lunes, 30 de julio de 2012

El hombre que estaba delante de la ventana



El hombre estaba sentado en su sillón preferido. No leía, sólo pensaba. Miró hacia la ventana y vio una borla  erizada de sol jugando en el cristal. El viento, suave pero insistente, creaba una coreografía haciendo que pequeñas cosas que nunca había visto se movieran levemente. También la cortina bailaba a su son inaudible. Entonces el hombre se fijó en algo que había sobre la mesa; era una caja de madera de sándalo, o quizá de cedro, abierta, mostrando su interior vacío a excepción de una pequeña figurita de porcelana que apenas era visible. Representaba a un pato, hecho en barro y coloreado de forma admirable para el tamaño que tenía. No sabía quien podía ser el propietario de la caja, nunca la había visto ahí. Entonces se le ocurrió que podía ser de un ángel. A fin de cuentas, nunca se había oído que los ángeles no pudieran tener cajas de sándalo o de cedro.
El hombre, que jamás había sentido plenamente la felicidad, tan solo estremecedores momentos, casi eléctricos, y siempre muy distantes entre sí, supo, en cuanto vio la caja con la figurita en su interior, que ahí podía guardar uno de esos instantes y conservarlo para siempre. De esta forma, cuando quisiera sentirse feliz, bastaría con abrir la tapa y elegir el momento que quisiera. 
Entonces se abríó una gran zanja delante de él. Si saltaba al otro lado sin caerse ... podría alcanzar la caja. Midió sus fuerzas y se levanto de su sillón preferido con decisión.

Afuera, el sol seguía en el cielo en compañía del viento. El ángel miraba pero no hacía nada más.





lunes, 23 de julio de 2012

Too much


Parece mentira que todos los seres vivos procedamos del alga azul, me dijo mi gran amigo invisible con el que aún tengo interminables charlas. No sé qué decirte, le contesté. Entonces, añadió, déjame que te diga yo:
    -Verás, como sabes, todos los seres vivos hemos evolucionado de otras formas de vida anteriores hasta llegar a ser lo que somos y todos hemos partido del mismo bichejo inicial. A partir de ese inicio común, cada cual ha ido desarrollando lo que necesitaba para sobrevivir en su entorno, siempre muy competitivo y en el que tan solo los más capacitados y adaptados conseguían transmitir sus genes, es decir, reproducirse y establecerse. Ni qué decir tiene que en el camino se han quedado intentos malogrados, algunos, después de haber sido probadamente exitosos durante muchísimo tiempo, hasta millones de años. Fíjate si no en los dinosaurios.
Yo me fijé en los dinosaurios, mentalmente, claro, y le di la razón a mi amigo invisible que siguió con su discurso.
    -Las estrategias elegidas por cada especie son infinitas y opuestas. Algunas consiguen sobrevivir por ser grandes y otras por todo lo contrario, siendo minúsculas. Unos desarrollan siete filas de dientes, y otros se hacen chupóteros y no tienen ninguno,…
    -Ya, ya, -interrumpí a mi amigo invisible-  todo eso lo sé, es más, todo lo que tú puedas saber, antes lo he sabido yo, recuerda que tú eres un invento mío, mi amigo invisible de toda la vida, así que no trates de impresionarme.
No vi su gesto pero apuesto a que fue de fastidio.
    -Claro, pero yo arrojo luz sobre un lado que para ti está oculto. También, siempre ha sido así, es mi papel.
No tuve más remedio que darle la razón y con un gesto le invité a que siguiera con el rollo que me estaba soltando.
    -A donde quiero ir a parar es que los seres humanos estamos equivocados si pensamos que nuestra estrategia es la mejor, y además definitiva. Pensamos que nuestra gran inteligencia nos garantiza la permanencia en el planeta, y estamos convencidos de que hemos evolucionado de la mejor manera posible al desarrollar el pensamiento complejo, creyendo que ese es el mejor sistema de supervivencia. Un diseño ganador, nos hemos llega a autodenominar. Gran error.
    -¿Qué me dices? –pregunté incrédulo.
    -Te digo dos cosas, la primera, que para sobrevivir en este planeta no es preciso ser tan inteligentes. Hemos adquirido una inteligencia excesiva… nos sobra para mantenernos con vida en este mundo hostil. Y no es bueno tener algo que no es necesario, esa es la cuestión.
Me quedé mirando a mi amigo invisible, lo cual en si mismo es una pérdida de tiempo, y reconocí que podía tener razón: las cosas innecesarias son un estorbo. Alcé los hombros para indicar que estaba listo para escuchar su segunda observación.
     -Lo segundo, es consecuencia de lo primero: ese exceso de inteligencia es la razón por la cual despareceremos como especie.
Pensé en bombas nucleares, virus artificiales, primas de riesgo, guerra química,… y se me puso la piel de dinosaurio.
Luego mi amigo invisible me recordó que el tigre dientes de sable, precisamente se extinguió porque la característica que  en un principio le sirvió para sobrevivir, cuando creció desmesuradamente, le sirvió para desaparecer. 
Miré con envidia a un pequeño mono invisible que estaba al lado de mi amigo invisible. Se le veía, es un decir, feliz.






lunes, 16 de julio de 2012

Hierro y seda


Hierro y seda, una estrategia que no falla. Claro que hay que saber aplicarla. Los grandes campeones de motociclismo suelen tenerla muy en cuenta, tanto que llegan a grabar cada una de estas dos ideas en las manetas del freno y del embrague. Martillo y mantequilla, aparece en la moto de Joge Lorenzo. Perfecto. Rajoy también emplea esta estrategia. Se recortan las prestaciones por desempleo, y la amnistía fiscal libera de las obligaciones tributarias a los que han burlado la ley. Hierro y seda. Mientras trata de proteger a los responsables de engaños descomunales como el caso Bankia, se quita de encima a todos los mineros, que no paran de molestar. Se perdonan y se ocultan casos de corrupción infames (sí, Gürtel), pero ven normal y perfecto que al juez que trataba de poner un poco de orden en tan maloliente asunto sea inhabilitado. Se elimina la paga de navidad a los funcionarios y no se hace nada para evitar jubilaciones millonarias a los consejeros de entidades financieras que han necesitado dinero público para seguir funcionando. Se sube el IBI, las tasas de basura, los catastros, los trasportes públicos, pero la Iglesia mantiene su estatus divino, sin apechugar con el terrenal. Hierro y seda.

Se disminuyen prestaciones sociales básicas y no básicas, se aumenta la edad de jubilación, se reduce el tiempo de la prestación por desempleo (para evitar la molicie y hacer que los parados se tomen más en serio que tienen que buscar trabajo), se ajusta la ley de la dependencia a los nuevos momentos de crisis buscando la comprensión de todos los que se dejan su tiempo y su vida cuidando de personas que no se pueden valer por si mismas, se establece el requetepago de los medicamentos, se anulan convocatorias para opositar a maestro, se reduce el profesorado y se les exige más horas, los gastos (inversiones, los llamaría yo) en investigación y ciencia se reducen a niveles cuartomundistas, se reduce el número de médicos, … y sigue, y tras anunciar Rajoy mayores sacrificios absolutamente necesarios “porque no se puede hacer otra cosa”, toda la bancada del PP se deja las manos rojas (perdón, encarnadas) de aplaudir. Incluso, una entusiasmada parlamentaria, Andrea Fabra, llevada por la comprensible pasión del momento, se atrevió a gritar un clamoroso “que se jodan” según batía palmas. De casta le viene al galgo. Mientras a su padre no para de tocarle la lotería con una suerte verdaderamente envidiable, su retoña, disfruta de lo lindo con los recortes de Rajoy. Luego se mostró indignadísima por la torticera interpretación que hizo el PSOE del grito que le salió del alma. Me refería a un miembro del partido, aclaró visiblemente ofendida, pero sin decir a qué miembro se refería, no fuera a contestarla, aunque primero declaró que el “que se jodan” iba dirigido a todos los parlamentarios socialistas. Ya, pero es que los que se joden, no son los parlamentarios socialistas, sino todos los que nos veremos afectados por los recortes anunciados por lo que no hay correspondencia entre estímulo y respuesta. Pero no nos dejemos llevar por pequeñas incoherencias, y admitamos que era un “que se jodan” dirigido exclusivamente a los socialistas, dijera lo que dijera previamente su líder. Lo que ocurre es que la casualidad es perversa y coincidió justo cuando anunció la ruina del país. Qué gracia. Nadie de su partido ha recriminado el grito, fuera dirigido a quien fuera. Hierro y seda.
Rajoy aplica a rajatabla la estrategia de mano de hierro y mano de seda. Como los grandes campeones. Sólo que le falta el pequeño detalle de acertar. 
Mientras tanto, el IVA de los funerales ha subido 13 puntos, por lo que ya, hasta morirse va a ser un lujo.


viernes, 13 de julio de 2012

Hoy hace un año


Al final, agachado, hundido, harto, con la barbilla clavada en el esternón. Antes fue vitalidad, energía, un desafío permanente. Es mi padrino. Decía palabrotas, muchas y siempre empleadas de tal modo que no ofendían. Era de otra época y aún así resultaba moderno. De derechas y comprendía a las izquierdas. Viejo y con la mente despierta y joven. Una continua contradicción. Era buena persona y muchos le tenían por enemigo y otros le temieron. Ya ves.
Le gustaba recordar momentos en que alguien quedaba en buen lugar y sus anécdotas siempre guardaban un rastro de cariño hacia los personajes que en ellas aparecían. Era amigo de la infancia de mi padre y estuvo siempre en la mía. Mi padrino ha formado parte de mi vida de una forma discreta , sin llamar la atención, casi desapercibida, pero siempre presente, siempre ahí. Entrañable. Él era el adulto y yo el niño, y con su muerte he perdido parte de mi infancia y de mi adolescencia y mi juventud. Cuando tenía ocasión me recordaba que me quería y estoy convencido de que es así. Ha sido el padrino, no solo el mío, era el padrino universal, era el padrino de la familia, hasta de mis amigos y eso le gustaba, era un papel perfecto para él: ser el padrino. 
Como siempre que se mira una fotografía de alguien que ya ha desaparecido, ahora me entra la duda de si realmente yo estuve a la altura y si no podía haber estado más pendiente de él, sobre todo en sus últimos días en que ya se sabía acabado. 
Su carácter le ayudó a morir pues rechazó ser agujereado por última vez y no permitió que le abrieran la vía necesaria para suministrar remedios que él ya sabía inútiles. Al final le dolía el cuerpo, le dolía estar vivo y era consciente de que no iba a mejorar su situación por tanto para qué luchar por algo que no merecía la pena. No le gustaba estar rodeado de viejos sin futuro pues en ellos se veía cruelmente reflejado. Si al menos jugaran al mus o al dominó, esto sería otra cosa, pero ya ves, me dijo la última vez que lo vi, y exactamente al día siguiente se murió. 
Qué cabronada, no me dio tiempo a llevarle los cigarrillos  que me pidió. Qué putada, joder.


(DE MI ÁLBUM DE FOTOS)





lunes, 9 de julio de 2012

Ánimo y camisetas


Todos nosotros, y cuando digo nosotros incluyo a más de dosmil millones de personas, cuando nos levantamos por la mañana y elegimos la camisa que nos vamos a poner, tenemos diferentes opciones. De los pantalones no hablo, pues es más normal repetir los del día anterior. Centrémonos en la camisa, y tampoco hagamos caso de los calcetines, ropa interior y otras prendas que no vienen al caso. Como media, cada uno de nosotros (ahora voy a ser más restrictivo en el conjunto formado por nosotros y lo voy a reducir a bastante menos de la mitad), tiene veinte posibilidades para escoger, entre camisa, polo o camiseta, que también cuenta. Pues bien, ¿por qué seleccionamos una prenda determinada y dejamos las otras diecinueve colgadas sin titubear? Es que ni lo dudamos. Muy sencillo, porque no depende de nosotros sino de nuestro estado de ánimo. Elegimos al dictado de nuestro humor. No voy a poner ejemplos, porque no son necesarios. Tanto es así lo que digo, que se ha creado un protocolo social para vestirse de determinada manera según sea el acontecimiento al que nos veamos obligados asistir y que presupone un estado de ánimo muy concreto que hay que seguir y no tratar de mostrar otro diferente. Ahora sí voy a poner un ejemplo aunque sigue sin ser necesario: a nadie se le ocurre ir a un entierro con bermudas, chanclas y camisa hawaiana. ¿Acaso porque al difunto no le gustaban las mencionadas prendas, lo cual sería muy comprensible? No, sencillamente porque todo el mundo da por hecho que estás abatido por su desaparición y sin que nadie te lo imponga, tu estado de ánimo te ha obligado por la mañana a vestirte de una forma acorde con la tristeza. Te has levantado deprimido (se supone) y si te levantas deprimido no te pones una camisa hawaiana. De hecho, nadie debería ponerse una camisa hawaiana en ningún caso, pero ese es otro asunto.
Pues bien, de la misma forma que nuestro estado de ánimo determina qué camisa nos vamos a poner, determina otra infinidad de cosas de las que no somos conscientes. En un mal día, no cantamos en la ducha (o si cantamos buscamos una melodía triste), no nos mostramos muy habladores y cuando hablamos lo hacemos de forma monocorde y sin elevar la voz, reír es una posibilidad bastante lejana,… Esto es obvio, me diréis. Pues sí, es obvio, pero todavía no he terminado.
El fenómeno estriba en algo que no resulta evidente para todo el mundo: resulta que es un proceso reversible. Es decir, podemos alterar nuestro estado de ánimo haciendo cosas que haríamos con un estado de ánimo diferente. Este hecho ofrece un mundo infinito de posibilidades. Basta con ponerte una camisa hawaiana, cantar a voz en grito y reír como un energúmeno, para pasar inmediatamente de un estado de abatimiento a otro de euforia y alegría tremendas. Esto significa que de la misma manera que elegimos una camisa para pasar el día, podemos elegir un estado de ánimo. Se trata de invertir el proceso causa efecto, y seleccionar primero el estado de ánimo que nos apetece llevar y en consecuencia buscar algo a juego. Es más, si por la mañana hemos “sacado” un estado de ánimo nostálgico, porque en ese momento es lo que nos apetecía, nada nos impide a media tarde ir a casa a cambiarnos por otro de desbordante entusiasmo, si tenemos un compromiso social que exija estar radiante.
Ser consciente de esta realidad comprobable, puede cambiar la vida a mucha gente que se resigna a estar varios días usando el mismo humor, que por otro lado, no deja de ser una tremenda falta de higiene mental.
Por hacer la prueba no se pierde nada. Bueno, sí, que alguien te vea con una camisa hawaiana. 

lunes, 2 de julio de 2012

Mimosa atristaba el borloro




Mimosa atristaba el borloro, lo cual no le impedía contemplar el espejo con cierta cautela pues algo había en él que le avisaba de extraños poderes. Acertada intuición pues repentinamente se vio al otro lado, aún con el borloro entre sus brazos. Pronto aparecerá un conejo gigante, se dijo, un gato o quizá cosas peores por lo que mejor será no perder la calma.
Era joven, casi una niña, todo lo que tenía que hacer era buscar un anciano venerable que le diera un buen consejo, así que sin perder más tiempo se encaminó en su búsqueda. Atravesó un bosque que parecía encantado, subió a las montañas más altas desde donde se podía contemplar el inicio del universo y bajó a profundos valles donde había aldeas cubiertas de nieve que se acumulaba en las esquinas de las calles, formando remolinos cada vez que soplaba el viento. Un búho desde lo alto de una rama se fijaba en todo lo que sucedía más abajo. Miró a la joven con interés hasta que decidió que era preferible emprender el vuelo. Sonó como una manta que se sacudiera desde un balcón cuando se elevó por encima de las copas de los árboles. La niña no se sobresaltó pues había otras cosas más inquietantes aún que acaparaban su capacidad para atemorizarse. 
Sin que hubiera ninguna posibilidad de justificar su presencia apareció ante ella, Kandal, un guerrero de estirpe de héroes, que era cazador, juez y sacerdote. El jefe de la tribu, el espíritu que camina en la noche con luz propia. Llegó a su silbido un brioso caballo alazán de patas livianas y grupa redondeada que abría los ollares buscando todo el oxigeno posible para la carrera que sabía que iba a emprender. Pronto se convirtió en un punto en la lejanía seguido de una nube de polvo. Kandal ya era historia.
El venerable anciano que daba sabios consejos a los jóvenes, además de sabio era bondadoso, por eso, además de consejos, también daba otras cosas. A su edad no había otra opción  que la generosidad si quería sobrevivir más tiempo. Incluso, esa estrategia no garantizaba el éxito.
Pronto apareció el inconfundible penacho de humo de la vieja locomotora. Un tren al que estaba obligado a subir para hacer el último viaje. El maquinista era la Gran Dama, tan negro su manto como el carbón que alimentaba la caldera. La vida es un río que desemboca en el mar que representa la muerte, así ha sido y así será a pesar de los intentos de Anton Limat, el científico loco, tan loco que pensó que podía encontrar remedio para aquello que no lo tenía. Toda su vida estudiando para no conseguir nada. Para eso, podía haberse ahorrado el esfuerzo y ser como Daniel, el cabrero del pueblo, que era solitario, casi olvidado, callado observador y que jamás hizo algo distinto que flautas talladas en madera o en los huesos de las ovejas despeñadas. Al menos su obra perduraría más tiempo.
Los sótanos estaban llenos de esqueletos, un marinero harto de ron llevaba sobre su hombro un monito vestido de bandolero español. La pequeña damita seguía tocando el piano y el joven petimetre la adoraba sin atreverse o mover un músculo no se fuera a descomponer su porte.
Otro marinero, también borracho, cruzó navajas con el del monito. Los tres perecieron.
El perro salvó a su dueño y el delfín devolvió a la playa a los náufragos, mientras los esclavos se hacinaban en la bodega del barco que crujía a cada embate del mar.

¡No podía ser! Ahora entraba en un capítulo donde un dragón alicatado con escamas de turmalina tenía prisionera a una gentil princesa.
Devolvió, cansado, el volumen a la librería de roble y buscó otro libro pero sabía que todas las historias estaban ya escritas y que jamás encontraría una que fuera significativamente diferente a las ya leídas.
La noche extendió su manto y dentro crepitaba la leña en la chimenea, mientras el hombre más viejo del mundo dejaba de ser feliz en la biblioteca de Babel.