domingo, 29 de diciembre de 2013

Atraco a tres. Último capítulo.









El inspector Peralta esperaba el Día de Reyes nervioso como un chiquillo. Él también quería su regalo. Según le cantó un confidente, sin dar más detalles, los Tres Jotas estaban preparando algo gordo para la víspera de reyes en unos grandes almacenes, y la única forma de recuperar  la imagen de policía eficaz, martillo de chorizos y rufianes, que siempre le había acompañado, era atraparlos. Con la información que tenía tampoco podía hacer grandes cosas, salvo acudir al lugar elegido para el golpe y esperar a ver qué pasaba. Solo podía hacer eso y exactamente eso es lo que hizo. Desde las diez de la mañana. Todo el día esperando sin que pasara nada extraordinario, tan solo el movimiento normal en unos grandes almacenes en la víspera de Reyes.
A medida que avanzaba el día, la espera se iba haciendo más insoportable pues además del cansancio se unía el hecho de que cada vez había más gente. A media tarde, parecía que todo el mundo se hubiera acordado de repente que había que comprar regalos, y a eso de las once de la noche era ya un verdadero tumulto. Entonces, justo cuando faltaban pocos minutos para las doce, pasó algo que le llamó la atención; a lo lejos, como si acabaran de salir de la pantalla de una televisión gigante que se interponía, vio a tres reyes magos caminar con paso decidido. Se dirigían hacia la caja central y los tres iban perfectamente ataviados, con unas exageradas pelucas blancas que les cubrían hasta los hombros. Con agilidad gatuna, saltó a su encuentro. De espaldas, las tres figuras eran idénticas, con la misma estatura y corpulencia, como los Tres Jotas, pensó para si el inspector, y además tenían los mismos caminares. Echándose la mano derecha a la sobaquera les dio el alto. Los tres reyes se giraron sorprendidos, sobre todo cuando Peralta les gritó que se quitaran las barbas postizas que llevaban, tan tupidas, que apenas se les veía la cara
    -Ajajá, mira por donde, aquí tenemos a los sobrinitos del Pato Donald, qué bien –vociferó ufano.
    -¿Sobrinitos del Pato Donald?¿cómo puede confundir alguien a los reyes magos con los sobrinos de un pato? ¡Este tío está loco!
    -¡Se quiten las barbas, coño! –Peralta sacó la pistola de su funda.
Luego se quedó de una pieza al ver que tras las barbas blancas se ocultaban los rostros de tres individuos que desde luego no eran negros. El inspector, desconcertado, murmuró algo que sonó a disculpas aunque más bien era un reproche por no haber sido los tres que él buscaba, y según se alejaba de ellos, vio a otros cuatro reyes magos que iban también en dirección a la caja central. Corrió a por ellos y en su carrera chocó con Gaspar. Bueno, con alguien vestido como Gaspar. A continuación, como si fuera una pesadilla, la sección de electrónica en la que se encontraban, empezó a llenarse de reyes magos. Decenas de melchores,  gaspares y también algún que otro baltasar suelto, circulaban a su alrededor como si fuera lo más normal del mundo. Con decisión atrapó por el manto de armiño a un pobre Gaspar que en ese momento pasó cerca de él y le espetó a grito pelado:
    -¿Me puedes decir especie de barbudo chiflado por qué hay tantos reyes magos a estas horas?
El pobre rey mago  atrapado no sabía muy bien qué responder y entre balbuceos le contó que se trataba de una promoción organizada por los almacenes.
    -Cualquiera que venga hoy disfrazado de rey mago –explicó cohibido- y se presente en la caja central a las doce en punto de la noche, recibirá un vale de 20 euros para canjear en la sección de juguetes. Debe ser por la crisis –aclaró.
   -Y vale cualquier rey mago, claro –dijo para si mismo el inspector sin soltar el manto de armiño.
    -Claro. La promoción venía anunciada en todos los periódicos, ¿no lo ha visto? Y por favor suélteme la capa que me está descomponiendo el porte principesco que traía.
    -Claro, qué listos, entonces tres reyes negros pasarán desapercibidos, ¿verdad?
   -¿Negros? Para esos el vale era de treinta euros, menuda suerte.
El inspector Peralta se abrió paso casi a codazos en dirección a la caja central que en ese momento estaba abarrotada de reyes magos. En un reloj lejano empezaron a sonar las doce campanadas de medianoche. No sin dificultades consiguió llegar hasta el mostrador justo en el momento en que desde el interior de las oficinas se oía claramente el grito inconfundible de uno de los Tres Jotas:
    -¡Manos arriba, esto es un atraco!

Peralta saltó ágilmente el mostrador derribando a su paso un ordenador que le pareció excesivamente frágil y ligero y sin más preámbulos entró en las oficinas tumbando de una patada la puerta que era de plástico. La última campanada de las doce quedó vibrando en el ambiente mientras Peralta sacaba de su sobaquera su pistola. Una pistola de agua con la que estaba apuntando a los Tres Jotas que perplejos contemplaban varios fajos de billetes del Monopoly. Billetes amarillos, azules, rojos,… según el valor. Peralta hizo lo que siempre hacía cuando había algo que no entendía: sacó su placa de policía para hacer valer su autoridad. Para su sorpresa la placa era de juguete y ponía FBI con grandes letras amarillas. Todo, absolutamente todo, era de juguete. Sacó unas esposas de mentirijillas y con gesto solemne atrapó a los Tres Jotas mientras les decía:
    -¡Pan y tomate para que no te escapes!

Una año más, Melchor, Gaspar y Baltasar, habían hecho su magia.



Nota: el cuento ya ha terminado pese a que dije que entregaría el último capítulo el día seis. Está claro lo que vale mi palabra.
¡Que os traigan muchas cosas los reyes magos y no todas de juguete! 



domingo, 22 de diciembre de 2013

Atraco a tres. Capítulo 3

Tras la inevitable interrupción por publicidad de mi anterior post, continuamos con el cuento de Navidad. Va la tercera entrega.


seguimos pues:







Los Tres Jotas estaban apesadumbrados, silenciosos, cavilando en cómo podían resolver el gran problema de ser negros los tres. Tarea complicada desde luego, pues un blanco untado de betún, puede pasar por negro, pero ¿de qué se tiene que untar a un negro para que pase por blanco?
Jorge cogió el periódico con indiferencia, con un gesto mecánico que le llevó a la sección de deportes. Antes se entretuvo en ver las esquelas mortuorias pues  esperaba con ansia el momento de ver que alguien pedía una oración por el alma del inspector Peralta, su mayor enemigo. De repente dio un brinco en su silla entusiasmado por algo que acaba de leer.
    -¡Eh chicos!, ¿Habéis visto esto? –gritó jubiloso.
Sus dos compañeros enseguida salieron de su somnolencia pesimista para tratar de descubrir el motivo de tanta euforia.
    -¿Ha vuelto a perder el Real Madrid?
    -¿Se ha clasificado Burkina Faso?
Jorge prefirió, como respuesta, dejar el periódico abierto por la mitad en el centro de la mesa, señalando una noticia que aparecía en cuerpo 12 a doble columna con una foto navideña en la cabecera.
    -¿Qué os parece?
Jaime y Juan se inclinaron sobre el periódico, cabeza contra cabeza, y poco a poco una enorme sonrisa alumbró sus negras caras. Se incorporaron y dando un salto chocaron las palmas de sus manos en lo alto al tiempo que lanzaban un potente:
    -¡YESSS!
Jorge se unió a ellos en la celebración. Asunto resuelto: el día de reyes  cometerían el atraco perfecto en los grandes almacenes.


continuará (sí, esta entrega ha sido breve, pero qué quieres, es domingo)


sábado, 21 de diciembre de 2013

El ladrón de nubes







Para los que estén levemente interesados en leer el IX Premio Onuba, y vivan en Madrid, de momento está a la venta en la librería Tarde de Libros, en la calle Ruiz, 15 (metro Bilbao), y en la librería del Centro del Bulevar de la Moraleja.

Habrá otras pero de momento podéis agotar las existencias de las anteriormente citadas.

(probablemente mañana siga Atraco a Tres).

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Atraco a tres. capítulo 2

En el capítulo anterior ya sabemos todos qué pasó, por lo que sin más dilaciones vamos a la siguiente entrega de Atraco a  Tres, mi apasionante y estresante cuento de navidad de este año.

                                          El inspector Peralta






El inspector Peralta entró en su despacho, como siempre, lanzando su chaqueta al perchero según se sentaba, y como siempre pasaba, la chaqueta acabó en el suelo. Su Smith & Wesson bailó dentro de la funda sobaquera según se dejaba caer pesadamente sobre el sillón. Con desidia cogió el informe que había sobre su mesa y lo leyó por tercera vez antes de archivarlo definitivamente en la papelera. No le interesaba nada que no fuera atrapar a los Tres Jotas, la pequeña banda de rufianes subsaharianos que siempre conseguían escabullirse de sus manos. El ruido machacón de los teclados de los ordenadores se colaba a través de la puerta poniendo en ocasiones al inspector fuera de sus casillas. Él era un hombre de acción y odiaba toda esa porquería de burocracia a la que estaban obligados a cumplir tanto sus hombres como él mismo. Una enorme pérdida de tiempo que siempre acababa con los sujetos que lograban atrapar, de nuevo en la puta calle para continuar haciendo sus fechorías. Si le dejaran a él impartir justicia la cosa sería muy diferente. Peralta era un celoso guardián del orden según entendía él, en qué consistía el orden.
El teléfono sonó varias veces antes de que el inspector lo metiera sin descolgar dentro del cajón central de su mesa y lo cerrara con violencia. Luego empezó a sonar su móvil con el que hizo la misma operación. Al final, se resignó cuando el comisario Baena entro en su despacho con una mandarina en la mano.
    -Te he dicho mil veces que no me gusta que me escondas en el cajón, y si te llamo por teléfono me coges a la primera. La próxima vez será una orden y nuestra amistad no te salvará de que te meta un puro.
Según hablaba terminó de pelar la mandarina que engulló de un bocado, tirando las mondas sobre la mesa del inspector. Luego abrió el cajón central, sacó el teléfono y con el canto de la mono barrió las peladuras hacia su interior.
    -Te voy a dar una buena noticia, para que veas que en el fondo te aprecio.
    -¿Te trasladan a otra ciudad?
    -Mejor aún: te trasladan a ti.
El inspector Peralta tensó abruptamente el gesto. No era amigo de las sorpresas. Su superior continuó disfrutando el momento:
    -A un villorrio que tiene comisaría de casualidad, con lo que el morirse de aburrimiento está asegurado –sin pudor se hurgó entre los dientes- pero qué quieres, alguien tiene que encargarse de los peores trabajos, ¿no te parece?
Peralta intentó abrir la boca pero estaba tan crispado que no pudo despegar siquiera los labios.
    -MMMMMMRR
    -Ya, ya, no sabes cómo agradecérmelo… no lo hagas, mejor agradécetelo a ti mismo, creo que te lo has ganado. Últimamente no has dado una en el clavo, ¿cuándo fue la última vez que resolviste un caso?
    -Una mala racha no puede justificar el destierro.
    -Te equivocas, sí puede. De hecho, ha podido. A partir del uno de febrero del año que está a las puertas, te irás a VillaBolluyos de San  Serenín del Valle a vigilar que los cabreros no se roben entre ellos sus quesos.
    -Pero… precisamente ahora estaba a punto de atrapar a los Tres Jotas.
    -¿Sí? Qué pena,  no me digas.
El comisario Baena se apeó de la mesa del despacho de Peralta sobre la que había estado sentado durante toda la conversación y se dirigió hacia la puerta con displicencia. Por supuesto, buscó la manera de pasar por encima de la chaqueta de Peralta pisándola a conciencia.
    -Sigues sin conseguir encestar tu chaqueta, por lo que veo. Ya pocas oportunidades te quedan, muy pocas.
    -Un momento, tengo dos preguntas –el comisario se detuvo con la mano ya en el picaporte de la puerta dispuesto a marcharse pero también a escuchar a Peralata.
    -Dispara.
    -Primero, me consta que los Tres Jotas están tramando algo para el día de Reyes, ¿si los atrapo, nos olvidamos de mi traslado? Segunda pregunta: ¿porqué me tengo que ir el uno de febrero y no el uno de enero?
    -Sabía que me ibas a hacer esas dos preguntas –respondió con suficiencia Baena-. Afirmativo a la primera, en cuanto a  la segunda es para darte una oportunidad de que triunfes el seis de enero. Ya te dije que te aprecio.
El portazo que dio el comisario al marcharse dio por terminada la conversación que dejó a Peralta con una única idea dentro de su cabeza: tenía que acabar con los Tres Jota. Como fuera.


continuará... (espero)



domingo, 15 de diciembre de 2013

El juego de navidad









La primera vez que escribí un cuento de navidad fue la primera vez que mandé un cuento de navidad a todos mis amigos y conocidos. Quiero decir que lo escribí, no para mí, sino como felicitación personal para todo el mundo. Nada más terminarlo, sin corregir siquiera, lo emailineé (palabreja recién inventada pero que todo el mundo comprende) a toda mi lista de correo electrónico. De esto hace trece años y desde entonces no he faltado ni un solo año a mi cita navideña. Pues bien, resulta que cada vez me cuesta más trabajo cumplir con mi voluntario compromiso, tanto que he llegado a pensar en abandonar so pretexto de que nadie se daría cuenta si me hago el despistado. Ya, pues no; resulta que siempre hay alguien (a quien le agradezco de veras su interés) que me lo recuerda, y  cada vez con mayor antelación. Entonces se me ha ocurrido unir la vieja tradición, que no deja de ser una pesadez, con algo que haga de ella algo más fresco, nuevo y emocionante. Se trata de un juego. Un juego del que yo no conozco la solución.

Consiste en lo siguiente: este año he empezado mi cuento de navidad pero solo he hecho eso, empezarlo. No he pensado en como puede continuar, ni la menor idea, con el agravante de que lo empecé hace más de un par de semanas. Y precisamente, en este punto es cuando se me ha ocurrido el Juego de Navidad, que consiste en que hoy subo al blog la primera parte del cuento, esa primera página escrita hace veinte días, pero sin saber como será la siguiente entrega. El juego también consiste en que se admiten sugerencias, de modo que La Tertulia Perezosa se convierte en eso, en una tertulia donde todas las opiniones cuentan e incluso alguna de ellas puede llegar a ser la que determine el final de un cuento que espero que sea del gusto de todos.
He situado la acción en el día de Reyes, de modo que tenemos más tiempo para encontrar el mejor desenlace. Hoy es la primera entrega y me comprometo a que subiré la última el mismo 6 de enero.

Insisto, se admiten ideas, y si nadie me manda ninguna, no pasa nada, el compromiso es mío y solo mío. También os adelanto que puede ocurrir que las ideas que me lleguen (si es que me llega alguna) sean demasiado complicadas y las desestime con cierto alivio.
También puede ocurrir que a mi tampoco se me ocurra ningún final convincente, en cuyo caso, este año sería el primero de este siglo en que no cumpla con mi compromiso de mandar un cuento de navidad a todos mis amigos. Al menos, completo.

Va.


                              ATRACO A TRES


Es muy fácil, veréis, nos ponemos estos trajes y luego entramos como si tal cosa y a mi señal, sacamos las armas y nos llevamos toda la pasta, ¿qué os parece?
    -Que al final, nos pillarán, verás.
    -No seas gafe, coño.
    -Déjale, déjale que se exprese, tiene derecho al pesimismo… a ver, ¿por qué dices que todo saldrá mal?
    -¡Porque no se puede entrar en un gran almacén como si tal cosa, tal como tú propones, vestidos de esta guisa!
Jaime señaló un montón de extrañas ropas que había encima de la mesa, del que sacó como ejemplo, un chaleco de púrpura y unas babuchas con lentejuelas.
    -¿Qué tiene de extraño ver a los reyes magos en plenas navidades? –se defendía el que parecía ser el jefe de la banda-  su hábitat natural son precisamente los grandes almacenes, ¿no?, luego nos acercamos a la caja central y ¡zas! ¡golpe perfecto!
    -Sí, claro, pero lo extraño es que los tres reyes magos sean negros. No se si os acordáis de que solo había uno: Baltasar.  Los otros dos eran blancos, rubios y uno de ellos con los ojos azules.
    -Ya, pero da la casualidad de que los tres somos negros, muy negros, te lo digo por si no te habías fijado, por tanto la única posibilidad que tenemos de disfrazarnos de reyes magos es que hagamos de Baltasar. Los tres.
    -Pues yo te digo que ver tres Baltasares puede resultar sospechoso, y si los tres Baltasares entran en un supermercado de esos, con sus sacos llenos de juguetes y se dirigen a la caja central, aún es más sospechoso.
El jefe de la banda se quedó un rato cavilando en silencio sin dejar de rascarse el mentón. Se llamaba Juan; sus otros dos compinches, Jorge y Jaime le contemplaban  en silencio sin atreverse a perturbar sus reflexiones. En los círculos de malhechores eran conocidos como “los Tres Jotas”, debido a las iniciales de sus nombres. También, algunos se referían a ellos como los sobrinos del pato Donald, aunque esta última acepción les llenaba menos de orgullo.
    -Bien, creo que puedes tener razón en que quizá resulte un tanto extraño, pero ya me contarás tú entonces qué hacemos –Juan se dio un palmetazo violento en su pierna en señal de desesperación-. Es que era perfecto, el atraco perfecto. Ocultos en nuestros disfraces nadie podría sospecha nada, luego la pasta la metíamos en nuestros sacos de juguetes… y a disfrutar. Me consta que a la hora que teníamos planeada nuestra aparición, la caja central está hasta arriba de pasta que han llevado de todas las secciones.
    - Sí, sí, pero para entrar sin llamar la atención, dos de nosotros se tienen que volver blancos, o no way, compañero.
Los Tres Jotas torcieron el gesto al unísono y también al unísono se pusieron a pensar en cómo podían solucionar su problema.




continuará.


jueves, 12 de diciembre de 2013

Presentación de mi libro



Ya sé que son fechas en que todo el mundo tiene una coartada para no acudir a una invitación, que hace frío, que en el fondo todos nos estamos haciendo mayores y huraños, que tal y pascual, pero si a pesar de todo alguien quiere acompañarme en la presentación de mi libro, os digo a continuación dónde y cuándo. 

De antemano os doy las gracias a todos los que vengáis y también a los que no vengan pero que de momento toman nota del sitio y la fecha. Ya puestos, también doy las gracias a todos los que ni por un solo momento se les ha pasado por la cabeza venir;   el mero hecho de entrar en La Tertulia Perezosa y leer este post, ya es de agradecer. 


jueves 19 a las 8 de la tarde

en el café Manuela. C/ San Vicente Ferrer, 29
MADRID


presentación de mi libro

El Ladrón de Nubes



       También puede ser una excusa para tomarnos unas cervezas o unos vinos, a gusto de cada cual. Yo casi seguro que voy.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Adiós






Los poetas son gente extraña, diferente, con una visión aberrada de la realidad. En general procuran que esa visión sea más hermosa, pero igualmente un poeta puede distorsionar lo que ve para hacerlo más terrible, doloroso y hasta terrorífico. Todo depende de en qué sentido dirijan su potenciador de emociones, que es así como podría llamarse científicamente el instrumento que utilizan para describir aquello que les llama la atención, con el fin de conmover. Ese instrumento no es otra cosa que una forma ordenada y precisa de seleccionar las palabras que constituirán cada unidad de información, llamada verso, dentro de los círculos no científicos.  
Luis Gallardo se dedicaba precisamente a estudiar la creación poética con un criterio estrictamente científico. El punto de partida de su análisis no era la literatura, sino la ciencia. Una forma mucho más fría de contemplar el mismo hecho, pero con unas conclusiones más precisas, pensaba. No voy a describir ahora los resultados de tantos años de estudio y observación, no viene al caso, y además no me siento capacitado para esa labor, pero sí quiero contar qué fue de Luis Gallardo.
De pequeño era un niño casi normal, si dejamos a parte su manía de quemar hormigas ayudado por una lupa, y de joven, aunque siguió con la costumbre de achicharrar todo tipo de bichos, se puede decir que también era normal, pero eso sí, con tendencia a la melancolía. Taciturno, eso es, Luis Gallardo era muy taciturno, y ese rasgo tan marcado de su carácter, fue quizá lo que más influyó a la hora de decidir a qué iba a dedicar su vida, que como ya ha quedado claro consistía en estudiar la poesía utilizando el método científico. No contaba las sílabas de los versos, pero podemos decir que utilizaba un espectrómetro de masas figurado para obtener una idea de su dimensión, densidad y hasta del color. Pues bien, llegó a sentirse tan identificado con su trabajo que en sus ratos libres escribía poemas, pero eso sí, sin poner nada de pasión en la obra. Sólo técnica y método científico. Sonetos perfectos, con y sin estrambote, cuartetas ideales, sextinas rompedoras… cualquier estructura, ya fuera clásica o moderna, salía de su ordenador (por supuesto no utilizaba otro sistema para escribir que no fuera un ordenador) con perfección matemática. Escribió más de doscientos mil poemas, sí, muchos más, y en ninguno de ellos puso nada que saliera de su alma. Jamás hizo un solo verso que partiera del fondo de su corazón, no lo necesitaba para crear belleza, y nunca buscó emociones reales para nutrir su imaginación. Escribió sobre el amor sin haber estado nunca enamorado, a cerca de la amistad, sin tener amigos y un poemario completo dedicado a unos hijos que jamás tuvo. Todo era falso, podríamos decir, claro que falso no es una palabra correcta, pues los poemas existían de verdad, y eran buenos, muy buenos, endiabladamente buenos. Muchos de ellos, quizá fueran los más bellos jamás escritos.
Al final de sus días hizo algo insólito: se deshizo de su ordenador y destruyó toda su obra. Sabía cuando iba a morir y ese mismo día quemó miles de páginas en su chimenea con la intención de dejar solo una poesía escrita, una que aún tenía que crear. Por fin sentía la necesidad de expresar sus sentimientos, de sacarlos fuera y plasmarlos con palabras de la forma más cautivadora posible. Sin ciencia pero con corazón.
Su agonía continuaba indolora e implacable. Cogió una pluma estilográfica, un papel, y se dispuso a inmortalizar sus sentimientos en una poesía que ya tenía claramente escrita en su mente.
Escribió primero el título: solo, la palabra adiós, escrita con un trazo débil, casi inexistente. De hecho la última letra solo era un arañazo en el papel, un gesto inútil imposible de distinguir. Se dio cuenta demasiado tarde de que la pluma estilográfica no tenía tinta. Se murió con una sonrisa cínica en los labios que expresaba todo lo que sentía mucho mejor que  cualquier poesía jamás escrita. Bueno, la verdad es que eso nunca se sabrá.