viernes, 29 de mayo de 2015

Caseta 314











Amigos, ahora más amigos que nunca, el lunes día 1, estaré en la caseta 314 de la Feria del Libro de Madrid, de 7 de la tarde a 9, firmando mi novela El Ladrón de Nubes.
Según tengo entendido es un coñazo insufrible pues en dos horas es posible que no firme más de tres o cuatro ejemplares. Es un ritmo bastante tranquilo, como os podéis imaginar, por lo que cualquier vista es bien recibida. Eso, o bien hago dedicatorias de varias páginas, pero entonces quien se aburre es el amable comprador esperando a que termine.

En fin, así está la cosa.




jueves, 21 de mayo de 2015

Tío Calistos



Vivimos momentos de pantomimas, exageraciones, mentiras, propuestas repentinas, bajezas, insultos, exabruptos, discursos acalorados, frases predecibles… en fin, ya  sabéis, y resulta que un porcentaje enorme de todo eso me produce tedio, fatiga e indignación en el peor de los casos. Por eso, lo voy a ignorar.

Tío Calistos es un cuento que escribí y presenté en el concurso Tanotocuentos del ayuntamiento de Madrid hace ya un tiempo, y ganó el primer premio.

Creo que es el momento de sacarlo para ayudar en la jornada de reflexión que se avecina, a quien quiera leerlo.





                                                              TÍO CALISTOS



Ya empiezan las chicharras a dejarse oír. Es la señal para que los hombres alivien sus gargantas resecas con un vino que sabe a brea  y clavo. Tío Calistos siempre los acompañaba al acabar la labor, pero aquella tarde se excusó porque tenía que llevar a su hijo al médico, lo cual era absolutamente mentira; quien tenía que ir al médico era él, aunque de cualquier manera no pensara hacerlo. Tío Calistos andaba por los cincuenta, estaba fuerte como un toro y pese a todo, hacía tiempo que tenía una repentina sensación de finitud. “Estoy hecho una pascua”, decía siempre que se encontraba con alguien como preludio a cualquier conversación. Una especie de aviso por si repentinamente se desplomaba, supongo. Y la verdad, es que llegó un día en que ocurrió. “Estoy hecho una pascua”, dijo, y a continuación se murió.

    La tarde estaba gris, como todas las tardes de entierro, y una lluvia desmenuzada, arrepentida de haber dejado de ser nube, trataba de ir hacia arriba empujada por un viento cómplice. El efecto resultaba llamativo: paraguas que se mojaban también por la cara inferior, mujeronas cruzadas de piernas en pleno responso, narices anegadas de agua… tío Calistos sabía cómo hacer una despedida digna de él. Todo un carácter.
    El cura ya no sabía a qué tópico recurrir para ensalzar las cualidades del muerto. Frases con el olor de haber pasado cientos de veces por distintas bocas caían como paletadas de tierra húmeda sobre sus restos, sin que Tío Calistos pudiera defenderse. A mí me parecía una indecencia que el cura empleara  los mismos términos elogiosos para despedir a mi tío, que los que usó cuando la dobló D. Lotario. La diferencia estaba en que D. Lotario era un hijo de perra (por eso la dobló), y mi tío era una buena persona (por eso murió). Era bueno, no por debilidad, que es la forma común de ser bueno, sino por sabiduría, que debe de haber tres o cuatro casos registrados en toda la historia de la humanidad. Era tan bueno, que no entendía a nadie.
    Al día siguiente del entierro, mi tía, ayudada por dos vecinas y una cuñada, se dedicó a trasladar todas las pertenencias de tío Calistos al desván. No lo hacía por tratar de olvidarlo, lo hacía por tradición. En el pequeño pueblo de Tarsín, los desvanes eran habitaciones mucho más grandes que las propias casas, y siempre estaban abigarrados. Miles de objetos pertenecientes a varias generaciones de fantasmas los atestaban ofreciendo un detallado registro de los últimos trescientos años. La datación de cualquier cachivache que cayera en tus manos era bien sencilla, pues estaban ordenados en estratos, ocupando el periodo más antiguo los que estaban más al fondo del desván, como es de cajón de madera de árbol.
    Cuando estaban en plena faena de selección y traslado de los más diversos enseres, aparecí yo, pues mi tía me dijo en el entierro que había algo para mí. Me sentí halagado por el hecho de que mi tío pensara que yo era merecedor de heredar algo que le había pertenecido. Lo de menos era de qué se tratara. Eso creía yo; lo  terrible vino después.

    Cuando yo tenía 9 años de edad, maté a un chorlito que estaba el pobre sin hacer nada sobre la rama de un olivo. Un golpe certero con una piedra, y yo, el gran Daniel, había logrado lo que no pudieron las heladas de tres inviernos, las garras de los zorros, y ni la inundación del río Sagar del año anterior. Daniel, mucho más furioso que los propios dioses, había decidido poner término a una vida, y sin darle más importancia, había llevado a cabo su decisión. Mi tío lo vio todo desde la tapia del huerto, aparcó su aspecto benevolente en algún sitio y vino hacia mí, dispuesto a dejarme bien claro lo que él pensaba a cerca de matar a pedradas chorlitos inocentes. Era un suceso que prácticamente yo ya había olvidado. Tío Calistos tenía mejor memoria, como pude comprobar a continuación. Cuando llegué a casa de mi tía me recibió con toda la dignidad que puede tener alguien con los ojos hinchados de tanto llorar, y según entraba en la casa me dio un sobre con un par de cuartillas en su interior, dejando claro que lo que mi tío me legaba no era su reloj. A mí, siempre me gustó muchísimo su reloj.
    -Toma Daniel, sabes que tu tío te quería mucho y deseaba lo mejor para ti –pensé otra vez en el reloj-. No se qué contiene esta carta, pero seguro que te ayudará a mejorar como persona. Léela con atención y respeto y trata de amar la vida tanto como  tu tío.
    A continuación me dio un beso y claros indicios de que podía leer la carta fuera de su casa. Mi tía siempre había sido muy seca, y el luto no aportó ninguna mejoría a su carácter. Me guardé la carta en el bolsillo de la chaqueta y salí sin despedirme de las dos vecinas y la cuñada que miraban desde el interior de sus grandes pañuelos negros, que parecían formar parte indivisible del resto de su vestimenta, incluyendo medias y zapatillas de paño, negro, por supuesto. Así eran todas las mujeres de Tarsín. Nunca se preguntaban “a ver qué me pongo hoy” pues siempre iban vestidas completamente de negro. Bastaba con que muriera una persona cercana, para verse en la obligación de guardar un riguroso luto, y persona cercana comprendía a cualquiera, familiar o no, que viviera dentro del pueblo. Sí, siempre me pareció exagerada la presencia de la muerte en las gentes de mi pueblo.
    Pronto llegué a una era, camino del cementerio, y me senté en uno de los grandes rodillos de granito que había para apisonar el terreno. Saqué la carta y tal como me dijo mi tía, empecé a leerla con toda la atención y respeto que pude reunir en ese momento.
   
    Querido sobrino Daniel:
Desde hace bastante tiempo estoy hecho una pascua, y sé que mis días están contados. Noto que mi vida me va a ser arrebatada por una extraña enfermedad, que no me manda Dios, pues de ser así la aceptaría con resignación, sino el diablo, y eso cambia mucho las cosas. No me parece justo, pues yo no he hecho nada personal a ningún demonio, y sin embargo  el Gran Lucifer desea mi muerte, y por eso te voy a pedir que hagas algo muy importante para mí, tanto que es lo único que puede evitar que mi alma deambule en pena por los siglos de los siglos. Me tienes que prometer que lo vas a hacer, no ya por tu pobre tío Calistos, sino por la gloria de todos nuestros comunes antepasados que te estarán observando mientras lees estas líneas.

Llegado a este puntó, pensé que mi tío siempre había estado como una regadera, pero aún así, lo prometí.

   ¿Te acuerdas de aquél día que mataste a un pobre vencejo que no te había hecho nada?

¡Por Dios, cómo chocheaba, fué un chorlito!  ¡Cómo puede haber alguien tan estúpido que los confunda!

Yo sí me acuerdo, y también me acuerdo de todo lo que te dije para  que entendieras el valor que tiene  la vida. Creo que asimilaste perfectamente mi perorata, pues jamás has vuelto a hacer algo así, de lo que, en gran medida, me atribuyo el mérito. Y a eso vamos. Recuerdo que una de las cosas que te dije es que si querías expiar tu mala acción, tenías que realizar un rito funerario con el vencejo, y que sólo si la ceremonia tenía una trascendencia para el alma, surtiría efecto. No sé en que consistió el rito que realizaste con tu víctima, pero lo que si está claro es que funcionó, pues insisto, no has vuelto a cargarte ningún otro bicho. Pues bien, esto es lo que te pido que hagas: quiero que hagas conmigo exactamente lo mismo que hiciste con el vencejo. Repite paso a paso sobre mis restos, todo lo que oficiaste con el pobre pajarraco, y así aseguramos... no se qué aseguramos, pero quiero que lo hagas. Recuerda que lo has prometido.
    Recibe un abrazo muy fuerte de tu tío que tanto te quiere, y que te seguirá queriendo y observando, desde el otro mundo.
                                                                Tío Calistos.

Estaba paralizado, con la carta entre los dedos, sentado en el viejo rodillo y notando un repentino sofoco que atenazaba mi garganta. El campanario de la iglesia sonó a lo lejos, y pensé que sería fantástico tener un buen reloj. La sensación de agobio era ahora aún mayor. Ya no era tan fácil respirar, y quizá por eso, solté una gran carcajada. Luego le sucedió otra, y otra más, hasta que conseguí recuperar el ritmo de una respiración normal. Entonces empecé a repasar el famoso rito que le hice al chorlito. El final lo tenía clarísimo, pero ¿qué hice antes de comérmelo?
                                           

                                        F   i   n











miércoles, 6 de mayo de 2015

Maltratados









Dentro de poco van a ser las elecciones autonómicas y municipales. Naturalmente, ahora todos los partidos hacen lo que ya sabemos que hacen en tiempos preelectorales, y por tanto no vamos a perder el tiempo en insistir en ese asunto.
Luego vendrá el gran día y cada ciudadano votará al partido o al candidato que más le ha convencido, al que más admira, al que más quiere o sencillamente votará a uno porque a alguien hay que votar, y ese es el que menos mal le cae. Perfecto, cada cual es libre de votar a quien quiera, pero… yo también soy libre de decir lo que pienso sobre votar al PP. Y lo voy a decir sin ánimo de ofender a nadie, todo lo contrario, con un enorme respeto a los partidarios del partido popular. Entre sus filas se puede encontrar gente estupenda, tan estupenda como en cualquier otro partido de este país, grande en muchos sentidos y desastre en otros, como todos los países, y es a ellos, a la gente maja del PP, a los que me dirijo con todo mi cariño.
Lo que les digo es lo siguiente, y lamento ser tan directo pero lo mejor es no andarse con rodeos:
no lo hagas, no votes al PP.  ¿No te das cuenta de que no te quiere? Yo sé que tú siempre has confiado en tu partido, que cuando lo conociste te gustaba todo lo que te decía y que habéis vivido buenos momentos en los que parecía que se portaba bien contigo, pero créeme, todo lo hacía por él mismo.  En serio, tú nunca le has importado lo más mínimo. Cada cosa que hacía, lo hacía movido por un egoísmo enorme buscando su propio beneficio y el de su familia. ¿Te acuerdas de esa prima suya tan antipática, que nunca llegó a caerte demasiado bien? pues que sepas que ha hecho mucho más por ella que por ti. Siento decirte esto porque sé que te vas a llevar un disgusto, pero siempre te ha engañado, desde el mismísimo momento de su fundación, por lo que nos hemos enterado ahora. Sí, en todo el tiempo de vuestra relación, jamás, jamás te ha dicho toda la verdad. Te ha ocultado cosas insignificantes pero también cosas muy importantes en una relación. Ahora, en los dos últimos años, le has descubierto un montón de engaños y te has llevado un berrinche enorme, pobrecito. Me imagino cómo lo habrás pasado de mal la primera vez que te enteraste de sus mentiras, sin embargo, como le quieres le perdonaste. Pero a los dos meses te la volvió a hacer, y tú le volviste a perdonar. Y luego vino otra vez, y luego otra… cada día te enterabas de una nueva fechoría que te dolía una barbaridad, pero como tú le quieres mucho, tratabas de justificarlo, pensando que todos son iguales, que es como todos pero que en el fondo, él es el único que te quiere.  Pues siento decirte que no, que no te quiere. ¿Y ahora? ahora te dice que está arrepentido, que no volverá a suceder y que va a poner todos los medios a su alcance para que nada de lo que tanto te ha disgustado vuelva a ocurrir. Te dice que se va a regenerar, que va a cambiar, que te va a tener como a una reina, pero al mismo tiempo no deja de vigilarte en todo lo que haces y si protestas se enfurece muchísimo, es tan autoritario, y no te deja que abras la boca, ni que salgas a la calle. No permite que le preguntes qué hace ni por dónde anda; nunca te da explicaciones, él vive en su mundo, en el que tú no tienes cabida.
Por favor, tienes que darte cuenta de que ahora está tratando de engatusarte otra vez para que no lo abandones, porque en el fondo sabe que te necesita, que sin ti no es nada, pero te está volviendo a mentir. En serio, está comprobado: los tipos como él no cambian jamás, y si se ha portado así de mal una vez contigo, lo volverá a hacer mil veces más.

Hazme caso, déjalo, tienes que dejarlo o te seguirá maltratando.