miércoles, 8 de julio de 2020

Vacaciones de verano







Los tiempos cambian una barbaridad. Esta frase seguramente es una de las más repetidas en la historia de la humanidad desde que nos dimos cuenta de que teníamos la glotis a la distancia apropiada para articular palabras. 
Todo cambia una barbaridad, sí, los veranos por ejemplo, son completamente diferentes a cómo eran no hace demasiado tiempo, pero no solo por su duración menguante, que es lo más evidente, sino por detalles que sólo advierte el observador profesional. Empezamos con las maletas. Lo que nos parece imprescindible ahora, ni sospechábamos que existiera siquiera hace algunos años y otras cosas que nos parecían irrenunciables, ahora ni las tenemos en cuenta. ¿Cabía pensar entonces, pasar unas vacaciones sin máquina de fotos? La única forma de levantar testimonio de los sitios tan maravillosos que visitábamos era a través de las fotografías. En papel. Un rito olvidado, pero antaño, antes de emprender el viaje nos comprábamos una buena cantidad de rollos de fotografía, de 36 exposiciones, para que no quedara momento de felicidad sin capturar. La ilusión tenía su momento de máxima emoción cuando a la vuelta llevábamos los rollos a revelar y pasábamos a recoger las copias en papel una semana más tarde. Siete días esperando el momento mágico de revivir los días de verano. En mi caso, me gastaba más dinero en rollos de fotografía y su posterior procesado que en hoteles. Siempre tiraba en diapositivas y compraba de varias sensibilidades, desde 100 ASA hasta 800, aunque los que más usaba eran los adaptables 400 ASA. Me llevaba un par de cuerpos de máquina y varios objetivos, hasta un carísimo flash, todo ello ordenadamente dispuesto en un primoroso maletín de fotógrafo que por cierto, a medida que avanzaba el día su peso iba siendo mayor. Al final de la tarde, pesaba cerca de la tonelada.
¿Qué queda ahora de todo aquello? Ni rastro. Desde que la fotografía es algo tan sencillo como mandar un whatsapp ha dejado de interesarme ni lo más mínimo. Hago fotos, sí, como todo el mundo con el teléfono, pero luego ni las guardo ni las archivo ni las ordeno, y tengo que confesar que mi toque artístico del que siempre he presumido a la hora de inmortalizar una escena, lo sigo manteniendo sin merma. Cualquiera puede pensar que lo que realmente me gustaba de la fotografía era sufrir con el maletín, pero esa es una visión malintencionada y superficial. Lo que realmente me tenía enganchado era la emoción del día que iba a recoger a la tienda de fotografía todos los carretes convertidos en diapositivas deliciosamente enmarcadas. Recuerdo llegar a casa ilusionado, montar la pantalla, poner todas las diapos (muchísimas) en los carros y… disfrutar de lo lindo con una sesión que duraba horas, pues cada foto era digna de los más variados comentarios.
Sí, los tiempos cambian que es una barbaridad.








1 comentario:

  1. disfruta de tus vacaciones que por lo que cuentas son envidiables. Gran cámara la Minolta, yo también tuve una... (teleobjetivos tipo erección jajajajajajaj)

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