Me levanto por la mañana y lo primero que hago, después de desayunar y pasar cerca de cuarenta minutos en el cuarto de baño tratando de empezar el nuevo día mejor de cómo dejé el anterior, es encender mi ordenador. Me pide una contraseña. Luego conecto el disco externo para tener siempre un backup (da miedo tener algo con semejante nombre pero es imprescindible, por lo visto) y me vuelve a pedir otra contraseña. Entro en mi correo para gastar una hora en atender mailes (esta palabra ya no da miedo), completamente prescindibles la mayoría, y por supuesto tengo que introducir previamente otra contraseña.
A partir de este momento, mientras esté conectado a Internet tendré que repartir contraseñas y códigos secretos a diestro y siniestro en un número incalculable, como hisopazos de un cura loco ante la feligresía ávida de bendiciones.
A veces, al entrar en una nueva página hasta entonces desconocida o en el blog (esta palabreja es simpática) recomendado por un amigo, tengo que proponer una contraseña para ser admitido. Ese es un momento delicado que no tiene retorno. Trato de poner algo sencillo de recordar, por ejemplo el nombre de mi gato, pero oh, qué mala suerte, ya está cogida por otro usuario, no sé si porque tiene un gato con el mismo nombre o por otra casualidad. Busco una alternativa pero el sistema de seguridad del dichoso blog, que por otro lado ya ha dejado de interesarme, me recomienda que busque otra más segura pues la que torpemente he elegido resulta demasiado facilona para los criterios de seguridad del administrador del dichoso blog (ya me cae peor la palabrita de marras). En este momento pienso dos cosas. La primera, ¿es necesario una contraseña segura para subir comentarios a un blog.? No me imagino a ningún maleante intentando suplantar mi personalidad para colocar sus comentarios como míos, pero transijo y pienso otra contraseña con la idea de que mi próximo gato en lugar de llamarse Renato, que por lo visto es obvio para cualquier suplantador de personalidades, le llamaré AnqujiokatuMp147act87cAtimPataplimbas. A fin de cuentas, llamándose Renato tampoco atiende.
Los teléfonos móviles también se las traen. Alguna vez me he quedado sin batería después de llevar meses encendido, y para volver a conectarlo me ha pedido el pin. Yo, por supuesto, no he sabido que decir, se ha bloqueado y me ha pedido el puk. Peor, claro.
Tengo una libreta con multitud de contraseñas que confundo sistemáticamente a la hora de aplicarlas. Esa es la razón por la que en mi casa hay cientos, quizá miles, de ordenadores, teléfonos y otros dispositivos que nos hacen la vida más fácil y cómoda, totalmente bloqueados sin que nadie pueda usarlos a pesar de encontrarse en perfecto estado. Por culpa de las malditas contraseñas que no consigo recordar en su inmensa mayoría. Qué mundo.
Siento no poder hacer ningún comentario, pero he olvidado la contraseña...
ResponderEliminarUn problema es, en efecto, olvidar todas esas claves que cada vez más son fundamentales para vivir. Pero hay otro problema, no por menor menos lacerante: no olvidarlas cuando ya no son necesarias. Por ejemplo, los números de teléfono.
ResponderEliminar2233216
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¿Te suenan? Los conoces y seguro que te los sabes de memoria, como yo, ¡pero ya no sirven para nada! Pues bien, esas cifrs están ocupando espacio en mi cabeza, cuando ese espacio podría dedicarlo a recordar la fechas de las batallas de Guadalcacete, de Aljubarrota y del Salado, que tampoco me serviría para nada, pero me haría quedar de lo más culto.
jeji
ResponderEliminarSi es que la tecnología tiene todavía mucho camino por andar. Siempre he dicho que los ordenadores serán de verdad la Hostia el día que uno les pueda hablar y decirles ¡ordenador, haz esto! ¡Ordenador, mira si tengo correo de Mari Pili, y si me pide las fotos del finde, las coges de la cámara, se las adjuntas y le dices que no se olvide de comprar huevos para la tortilla de papas! Con las contraseñas, tres cuartos de lo mismo; si un trasto de estos no sabe con quién está hablando, es que le queda mucho de mejorarse. ;-P"
ResponderEliminarlo peor y más hiriente es que tanta contraseña y código de seguiridad, luego no vale para nada. Una vez que has encendido el ordenador o el teléfono, todo queda registrado. Vas dejando un rastro por todos los sitios que visitas en Internet, que tienes que andar con un ojo que ni te cuento(siempre hay motivos para no querer dejar pistas sobre los lugares que visitas, o los mensajes que recibes, envías o de momento mantienes secretamente en borrador sin atreverte a mandarlos).
ResponderEliminarMe alegra que digas eso, Paco. Sabía yo que no era el único.
ResponderEliminarCésar, es curioso que de los tres teléfonos que dices, el único que sigue operativo, no lo está, sin embargo, quién debería contestar.
Sí, Pascu, aún está por redondear el invento, eso está claro.
Anónimo: no voy a decir hasta qué punto tienes razón, no. Es más, no entiendo por qué dices eso.