No entiendo por qué los años empiezan el uno de enero en lugar de hacerlo el uno de octubre. O ya puestos, el tres de octubre, que era cuando empezaban las clases en el colegio. Todos los de mi generación fijamos como origen de las actividades anuales en el uno de octubre. O el tres. También las editoriales, que es el momento en que lanzan sus revistas coleccionables, o eso hacían cuando había kioscos. Pero me da igual, la cosa no va de eso, sino de esto otro:
Todos los años, a principios, es decir el uno de octubre o el tres, es cuando me hago mis chequeos de salud. Análisis y esas cosas en las que no voy a profundizar. Por lo visto no soy el único, según me dijo una enfermera mientras me sacaba sangre como para hacer un kilo de morcillas. En estas fechas de inicio del año, es cuando nos acordamos de que tenemos cuerpo y que conviene mirarse los niveles de todo lo que le hace funcionar correctamente. Luego, con los resultados, vas a los especialistas y resulta que no hay fechas por los mismos motivos. Peo me da igual, la cosa tampoco va de eso, sino de esto otro:
Este año, a principios, como todos los anteriores, cumplí con el ritual descrito y ya me han dado los resultados. Tengo todo, absolutamente todo, con unos niveles de máxima perfección. No sólo no tengo nada por lo que preocuparme, sino que mis resultados son para felicitarme efusivamente por tener semejante cuerpo. Tan solo, en uno de los informes, al final, aparece una nota discordante con el resto. Cito textualmente: Se recomienda vigilar la ingesta de grasas saturadas, dado que su consumo excesivo podría resultar contraproducente en individuos muy jóvenes.
Tengo que añadir que el documento viene encabezado por el nombre del paciente. Pertenece a Ana María Morales. Vale, no soy yo, y con tanto ajetreo en estas épocas del año, es fácil que se produzca un error, pero me da exactamente igual. Me lo quedo como mío. Eso sí, procuraré tener cuidado con la ingesta de grasas saturadas.

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