Todos somos caprichosos y a todos nos gustan ciertas cosas en un momento dado y en otro diferente dejan de gustarnos. Eso es inevitable y a nadie le parece extraño, lo que sí resulta llamativo es que nos pongamos todos de acuerdo en apreciar ciertos objetos de forma unánime y a continuación y con la misma facilidad, ignorarlos. No me refiero a la moda que ya sabemos que está dirigida por intereses comerciales, sino a un impulso colectivo que se produce de forma inconsciente sin que medie la voluntad de nadie. De repente, por ejemplo, dejan de fabricarse paragüeros, o al menos, la gente ya no los pone en sus casas. Yo recuerdo de pequeño que en mi casa y en casa de mis abuelos y en las casas de mis tíos y de los tíos, las tías, abuelos y padres de mis amigos, en todas, digo, había un paragüero nada más entrar (claro, perdería su sentido si lo pusieran lejos de la puerta de entrada). Ahora, sencillamente, es un artilugio que ha dejado de existir. El caso es que sigue lloviendo de la misma manera y de hecho, se siguen comprando paraguas, supongo que con la misma asiduidad que antaño. ¿Dónde se dejan una vez que estás a resguardo de la lluvia dentro de una casa? Yo no lo sé pues he de reconocer que no uso paraguas. Menos paragüero.
Lo mismo le sucede a otro objeto odioso y repulsivo y que sin embargo, parecía vital en su momento. Me refiero a las escupideras. En las casas de bien, había una en cada rellano de escalera. Por supuesto proliferaban en todos los lugares públicos, a veces, acompañadas del nada glamuroso cartelito de “se prohíbe escupir en el suelo”. ¿Qué ha sido de nuestras flemas? Nadie lo sabe y nadie está interesado en averiguarlo pues el asunto da un poco de asco.
Otro tanto, y en la misma línea de detritus rinólogos, ha pasado con los pañuelos de nariz. Antes no había un día de la madre en que no se vendieran toneladas de pañuelos de nariz primorosamente bordados para nuestras abuelitas. Era su regalo indiscutido al que acudíamos con la certeza de acertar y la tranquilidad de no tener que estrujarnos la cabeza buscando otra opción por el mismo precio. ¿Han dejado de moquear las abuelas, o simplemente ya no nos importa que lo hagan a nariz suelta?
Podíamos enumerar un sinfín de objetos caducos, como pitilleras, monederos para caballeros (curiosamente las carteras de las mujeres llevan acoplado un compartimiento para guardar las monedas, inexistente en las carteras de los hombres. Por cierto, ¿por qué hacen diferentes unas y otras, si su función es la misma para ambos sexos?), agendas de bolsillo, bambas de nata,... en fin, cosas que ya no forman parte de nuestras vidas y que han sido reemplazadas por otras de las que no nos desprenderíamos ni bajo amenazas (véase el móvil) hasta que les llegue su hora de forma natural y pacífica como a todo lo que existe y dejará de existir.
Que gran verdad y que observacion tan curiosa. Me gusta.
ResponderEliminar¿Y qué me dices de las combinaciones? Cuando yo era pequeño, todas las mujeres usaban combinación, y ahora probablemente ni existen (las combinaciones, no las mujeres). ¿Y las reglas de cálculo? Sustituidas por la electrónica, claro, igual que los pañuelos de tela han sido erradicados por los kleenex. Los paragüeros siguen existiendo en lugares públicos, como las tiendas, pero no en las casas, es cierto. Las escupideras eran una guarrada, reconozcámoslo. Lo cierto es que se ha perdido la costumbre de escupir, lo cual me parece muy bien.
ResponderEliminarAún se venden monederos para hombres, aunque no se utilizan mucho. También hay carteras masculinas con monedero. Pero todas las carteras femeninas tienen monedero, cierto. Supongo que eso se debe a que los hombres usan pantalones (con bolsillos), mientras que muchas mujeres usan falda (sin bolsillos). La diferencia entre carteras para hombres y para mujeres suele residir en el tamaño. Los hombres llevan la cartera en un bolsillo, así que esaas carteras deben caber en un bolsillo. Sin embargo, las mujeres la llevan en el bolso y, por tanto, las carteras pueden ser más grandes.
Dejando aparte las modas, la existencia de determinados objetos depende de las costumbres y las necesidades; cuando éstas varían, muchos objetos desaparecen.
Es verdad, César, lo de las combinaciones, pero tienen bien merecida su extinción. Un invento cuya función principal es evitar que el vestido se pegue al contorno femenino y privarnos de un avance de lo que hay de mollar, no puede en un mundo sensato pretender perpetuarse. Una combinación es como un miriñaque evolucionado. Aún así, reconozco que cuando era pequeño también me parecía una prenda que merecía la pena tener en cuenta. ¿Y qué me dices del cancán? Eso sí que estaba bien, no se por qué extraños motivos, pero estaba muy bien, a pesar de que estaba más cerca del miriñaque que la combinación.
ResponderEliminarY es que en ese tipo de prendas, hay matices que se escapan de lo meramente racional, ¿no te parece?
creo que hay una relación directa entre la desaparición de las escupideras y la generalización del uso de los pañuelos desechables. Lo de guardarse el gargajo en el pañuelo de tela producía una desagradable, húmeda, sensación en el pantalón que llevó a la proliferación de dichos artilugios.
ResponderEliminarPero la campaña llevada a cabo por el Sindicato Británico de Limpiadores de Depósitos de Flemas (British Union Deposit Phlegm Cleaners) para transformarse en el Sindicato Británico de Repartidores de Toallitas Húmedas en los Trenes (Deliverers Union of British Trains Wipes) tuvo éxito y allí fue el principio del fin de una tradición que hecho de menos, para algo Antonio Martín Caruana me enseñó en el San Alberto Magno a acertar con mis lapos a casi 10 metros de distancia. Si podía clavártelo entre los ojos (rigth betwen the eyes), más aún podía acertar en una escupidera, y para una cualidad que tiene uno...
ostras, es verdad, Martín Caruana un genio tocando la batería, al menos era bastante bueno. lo de los lapos me lo imaginaba aunque nunca lo vi en acción
ResponderEliminarel famoso Ñete de la primera etapa de Nacha Pot, ¿o era Paul Pot...?
ResponderEliminarSi quieres la próxima vez que nos veamos te introduzco en el tema del lapazo, pero mejor en tu casa que en la mía...