católicos, incluso una federación internacional de
asociaciones médicas católicas. Mi primera pregunta es, ¿por qué y para qué se
asocian los médicos de una determinada religión? ¿Habrá también una asociación
de médicos budistas? Este tipo de asociación ya no me resulta indiferente,
porque me imagino por donde van los tiros;
está claro que no es la medicina lo que les une, sino su práctica bajo el
sometimiento a unas normas
católicas que no comparto en absoluto. Dentro de las causas por las que yo
puedo necesitar un médico se encuentran muchísimas que llevan o pueden llevar
implícito un dolor, y hay galenos que comparten la idea de que el sufrimiento
final es algo con lo que debemos contar (además santifica), justo lo contrario
de lo que yo pienso.
Hace poco escuché en la
radio un debate sobre los cuidados paliativos y la eutanasia, donde un sacerdote decía que eso de la muerte digna sin dolor era una
solemne memez, pues Jesucristo murió en la cruz en medio de enormes
sufrimientos y no existe un mejor ejemplo de muerte digna que el suyo. Claro,
ese tipo de gente está muy bien en un púlpito (o no) dirigiéndose a sus
seguidores, pero se te pone la piel de gallina pensar que su opinión va a ser
la que determine cómo pasarás tus últimos momentos de vida (sobre todo si te
ponen como ejemplo a un hombre torturado), y supongo que esa es la opinión que
prevalece en las asociaciones antes aludidas. Asociaciones que, insisto, me resultan poco tranquilizadoras
por su posible aplicación sobre mi indefensa persona, no porque sean católicas
o lo que quieran ser. Por ejemplo, si existiera una asociación de ingenieros de
caminos católicos, o de físicos termonucleares católicos, no me preocuparía lo
más mínimo, aunque no sabría para que se asocian. En el caso de lo médicos sí
lo sé y eso es lo que me preocupa.
En efecto, podemos darnos por muertos. Me parece buena excusa para no tomarse nada muy en serio. Muchos de los males que nos acechan derivan de la ilusión de inmortalidad tan extendida en occidente, como por ejemplo el afán por acumular y mangar.
ResponderEliminarefectivamente, la asunción de la muerte es una cuestión cultural. Hay otras culturas donde la muerte se festeja, incluso se organizan banquetes de despedida. En la nuestra, en otros tiempos, se contrataban plañideras para asegurar que en la ceremonia habría alguien llorando. Es decir, la tristeza tenía que estar presente de forma obligada. Eso marca.
ResponderEliminarEs que la muerte, se mire como se mire, es triste. Para que una cultura festeje con alegría la muerte, es necesaria la firme y muy extendida creencia en un más allá, sea del tipo que sea. Nuestra sociedad, la sociedad occidental, tan laica y descreída ella, no contempla la muerte como una transición, sino como lo que realmente es: un salto al vacío, la aducción por la nada, la definitiva ausencia. Algo triste, en cualquier caso, y una clase de tristeza que no admite consuelo.
ResponderEliminarClaro que puede argüirse que, siendo la muerte, como es, algo natural, deberíamos asumirla con alegre naturalidad. Difiero. También las avispas son naturales, y no por ello dejan de joderme cuando me pican.
Querido César, la muerte claro que es triste, pero solo la de los demás, y no la de todos. La muerte propia, ni es triste ni deja de serlo, pues carece de perspectiva para que pueda ser cualquier cosa distinta a lo que únicamente es. Insisto, es triste o da risa mientras estás en un lugar desde donde poder juzgar lo que es, pero luego solamente es una cosa: nada.
EliminarJoder, qué mal rollo, tío.
Disfrutemos mientras tanto, voto a tal.
Hoy celebramos S. Juan y pienso chamuscarme las pelotas saltando un hoguera, lo demás, ya veremos.