lunes, 23 de enero de 2012

Las edades del hombre

Ya sabemos que hay personas de distintas edades, vaya noticia, pero ¿por qué?. Parece una tontería de pregunta pero tiene su enjundia. La respuesta sencilla es que partimos de cero y según va pasando el tiempo todos nos vamos haciendo mayores, cumpliendo años, recorriendo etapas,… Ya, pues no. No es así la cosa, ni mucho menos.

Os voy a contra algo que descubrí el otro día en un transporte público, que además de reducir la contaminación atmosférica, te brinda la oportunidad de observar muy de cerca a tus paisanos sin llamar la atención. Estuve estudiando a cada quisqui que se me ponía a tiro, y aunque al principio no me di cuenta, luego me fijé en algo que aparentemente resulta obvio: de la misma forma que unos son bajos, otros chepudos y alguno con el entrecejo poblado, los hay que tienen veinte años, treintaycinco o cuarenta. ¿Dónde está la sorpresa?, os preguntaréis impacientes, a lo que inmediatamente os voy a responder. El descubrimiento está en que no se trata de una etapa sino de una condición. Sí, la edad es una forma de ser, es algo inherente a la esencia de cada cual, de modo que el que tiene catorce años es que ha nacido así y así llegará a viejo. Toda su vida tendrá el aspecto y el carácter de un adolescente de 14 años, y en el mejor de los casos, si es que llega a vivir mucho, puede pasar a tener quince o dieciseis. Y esto es así para todo el mundo. Hay personas que tienen ochenta años sencillamente porque son así, viejos desde que eran pequeños, que en realidad nunca lo fueron, pues toda su vida la han pasado siendo octogenarios. Al principio de sus vidas, cuando se encontraban con alguien, tanto si era conocido como si no, todo el mundo exclamaba admirado: ¡parece mentira, ochenta años, con lo joven que se le ve a usted! (y tanto, a lo mejor, en ese momento tenía doce). Sin embargo, ya al final, esas mismas personas u otras distintas, qué más da, comentarían que se le ve muy estropeado y con muy mala pinta.

Esto es así y así ha sido desde el principio de los tiempos. La prueba irrefutable es que aparece en la Biblia, palabra de dios, y ya sabemos que Dios no miente. Pablo de Tarso, uno de los inventores del cristianismo, también lo menciona en varias de sus epístolas a los corinitios, que dicho sea de paso, no paraba de escribirles cartas. Habla de la resurreción de los muertos, y de la resurrección de la carne. Son referencias a que el día del Juicio Final todos resucitaremos de nuestras tumbas para desfilar ante el implacable tribunal, y digo yo, que si resucitamos, lo que es un hecho indiscutible, lo haremos con un cuerpo gentil. Ya, ¿pero un cuerpo de qué edad? ¿El que teníamos con veinte años, o el que ya estaba hecho una piltrafa con noventaycinco, que cada vez duramos más? Pues bien, amigos, esta ardua cuestión solo admite una posible respuesta, y es que resucitamos con el único cuerpo que hemos tenido durante toda nuestra mortal vida. Al ser único, no admite otras posibilidades.

Es evidente que mi descubrimiento del otro día está validado por las más altas instancias.

¿Qué os decía yo? ¿Tengo o no tengo razón? Y por si aún queda algún escéptico con la ceja levantada que no acaba de creerme, os dare otra prueba: ¿Alguien puede imaginarse a Rajoy con una edad distinta de la que tiene? Cuando habla, lo hace utilizando expresiones de quien ha sido así siempre. Habla como mi abuela que también tuvo toda su vida ochenta años, y cada dos por tres incluía un “como Dios manda”, para dar solvencia a lo que decía. Además, en el caso de Rajoy os diré que está aún en sus años mozos, vamos que tenemos Mariano para rato.

martes, 17 de enero de 2012

Uno mismo

Es terrible darse cuenta de lo poco que duramos siendo nosotros mismos. La típica expresión que a menudo oímos de “he cambiado tanto que ni yo me reconozco”, es lo más acertado que podemos decir de nuestra persona, término que se queda totalmente desdibujado, pues a qué persona nos referimos, a la que somos ahora o a la que fuimos hace cinco años. Cambia nuestra forma de pensar y con ello cambiamos nosotros. Muchas veces, nos parecemos más a un desconocido que a lo que hemos sido en un tiempo pasado. Un bebedor, mujeriego y amigo de broncas, se puede convertir en un tranquilo, fiel y abstemio marido.

Lo mucho que cambiamos físicamente es muy evidente, pero los cambios que se producen en nuestro interior son aún más notorios y también más terribles, pues afectan a nuestra propia esencia poniendo en duda incluso que exista algo parecido a una esencia de nosotros. Ni siquiera es necesario haber tenido recientemente experiencias resaltantes (volverse abstemio, votar al partido que siempre nos ha caído fatal…) para que surja la evidencia de lo efímero de nuestra mismidez.

Si a todo esto le sumamos que ninguna de las moléculas que componen nuestro cuerpo físico, formaban parte de nosotros quince años atrás, salvo, por lo visto, algunas que tenemos en los huesos, la certeza de que cambiamos tanto que dejamos de existir en vida para convertirnos en otros seres, es ya total.

Y para terminar con el galimatías, ¿qué ocurriría si replicáramos molécula a molécula nuestro cuerpo físico? Naturalmente es pura conjetura, pero en el terreno teórico nada nos impide copiar nuestro cuerpo colocando los mismos átomos que lo componen en las mismas posiciones, con lo que obtendríamos, no ya una copia de nosotros, sino que también seríamos nosotros. Con los mismos derechos a ser llamados por nuestro nombre. Incluso, si eso ocurriera, seguro que responderíamos. O responderían, porque ya no sé si seríamos nosotoros o no. Entonces, ¿podemos haber varios “yo”? La misma formulación de la pregunta parece un error sintáctico de lo absurdo que resulta, pero insisto en que en el plano teórico es posible. Quizá algún día, la forma habitual de viajar sea introduciéndonos en un desmaterializador en el punto A, y surgiendo en un materializador en el punto B, de forma que vamos de A hasta B, en fracciones de segundo. Y sin tener que quitarnos los zapatos en la aduana, pues en realidad, nos quitarían todo, hasta el cuerpo.

Presumimos de poseer una identidad clara y de que cada uno de nosotros tiene su propia personalidad y resulta que eso no es más que otro deseo producido por nuestra vanidad. Estoy seguro de que el futuro nos pondrá en nuestro sitio, ya veréis.

Pero ahí no acaban las malas noticias para los que se creen únicos y creadores de su propia genialidad que los distingue del resto. Hace poco se ha realizado un estudio en el Instituto Karolinska de Estocolmo que revela que el éxito o fracaso del hombre en su matrimonio viene determinado por un gen. Si tienes ese gen, ya puedes ir preparando los papeles del divorcio y más vale que no te metas en hipotecas para toda la vida con tu pareja. Por lo visto actúa sobre una hormona del cerebro llamada vasopresina. Según los investigadores, dos de cada cinco varones poseen el gen de marras, lo que no contradice en modo alguno las estadísticas sobre divorcios con la corrección necesaria de que muchos hombres, a pesar de sentir la llamada de la naturaleza para divorciarse no lo hacen por motivos que creen ser personales, pero que seguro que aparecen motivados por otro gen.

Hace ya algunos años se descubrió que también un gen era el causante de la ludopatía. Si seguimos así, seguro que existe otro gen que nos hace ser del Real Madrid o del Atlético, otro que nos define claramente como coleccionistas de cucharillas de ciudades del mundo y ya puestos, algún gen habrá que sea el responsable de que haya personas que no soportan el cante jondo, como es mi caso, y que tanto me gustaba comentar entre los amantes del flamenco para hacerme el interesante.

Resulta que todas nuestras capacidades, gustos, perversiones, aficiones, preferencias, tendencias, manías, sicopatías, y demás rasgos de personalidad, están determinados por grupos de moléculas, muy semejantes a las que puedas encontrar en la parte más oculta de una acelga.

Somos pura química, y por tanto no hay sitio para el orgullo desmedido. Cristales evolucionados, eso es lo que somos. Pues vaya.

jueves, 12 de enero de 2012

Por principios

En mi útimo post hablaba de los memes, como agentes trasnmisores de todos los rasgos culturales que se transmiten de generación en generación dentro de una sociedad, y la posibilidd de cambiar ciertas pautas culturales manipulando esos memes. César, amigo y sin embargo visitador de este blog, sugirió que esa manipulación puede verse bloqueada por una especie de sistema inmunológico contra memes extraños que las sociedades crean para evitar precisamente eso, alteraciones en aquellos memes con los que se sienten más seguros. Le he dado vueltas, pocas pues la cosa es evidente, y ese sistema inmunológico se llama, principios.

Tenemos que admitir que lo que mejor se nos da a los seres humanos es pensar, pero eso no significa que cada vez que lo hagamos, acertemos. De la misma forma que no siempre que emprende su veloz carrera un guepardo, acaba alcanzando a la presa. Lo que nos diferencia del guepardo es que el felino sí es consciente de que puede fallar, mientras que nosotros creemos que cada vez que tenemos un pensamiento éste es certero, único e indiscutible. Me temo que la soberbia nos impide ver nuestras limitaciones.

Resumiendo: no todas las ideas son buenas por el hecho de haber sido pensadas por nosotros, seres supremos en la cosa de pensar, y mucho menos únicas. Es decir, todos deberíamos admitir que cualquier idea por buena que nos pueda parecer en un momento dado, es susceptible de ser revisada, mejorada, ampliada, y ¿por qué no? excluida y reemplazada por otra.

Sin embargo esto es algo que muy pocas personas tienen presente, y aquí es donde aparece ese sistema inmunológico que decía César y que yo llamo principios, inspirado en un encuentro que tuve con un amigo mío de la infancia que me declaró orgulloso que sus principios son inamovibles.

-Mis principios son inamovibles –me dijo mientras se ajustaba el nudo de la corbata para dar mayor seriedad a la declaración.

Principios es más que ideas, claro, pero no entiendo por qué.

Según mi amigo y sus ideas inmutables, entiendo que si en un momento dado te han gustado los toros, te tienen que gustar hasta que te mueras, aunque alguien te explique que es una barbaridad. Si tal cosa sucede lo mejor es no escucharle, y argumentar a favor de la tauromaquia sin atender otras razones, no sea que te puedan llegar a convencer y tus principios se tambaleen como una gelatina.

Era sólo un ejemplo, los hay más perjudiciales. Fijaros sino en la religión. Si por educación y por influencia de tu entorno, has creído en un dios determinado, más vale que ni te plantees dejar de hacerlo una vez que tienes una mente mucho más preparada para la crítica que cuando te inculcaron la idea de dios. Esto trae como consecuencia directa que tampoco puedes cuestionar ninguna de las ideas derivadas de creer en ese determinado dios, que siempre marca sus propias pautas de cómo pensar. En el caso de España y su cultura católica, tu opinión sobre el aborto, los matrimonios gay, la eutanasia y otros asuntos en que la iglesia ha mostrado su postura, ha de responder a lo que se espera de quien tiene esas ideas, sin preguntarte siquiera si no hay otra opción mejor. O simplemente admitir que otras personas tengan otra opción. Es una cuestión de principios y ya está.

Por eso, por principios, hay personas que se pasan toda su vida manteniendo las mismas ideas, unas ideas que a veces son acertadas, en cuyo caso, mira tú qué bien, pero que también existe la posibilidad de que sean superadas por otras mejores o simplemente por otras más acordes con los nuevos tiempos, que esos sí que cambian lo queramos o no, en cuyo caso, mantenerse firme en sus ideas guardadas como piezas arqueológicas, con orgullo y sin permitir que nadie las toque, no deja de ser un gran error de la función pensante.

Es triste ver que a veces en lugar de encontrarte con personas que tienen ideas, te topas con ideas que poseen personas.

sábado, 7 de enero de 2012

Memes

Muchas personas no saben qué es un meme, y sin embargo todos rezumamos memes cada vez que hacemos algo. Un meme, por así decirlo, es como un gen, pero en vez de en el terreno biológico, en el cultural. Es decir, memes son aquellos rasgos culturales hereditarios que nos transmitimos dentro de una sociedad dada, de generación en generación. Dicho así, para resumirlo. Es un término que acuñó Richard Dawkins en su gran obra El Gen Egoísta, y lo llamó meme por su aproximación fonética a gen al tiempo que señalaba su vinculación con memoria y mímesis. Es por lo tanto una unidad de información cultural transmitible de un individuo a otro.

Tan meme es en nuestra sociedad ir a misa los domingos como entre los yanomamos, llevar el prepucio atado a la cintura. Los europeos compartimos muchos memes, pero también incomprendemos los exclusivos de nuestros vecinos. Los memes de los chinos son bastante diferentes de los que se llevan en los emiratos árabes y éstos de los que se transmiten entre los judíos y así, a base de memes demostramos la gran diferencia que existe en la forma de entender la vida según en qué sociedad hayas nacido.

Cada cual siente sus propios memes como los mejores y los luce con orgullo haciéndolos resaltar cuando la ocasión lo precisa para dejar claro al mundo que para memes, ninguno como los suyos. Aunque sean de una cutrez evidente. Como el famoso Spain is different que blandíamos con callada tristeza en una época en que efectivamente se notaba una gran diferencia entre nuestras costumbres y las aledañas.

Pues bien, se me ha ocurrido una idea estupenda: propongo que de la misma forma que a base de la manipulación genética se consiguen peras más gordas, sandías sin pipos, incluso cuadradas para facilitar su almacenamiento, o un maíz formidable resistente a plagas y ciclones, por qué no hacer, siguiendo la analogía, una manipulación memética en los aspectos débiles de una sociedad con el fin de mejorarla. Por ejemplo, se me ocurre, que los investigadores de turno podían lograr una mutación en los memes transmitidos en España para que las siguientes generaciones surgieran con mayor amor a los animales. Así, se dejarían de ver perros ahorcados al final de las temporadas cinegéticas, o arrojados a la carretera en verano, y por supuesto, ya no se daría la tortura estival de toros, tanto en los cosos, exterminados por matadores profesionales, como en las fiestas populares en que son lanceados, alfilereados, y martirizados, en fin, de mil maneras diferentes. Y ya puestos, también pediría otra ligera manipulación memética para poder dormir en verano nuestras siestas, propiciadas por irrenunciable meme, sin que el escape libre de una moto, los petardos de una feria o la radio insufrible del vecino, lo impidiera.

Se me ocurren más manipulaciones meméticas en nuestro menoma nacional, pero de momento sólo quería poner un par de ejemplos para ilustrar mi gran idea.