lunes, 27 de junio de 2016

Alegría en Génova







Éste no es un blog político (en realidad no es un blog de nada en concreto) y cada vez que hago un comentario metiéndome en ese terreno (lodazal, más bien), luego me arrepiento de haberlo hecho. El arrepentimiento es bueno, pues es fruto de la reflexión, evidencia signos de humildad y purifica el alma, de modo que no veo ningún motivo para no seguir haciendo comentarios que luego me permitan arrepentirme y por tanto mejorar mi calidad humana.
Pero vamos a ver, ¿qué tiene que hacer el PP para que sus votantes dejen de votarlo cada vez que se presenta una ocasión? Creo que Mariano Rajoy, Camps, Rita Barberá, Bárcenas, Soria, Jorge Fernández Díaz, Rato, Granados y un largo etcétera han probado con incuestionable éxito todo lo que está a su alcance para producir decepción y desencanto y sin embargo lejos de crear la desilusión y natural rechazo que cabe esperar de sus comportamientos, cada vez enfervorizan más a sus votantes. Me refiero a los que fueron a la calle Génova a saltar de alegría ante el incuestionable triunfo de su partido; ayer sacaron 14 escaños más que en diciembre. Esto me recuerda a un combate de boxeo en que uno de los rivales estaba dando una soberana paliza al otro y en uno de los descansos, el púgil que no paraba de recibir terribles guantazos le pregunta a su entrenador, “¿Cómo voy?” y el entrenador le dice “mira, si lo que quieres es empatar tendrías que matarlo”. Pues esta es la imagen que se me representa cuando contemplo el desigual trato que hay entre el PP y los millones de personas que lo votan; no paran de recibir porrazos y ahí tienes a sus hinchas más fieles  en la calle Génova, gritando ¡Presidente, presidente! a un señor que no ha hecho absolutamente nada para ganarse la simpatía, y mucho menos el afecto de tantos militantes entusiasmados por el triunfo.
Ayer, viendo la calle Génova y el jolgorio montado en torno al líder del PP, sentía vergüenza ajena, vergüenza por los asistentes y por el balbuceante héroe que no dijo nada más que tonterías. Como siempre.
Al menos, sus simpatizantes deberían quedarse en sus casas, contentos de que haya ganado su elección, sí,  pero callados, en triste silencio lamentando no poder estar locos de alegría porque de verdad que no es para estarlo.
Ya lo veréis.
En fin, supongo que tiene que haber de todo y es imposible evitar que de repente una calle de Madrid se llene de borregos.
Ya está, ya lo he dicho. A ver cuando me arrepiento, aunque esta vez no sé yo.








miércoles, 8 de junio de 2016

Galería de personajes irrelevantes







Con Dudley Mariot inauguro una sección en mi blog que se llama así, galería de personajes irrelevantes, en la que irán apareciendo diferentes individuos, unos reales, otros de ficción, y algunos que están en ese limbo misterioso que no se sabe muy bien si pertenece al mundo real o es pura invención. Jamás hablaré de nadie que sea sobradamente conocido, de modo que el lector difícilmente tendrá la certeza de a qué grupo pertenece el personaje en cuestión; los más curiosos consultarán al gran ágora de Internet, pensando equivocadamente que si no lo encuentran es prueba suficiente de su inexistencia. En caso de que aparezca, se sorprenderán  de que alguien así haya podido existir en la realidad.


DUDLEY MARIOT



El periodo de entreguerras fue la época de oro para la aviación, sobre todo en la década de 1920 en la que tuvieron lugar las mayores gestas de la aeronáutica. En 1927, Lindbergh fue el primer aviador en hacer el trayecto de Nueva York a Paris sin escalas lo que le hizo merecedor del premio de 25.000 dólares que  el empresario de la hostelería, Orteig, prometió a quién lo consiguiera. El recibimiento que tuvo Charles Lindbergh a su regreso a Estados Unidos superó cualquier expectativa y es  el acontecimiento más grandioso que se ha producido en las calles de Nueva York en toda su historia. Acudieron varios millones de personas a la ciudad el día en que llegaba él procedente de Washington y el entusiasmo era tan enorme que hubo quién propuso que Linbergh jamás volviera a pagar impuestos en su vida, asunto de máxima sensibilidad en Estados Unidos. Antes de salir hacia París, el piloto tuvo la ocurrencia de  suscribirse al servicio de selección y reparto de recortes de periódico en los que apareciera su nombre (algo así como alertas de google) y que se los enviaran a su madre. La pobre mujer tuvo que ver como una cantidad asombrosa de camiones llegó a su casa para entregarle varias toneladas de artículos de periódico después de una semana de aterrizar su hijo en París. Ríos, montañas, lagos, parques, escuelas públicas, bibliotecas y por supuestos millones de recién nacidos, pasaron a llamarse como el gran héroe americano. Naturalmente los bebés tuvieron que conformarse solo con el escueto Charles. Incluso se pensó en cambiar el nombre del estado de Minessota por el de Linberghia. Se escribieron casi trescientas canciones dedicadas a Lindbergh. El piloto recibió casi cuatro millones de cartas, quincemil paquetes con regalos, una cantidad abrumadora de jamones, latas de conserva, cajas de huevos, corbatas, calcetines de seda… regalos disparatados probablemente, pero que demostraban las ganas de hacer ofrendas al nuevo dios.

Lindbergh sin duda merecía todo el reconocimiento mundial por su hazaña pero no olvidemos que varios aviadores ya habían cruzado el atlántico con anterioridad. Por ejemplo, los británicos John William Alcock y Arthur Whitten Brown, volaron en 1919, ocho años antes, desde Nueva Escocia, Canadá, hasta Irlanda. También el avión español Plus Ultra, con los pilotos españoles Ramón Franco, Ruiz de Alda, Juan Manuel Durán y Pablo Rada, voló en 1926, un año antes que Lindbergh, desde Huelva hasta Buenos Aires. Si contamos a los dirigibles, y por qué no hacerlo, cerca de 120 vuelos transoceánicos se produjeron antes que el del Spirit of Saint Louis. Pero el personaje del que toca hablar es el oscuro Dudley Mariot.



Dudley Mariot es uno de esos héroes anónimos que tuvo la aviación y que injustamente ha sido tratado sin ninguna consideración pues o bien nada se ha escrito sobre él, o bien cuando se ha hecho ha sido en términos poco laudatorios. Quizá se deba al percance que tuvo lugar en el aeródromo de Roosevelt, en Long Island, sobre el que sí se escribieron varias páginas en todos los periódicos. Resulta que en aquella época, las masas de espectadores que acudían a recibir a los aviadores carecían por completo del sentido del peligro que te puede mantener a salvo, y de la misma forma que atolondrados sujetos han muerto por intentar abrazar a un oso o fotografiar a un león comiéndose una gacela, los había que corrían con los brazos abiertos a recibir a su héroe que iba a bordo de un aeroplano el cual volaba gracias a una enorme hélice que seguía girando a gran velocidad aún en tierra. El caso es que a su llegada de Baltimore, Dudley Mariot seccionó por la mitad con las palas de su hélice a varios admiradores que fueron a recibirlo. Se trataba del señor Moore, su esposa y su hijita que quería regalar a Mariot su oso de peluche el cual también quedó dividido en dos partes. Antes del accidente, el piloto Dudley era considerado uno de los mejores, de hecho fue el copiloto del gran Charles Levine aunque quien realmente llevaba el aparato no era Levine sino Dudley Mariot, por suerte para los dos. En cierta ocasión en que ambos pilotos se encontraban en Inglaterra, discutieron, y Levine decidió hacer un vuelo en solitario alrededor del aeropuerto de Croydon que dejó a todos los asistentes asombrados ante el hecho de que no se matara. Nada más empezar la carrera de despegue estuvo a punto de estrellarse contra un árbol, para lo cual tuvo que salirse de la pista y atravesar un campo de cereales que estaba a bastante distancia. Después de rebotar varias veces contra el suelo consiguió elevarse completamente  de lado y así siguió hasta que pasados veinte angustiosos minutos volvió a tomar tierra en Croydon, convencido de que había llegado al aeropuerto de Cranwell. Después de este suceso Levine tuvo que jurar que jamás volvería a intentar volar en solitario, al menos en suelo británico.

Dudley Mariot se separó definitivamente de Levine y aunque seguía marcado por el accidente de Long Island, continuó volando por todo Estados Unidos batiendo algunos récords que todo el mundo trataba de ignorar. En cierta ocasión se animó a participar en un espectáculo de acrobacia aérea, y al llegar su turno, la totalidad de los espectadores salieron despavoridos a sus casas. Realizó quince tirabuzones seguidos, varios loopings  a solo cien metros del suelo y un vuelo rasante invertido a escasos centímetros de la pista de aterrizaje, antes de tomar tierra en un ángulo inverosímil. Cuando bajó de su avión con gesto triunfante y descubrió que tan solo una vaca lo estaba esperando, le entró una depresión de la que nunca consiguió sobreponerse.

Al poco tiempo, James D. Dole, un magnate de Massachusetts que se había hecho rico enlatando piñas en Hawai, ofreció un premio de 35.000 dólares al primer piloto que saliendo de Oakland en California, llegara a la isla de Hawai. Dudley Mariot no dudó ni un solo instante en apuntarse. El reto era extremadamente peligroso, pues suponía volar mar adentro hasta llegar a un punto minúsculo en mitad del océano. De hecho, más de la mitad de los participantes se perdieron o sencillamente decidieron regresar al continente cuando aún podían hacerlo. Solo dos aviadores consiguieron aterrizar en la isla. Ninguno de ellos era Dudley Mariot y ese fue el único momento en que volvió a salir en los periódicos.

Dudley Mariot, probablemente uno de los mejores pilotos de la historia y también uno de los menos afortunados.









miércoles, 1 de junio de 2016

Gracias por venir

El lunes estuve firmando en la Feria del Libro del Retiro de Madrid y un año más pude comprobar la cantidad de buenos amigos que tengo. También acudieron personas a los que no había visto en mi vida, que no los conozco, y no solo compraron mi libro sino que además estuvieron hablando conmigo sobre el siglo XIX, de lo que pudo ser España de haber seguido Amadeo de Saboya,  sobre sus padres, sobre lo que fuera, hasta de ciencias. Pues también, muchas gracias, espero que mi novela no defraude a ninguno, ni a amigos ni a desconocidos.
Y también muchas gracias a todos los que no pudieron ir y me pusieron sus alentadores mensajes.

Estuvo fenomenal, y como yo creo que la literatura es un fenómeno compartido, no voy a decir el número de visitantes que individualmente tuve yo, pues carece de importancia, pero así, en términos globales, vinieron a vernos miles, muchos miles de personas. Pues eso, gracias a todos.


También estuvieron mis amigos Pilar y Federico firmando su novela, y tuvieron la amabilidad de hacerme esta foto.