Todos los años nos deseamos feliz año nuevo, sabiendo que de nuevo no va a tener nada. Y más nos vale. Cada vez que estrenamos un año, nos sale peor que el anterior. Dentro y fuera de España.
Dentro, confundiendo la Luna con el dedo que la señala. Hay un defraudador reconocido y cuando lo señala el dedo de la Ley, todos nos fijamos en el dedo y el defraudador bailando claqué vestido de gorila al fondo, sin que a nadie le llame la atención. Es más importante fijarse en que el dedo de la Ley tiene caca en la uña.
Fuera, tenemos a un estado dirigido por un acusado de corrupción que para desviar la atención, mata a Dios Bendito si es necesario. Un corrupto que confunde el derecho a la legítima defensa con una guerra de ocupación y aniquilación. A posta. Y a casi nadie le parece mal del todo, o al menos, no tan mal como para denunciarlo sin medias palabras ni medias tintas ni medias naranjas, que para media naranja ya está USA.
Siria, Putin, Ucrania, Yemen y los chinos, han pasado a segundo plano, si será gordo lo que aparece en el primero. Pero hay colas para comprar lo que sea, y mientras eso sea así, lo demás carece de importancia.
Este año como novedad, hemos traído a los elfos y sus absurdas huellas de barro pequeñitas en el pasillo. Dentro de otros pocos Años Nuevos, celebraremos en nuestras casas el Día de Acción de Gracias. Ya todos sabemos que el Black Friday se celebra el último viernes de noviembre, pues id aprendiendo que el cuarto jueves, toca pavo. Y nos los venderán cuadrados para que quepan perfectamente en el horno aprovechando al máximo el espacio.
Y para visitar los puestos de Navidad de la Plaza Mayor, que era lo único que me gustaba, tendremos que pedir cita previa por Internet. Y la Gran Vía de Madrid... mejor no os cuento cómo estaba ayer. Qué caramba, sí os lo voy a contar, porque para eso he empezado. Estaba llena de tradición. Una tradición que se nos ha ido de madre, se nos ha desparramado por todas las calles, plazas, portales... poniéndolo todo perdido de vasos de papel, botellas de plástico, otras de cristal rotas, latas de cerveza, envoltorios de Mac Donald's, servilletas del Starbucks... una delicia.
Lo malo de las tradiciones es que son impuestas y todo el mundo tiene que seguirlas, a diferencia de las costumbres que cada cual tiene las suyas. Yo tengo la costumbre de cagar en pelota, pero no se lo impongo a nadie, sin embargo todos me imponen a mí la tradición de no poder circular por la Gran Vía ciertos días del año.
De todas formas, para que veáis mi buena disposición, os deseo a todos un feliz año nuevo, aunque de nuevo no tenga nada. Besos y abrazos.
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