lunes, 20 de noviembre de 2023

Hablando se entiende la gente

 



En general trato de evitar las discusiones. En general significa siempre, al menos en este caso. Debates sí, discusiones no. ¿Cuál es la diferencia, se preguntarán muchos, entre una discusión y un debate? Quienes se lo preguntan es porque desconocen la respuesta, lo cual les inhabilita para debatir conmigo. Y discutir, por supuesto.

Cada vez resulta más complicado mantener esta postura, porque cada vez surgen más temas sobre los que debatir, discutir para la mayoría. Pero yo soy un experto en descubrir a los que no distinguen entre debate y discusión.

Hace poco estaba yo tomando un daiquiri con un amigo cuando de repente apareció entre nosotros el tema de la amnistía. Ni lo vimos venir. Fue al levantar mi segunda copa cuando lo descubrimos. Estaba sobre el posavasos, agazapado, esperando su oportunidad para dejarse ver. Fue imposible pasarlo por alto: saltó sobre nosotros con una furia vesánica sorprendiéndonos sin que pudiéramos hacer nada por evitarlo. Sin darnos cuenta lo teníamos encima. A ver cómo salíamos de esa.

No tardamos ni tres segundos en sucumbir ante su pegajosa insistencia y nos vimos envueltos, con nuestros daiquiris en mano, en un debate yo, y en una discusión mi amigo. Primero, algo alterado, mi amigo me expuso su punto de vista, que me entró por oído y me salió por el otro, y a continuación fue mi turno.

Mira, le dije, no quiero que te ofendas pero tu visión está mediatizada, has perdido la objetividad y esa pérdida te lleva a decir tonterías. Escúchame con atención porque lo que vas a oír es la verdad. La única verdad, subrayé.

A continuación di un sorbo a mi daiquiri con una elegancia que el propio James Bond hubiera tratado de imitar, y con parsimonia volví a colocar mi copa sobre el posavasos. No fue casualidad que el tema de la amnistía quedara de nuevo atrapado debajo. Luego pregunté a mi amigo: ¿de qué estábamos hablando? Él me miró con el esfuerzo de intentar recordar pintado en su rostro y simplemente dijo: no me acuerdo.

Una tarde que terminó felizmente, aunque yo me hubiera tomado otro daiquiri, la verdad.


Leoncio López Álvarez


domingo, 5 de noviembre de 2023

Eso son andares

 




Cuando en los colegios se estudiaba filosofía, los más aplicados sacábamos interesantes conclusiones de cada clase. Yo, por ejemplo, viendo a mi profesor,  me fijé en un detalle que esta mañana me ha vuelto a la cabeza. El detalle es el siguiente: los filósofos andan despacio. Y me ha vuelto a la cabeza esta mañana porque he visto a un filosofo andando por la calle (supongo que sería filósofo porque caminaba con elegante lentitud).

Hoy todo el mundo va muy rápido (salvo los filósofos). Lo fácil sería pensar que se debe a que todos llegan tarde a los sitios, pero eso no puede ser. Es prácticamente imposible que todo el mundo a todas horas tenga prisa. Yo me pongo como ejemplo y me veo caminando a toda leche aunque me sobre el tiempo. Esto se debe a que he cogido el hábito de caminar como si me persiguieran.  Y no soy el único, de hecho, cuando camino acompañado de alguien (rarísimas ocasiones), siempre me dejan rezagado cuatro o cinco metros por detrás. Puede ser porque mis acompañantes están menos predispuestos a la filosofía que yo.

Entonces, haciendo uso de la lógica (precisamente) he llegado a la conclusión de que dependiendo del grado de compromiso que tengamos con la filosofía, así serán de rápidos nuestros andares.

Podríamos pensar que los ancianos, achacados por diferentes dolencias, caminan despacio ... y sí, pero no. Sí y no, porque efectivamente van más despacio, pero su intención de andar cagando leches sigue viva.  Les pasa lo mismo con otros aspectos de su vida que no es el caminar, pero tampoco es de interés en este momento. 

Los ancianos tienen una prisa diferente, pero la siguen teniendo. Podemos decir que es una prisa que va despacio, una prisa envejecida.

Pasa lo mismo con los cojos, que van todo lo rápido que pueden aunque a nosotros nos resulte sencillísimo rebasarlos.

Volviendo al filósofo que me he encontrado esta mañana; sin saber por qué, he empezado a seguirlo. Había algo en él que me ha impulsado a tomar esta absurda decisión. Imposible resistirme. Naturalmente, seguirlo, me ha obligado a andar despacio, a su mismo ritmo, y entonces me he dado cuenta de que así, a esa velocidad, el mundo se ve de otra manera. 

Me ha gustado, me ha gustado tanto que me he prometido a mí mismo que a partir de hoy, siempre andaré como un filósofo aunque no lo sea. Se va mucho mejor yendo despacio, adónde va a parar. 


Leoncio López Álvarez