viernes, 28 de febrero de 2014

Guerra









Los motores del viejo bombardero Whitley 683 bramaban tratando de impulsar al aparato a través de un aire denso, agitado y oscuro. John, acuclillado en una de sus torretas, escrutaba su alrededor buscando alguna forma sobre la que disparar su ametralladora M22. De vez en cuando, el fulgor de una explosión cercana le estremecía y le hacía encogerse  todo lo que un cuerpo humano puede llegar a hacerlo. El avión se retorcía con cada descarga como la bodega de una galera en medio de un temporal. Afortunadamente el ruido de los motores ocultaba el pavoroso crujir de las cuadernas. Luego, pasado el gran resplandor, John permanecía unos segundos con los ojos tan abiertos como los suelen abrir los ciervos abatidos segundos antes de morir; con la misma expresión de no comprender qué hacía agonizando. Entonces pensó que lo peor no es morir: lo peor es que te maten.


El mundo, 1000 metros más abajo, se abría en supurantes estallidos de tierra y barro. Los reflectores marcaban caminos de luz difíciles de seguir por las baterías antiaéreas que se movían en esperpénticos espasmos circulares. Johann esperaba su turno para salir. Por fin, una de las piezas necesitaba que alguien reemplazara a su artillero  que estaba pespunteado por las balas de un caza cumplidor de su deber. Johann salió de su refugio, apartó como pudo a su agujereado compañero, y se ajusto en el asiento  mirando hacia el cielo buscando, primero clemencia, y luego, algo que matar. De reojo contempló al soldado al que había sustituido y después al que esperaba turno en el refugio para sustituirle a él. Entonces pensó que lo peor no es que te maten: lo peor es no entender porqué te matan.


El comandante del avión trataba en vano de mantener la calma, pero era nuevo en ser bombardeado, y no paraba de temblar. Su copiloto, ocupado en desangrarse, ni decía ni aportaba nada. El artillero John, encogido en su tabuco, llamaba al sargento  insistentemente  sólo porque necesitaba ver a alguien. Mientras, las explosiones seguían sacudiendo el aire.


Johann, convulso y poseído por una vesania incontrolada, aferrado de forma epiléptica al disparador, acribillaba la nada. Hasta que agotó la munición. Entonces, se quedó inmóvil, echando de menos al sargento al que conocía desde apenas unas horas.


    -¿John, por qué no disparas?
    -¡Sargento, creo que nos han alcanzado!
    -Imposible chaval, esos de ahí abajo son incapaces de dar a la muralla china desde un metro de distancia.
Silencio.
    -Tengo frío. Mucho frío.


    -¿Te has quedado helado, muchacho?¿por qué no te mueves?
    -¿A cuántos he derribado, sargento?
    -Entre los que te has cargado tú y los que se caen solos, apenas quedan aviones en el aire.
    Una bomba reventó muy cerca de las líneas antiaéreas.
    -Ven a cubierto mientras traen más munición.


    -Sargento, no se vaya, creo que me he quedado sin munición.
    -No te preocupes, tenemos de sobra en el avión. Te la haré traer


    Llevaron más munición.


    Hizo que le llevaran más munición.


    Una explosión resquebrajó el suelo. Otra el aire. Ya no quedó nada.








Por cierto, El Ladrón de Nubes, también se vende en la librería Gaztambide de Madrid (C/ Gaztambide, 6) además de las que ya había. Lo digo por responder a varios estupendos visitadores que me lo han preguntado (uno, para ser exactos). Y por supuesto se puede pedir a la misma editorial en www.editorialonuba.es  (no poner.com porque sale otra cosa. Son así)




viernes, 21 de febrero de 2014

¿Quién mató a la estrella de la radio?






Hace tiempo escribí un artiblog en el que mostraba mi sorpresa ante el hecho de que diseños tan definitivamente malos, como la tetera de acero inoxidable omnipresente en bares y restaurantes, tuviera un éxito abrumador, tanto que aún se siguen encontrando modelos de reciente factura. Pues bien, de la misma manera, y en sentido contrario, hay objetos que eran, aparentemente, la mar de prácticos y justamente apreciados, y sin embargo han desaparecido de la circulación para siempre. Además, han desaparecido del planeta sin que otro objeto los haya sustituido haciendo lo mismo pero mejor, que es lo que habitualmente pasa. Nada, de repente hay aparatos que llegan a una vía muerta y ahí se quedan, sin continuidad y sin tener la oportunidad de evolucionar a un modelo que elimine los fallitos que pudieran tener los anteriores. Son neandertales tecnológicos, eliminados sin piedad por sus competidores, o quizá extinguidos porque nunca fueron lo que se dice necesarios. Por ejemplo, ¿qué pasó con los videotapes? ¿Ya nadie está interesado en grabar los documentales de leones de la dos, o el ciclo de cine negro que ya no ponen en ningún sitio? Sí, claro, si tienes canal plus, puedes grabar en el disco duro lo que quieras, pero es que antes, TODO el mundo tenía vídeo, y todo el mundo tenía alguna colección de películas o documentales o las actuaciones de Martes y Trece, en la boiserie. Ahora ya no queda ni la boiserie, lo cual es muy de agradecer, eso sí.
Esto solo puede significar dos cosas: o bien antes estábamos todos atontados por algo inútil, o bien ahora, todos estamos atontados por perdernos algo tan útil. Lo que no nos quita nadie es la tontería.
Lo mismo pasa con los contestadores automáticos. Lo normal en cualquier casa hace unos años, era ver el contestador, enorme armatoste, con su cassette, al lado del teléfono. Luego, esa función la suplantó un servicio de telefónica (evolución lógica, hasta aquí todo normal), y de repente, sin aviso previo, desapareció para siempre de nuestras vidas. Ya ni en los teléfonos móviles activamos la función de contestador. Hay que ver, con el buen papel que siempre han dado los contestadores automáticos en las novelas policíacas y en las pelis, que lo primero que hacía el detective al llegar a la escena del crimen era coger disimuladamente la cassette para escuchar todos los mensajes grabados. ¿Ahora cómo se resuelven los crímenes más espeluznantes?
También ha desaparecido el chándal como prenda para el fin de semana (excepto en Venezuela que lo lleva el presidente), o quizá lo que pasa es que sencillamente no lo vemos por la calle porque ya no hay videoclubs a los que ir a por la peli dominguera.
O tempora o mores.



viernes, 14 de febrero de 2014

El último correo






Hay días que solo traen disgustos, y últimamente cada vez son más los que tienen algo que ver con mi ordenador, con Internet, o con el correo electrónico. Quién me iba a decir a mí, que me iba a llevar un berrinche por peder mi lista de correo, pero sobre todo, quién me iba a decir a mí que yo iba a tener una lista de correo ¿Una lista de correo?, pero si hasta el nombre parece algo relacionado con algún negociado dentro de la maquinaria burocrática que entorpece el fluir de la vida. Bien, pues resulta que sí, que yo tengo (tenía, de ahí el disgustazo) una numerosa lista de correo y que ahora echo de menos como si con ella hubiera perdido también a una buena parte de mis amigos, clientes y proveedores. Y me temo que es así. Lo siento sobre todo por los clientes, que ahora van a pensar que no los escribo debido a que no me pagan.
Pero lo que más me encorajina es que he perdido mi valiosa lista sin que haya mediado una mala praxis, por decirlo de forma que parezca que incluso en el caso de haber sido metedura de pata mía, en el fondo la culpa era de otro. Yo no he hecho absolutamente nada, no he vertido una cocacola por el teclado (nunca me ha gustado la cocacola, así que dificilmente), ni he aporreado la pantalla… nada, mi ordenador siempre es tratado con excesivo mimo, consecuencia de un excesivo respeto y temor.
Esta mañana, sencillamente lo he conectado como siempre hago, después de dedicarle unas dulces palabras de sumisión, y a la hora de comprobar mi correo, nastis monastis. El administrador del mismo (Entourage, ojo a los que también lo tengáis) ha decidido que estaba harto de traerme noticias y de mandar otras, así que cada vez que intento acceder a él, incluyendo mi añorada lista de correo, se bloquea sin darme ninguna opción. He hablado con mi socio y sin embargo amigo, que de esto sabe un montón y con la frialdad de los que saben que saben más que el resto, me ha dicho que me despida de todo lo que había en mi administrador de correo. Por lo visto, Entourage está descontinuado (vaya palabra para referirse a algo) y que una vez que falla, ya es irrecuperable. Perfecto. Adios, bay, bay, au revoir, ciao, agur, no sé cuántos años de relaciones a la basura.
Al menos podía haberme enviado un último email como despedida.





jueves, 6 de febrero de 2014

Prueba de amor






La presente historia forma parte del Ramayana y está basada en un suceso real ocurrido en Occidente. Es de las pocas manifestaciones de la cultura hindú, e india en general, que tiene un claro origen en nuestra civilización y lejos de presentarse en el tono épico normalmente usado en estas obras de carácter religioso o filosófico, usa una narrativa fresca, casi coloquial, más acorde con la realidad a la que corresponde el contenido de la historia.
(N.del T.)


Elisa y Luis estaban profundamente enamorados y vivían juntos, muy juntos, desde que descubrieron que un solo minuto de sus vidas sin compartir, era un minuto desperdiciado. Cuando hacían el amor lo hacían de forma lenta, minuciosa, sin dejar un solo centímetro de piel sin que fuera recorrido por algún beso. Eran extremadamente felices, pero aún así, todos los días querían serlo aún más. Una vez, Luis, que era insaciable en sus pretensiones por complacer a Elisa, le preguntó qué necesitaba para que su dicha fuera completa y alcanzar el Nirvana, el éxtasis completo, la yuxtaposición con el universo infinito.(1 )  Elisa, que en el fondo tenía un sentido del humor bastante deleznable le dijo con un mohín que le gustaría tener un PiromioRex, sin saber exactamente que era un PiromioRex por la sencilla razón de que se acababa de inventar la palabreja. Luis la miró hipnotizado, pues realmente esperaba que la contestación hubiera sido del tipo “tengo todo lo que necesito para estar en la gloria, cariño mío” o alguna frase por el estilo, pero lejos de arredrarse se puso en pie y salió raudo de la habitación, sin preguntarse qué diantre podía ser un PiromioRex, pero con la clara determinación de traer uno. Luis, sí, efectivamente, era un imbécil. El caso es que se prometió, según llamaba al ascensor, que no volvería a su casa hasta encontrar un PiromioRex, y de los buenos.
Para abreviar la historia, que por mucha paciencia milenaria(2) que nos acompañe no es cuestión de relatarla en toda su extensión, Luis partió de su casa y no volvió hasta pasados 15 años. Durante ese tiempo cruzó desiertos, naufragó en embravecidos mares, atravesó montañas, se despeñó por barrancos abruptos y resecos por un sol implacable, se sumergió en ríos de aguas turbulentas, fue violado por turcos enormes y sucios, envenenado por piratas malayos, secuestrado por contrabandistas, apaleado por criminales, engañado por chinos,... siempre buscando un PiromioRex para su amada. Al final, derrotado, infeliz y hecho unos zorros, llegó a su casa. Abrió la puerta Elisa y al verlo en tan lamentable estado le preparó un baño con sales. Luis confesó que no había conseguido el PiromioRex y su amada, tomándole la cabeza en el regazo para que descansara se preguntó: “¿Qué habrá querido decir con que no ha encontrado el PiromioRex?, ¿qué mierda es un PiromioRex?”.


La historia termina de esta forma, quizá algo abrupta, pero no se han encontrado documentos que la completen o arrojen alguna pista sobre qué pasó a continuación. Algunos investigadores de las teorías expuestas en  The Gravitation, tratan de encontrar alguna conclusión filosófica o moral, pero sin conseguirlo. O consiguiéndolo muy poco.
A fin de cuentas, dicen, no es lo nuestro.






1  Clara referencia a elementos del hinduismo tradicional (N. Del T.).
2 Yo creo que esto es otra referencia a las filosofías orientales que han podido alimentar diferentes mitos hindúes. Pero tampoco estoy muy seguro (N. Del T.).