Hay algo que siempre me ha
llamado la atención y es, lo que yo llamo, el misterio de la tetera. O para
darle un toque más literario, el misterioso caso de la tetera. Es un misterio,
o un fenómeno, no lo sé. A veces es muy difícil discernir entre algo que
obedece a un plan preestablecido por alguien con la intención de que no resulte
evidente (misterio), de lo que es fortuito y puro capricho de la naturaleza
(fenómeno). El caso es que todas, y cuando digo todas me refiero al cien por cien,
de las teteras que existen en cafeterías, bares y restaurantes de Madrid, son
iguales. He tenido ocasión de comprobar que coinciden con las que se ven en
otras ciudades y pueblos de España, por lo que de momento hay que felicitar a
los distribuidores. No existe nada que las diferencie, todas son del mismo
modelo. Acero inoxidable, aspecto de pucherete, con un asita plana que siempre
cogemos con tres dedos, y una tapita que suena “clak” cuando la cerramos
después de comprobar que en el interior de la tetera hay exactamente lo que ya
sabíamos que había sin necesidad de abrirla.
Modelo único, sí, y ahora
viene aquello que la convierte en un misterio (o un fenómeno): se trata a todas
luces de un cacharro extremadamente inútil. El modelito está diseñado para que
indefectiblemente el té se desborde al servirlo, por mucho cuidado que uno
ponga en evitarlo. Son teteras fabricadas para manchar de té lo que haya
alrededor. No cabe otra explicación, pues hay teteras (las que cada uno tiene
en su casa) que no dejan derramar ni una gota, o sea que no es culpa del té. Es
fácil observar en las mesas de cualquier cafetería, cómo sorprendidos clientes
saltan con presteza sobre el servilletero a proveerse de unas cuantas
salvíficas servilletas de papel para tratar de secar su teléfono móvil, o la
carpeta con valiosos documentos, ya, manchados de ocre con limón para siempre.
Pues bien, a pesar de la
certeza de que el té se derramará por doquier con profusa generosidad en el
momento de intentar servirlo, la dichosa tetera mantiene su dominio sin
permitir que otros diseños más acertados se establezcan en el mercado.
Lo que decía, todo un
misterio. O un fenómeno, qué sé yo. En cualquier caso un exitazo de ventas.
En cuanto vas a cualquier sitio, ya se sabe, garrafón.
ResponderEliminarSí, garrafón por los pantalones...
ResponderEliminarHe meditado sobre esta cuestión desde que publicaste la entrada. No porque no conociese el asunto (¿quién no ha tropezado con una de esas teteras?), sino preguntándome la razón de esa sorprendente supervivencia de un error evolutivo. Porque los objetos, en teoría, deberían seguir la ley de Darwin; es decir, sólo sobreviven los más aptos. Y esa teteraa, evidentemente, no son ni siquiera un poquito aptas. ¿O sí? Se me ocurren dos posibilidades no excluyentes:
ResponderEliminar1. Esas teteras parten de un diseño equivocado, pero están muy bien fabricadas y son tremendamente resistentes. No se estropean, así que duran muchísimo; probablemente más que una vida humana. Como los dueños de los establecimientos no quieren gastar dinero, las mantienen en uso y, por malas que sean, no piensan cambiarlas hasta que se rompan. Pero no se rompen, así que ahí están, atormentando a generaciones de consumidores.
2. En una tetera no cabe una taza de te, sino dos. Por otro lado, el te es una consumición muy barata. Así pues, un cliente se sienta a una mesa y puede tirarse una hora ocupándola mientras se toma tranquilamente sus dos tazas de te. Ahora bien, si al servir la infusión la mitad del contenido de la tetera se derrama sobre la mesa y los pantalones del cliente, éste sólo dispondrá de una taza de te y ocupará la mesa la mitad del tiempo. O menos, porque al estar incómodo con los pantalones mojados es probable que se largue antes. Esto redundaría en los beneficios del negocio y demostraría que esas teteras son evolutivamente perfectas... para los dueños de los establecimientos.
Desde un punto de vista darwiniano no puedo estar más de acuerdo con la segunda posibilidad. Si, pero como tú dices, no es excluyente con la primera, sino complementarias. Verás: la tetera, empezó su vida (la de los primeros ejemplares), siendo una tetera que cumplía correctamente con su trabajo, en un ambiente en el que tenía que competir con otras teteras que pugnaban por hacerse un hueco en su hábitat natural (restaurantes, bares, cafeterías...). Y ahora viene la segunda causa que señalas tan acertadamente: la única manera de ser dominante en ese mundo era contar con una ventaja competitiva que fuera evidente a los ojos del dueño del establecimiento, y fue cuando poco a poco, desarrollaron su capacidad de ser inútiles pues dejaban derramar su contenido sobre los pantalones de los clientes que ante la incomodidad de sentirse húmedos sin causa que mereciera la pena, se iban sin consumir la segunda taza, es decir, en menos tiempo del que hubieran estado de tener una tetera perfecta.
ResponderEliminarLa estrategia es perfecta pues mientras las otras teteras del entorno trataban de resultar perfectas, herméticas, sin peligro de desbordamiento, la "triunfadora" eligió un camino totalmente contrario que la llevó al éxito y predomino absoluto. El resto, ya lo sabemos, se extinguieron.
Excelente trabajo, profesor Zarco.
y ahora viene el momento de la publicidad: no dejéis de leer La Isla de Bowen. No tiene nada que ver con teteras y aún así, por increíble que parezca, resulta divertido.
Estáis completamente confundidos. Se trata de un trust. De un gran trust organizado para monopolizar el mercado y controlar los precios en su propio beneficio (como todos los trusts, si a eso vamos). La empresa que monopoliza el mercado mundial de teteras para hostelería y la que controla el 99% del de servilletas de papel llevan tiempo unidas en un acuerdo secreto que acabará pronto con los bosques del Amazonas si alguien no lo remedia...
ResponderEliminares cierto, no habíamos caído en la evidente maniobra conjunta. Incluso, y no es por pensar mal, me imagino que también están involucradas tintorerías (el té con leche es una mancha difícil), ¡y hasta P&G! ESte asunto seguro que no es ajeno al Club Bilderberg, ¡Incluso la Triada Masónica!
Eliminarpues pedid café, que es lo que yo hago..., ¡indignaos y yastá!
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