lunes, 25 de junio de 2012

Fotones, neutrinos y yo


La luz es mucho más rápida que cualquier cosa que te puedas imaginar. Ya nadie lo pone en duda después del chasco de los famosos neutrinos a los que, por un momento, se les supuso más veloces, pero que luego se demostró que de eso nada monada. Resulta que calcularon mal su velocidad por culpa de un enchufe que estaba un poco pelado. Anda que también. El caso es que Einstein sigue teniendo razón. Sin embargo, yo, no solo lo pongo en duda sino que puedo demostrar que es rotundamente falso y que existe algo cuya velocidad es superior a la de la luz. ¿De qué se trata? Precisamente de su gran antagonista, la oscuridad. Por muy rápido que vaya la luz, siempre llega a lugares donde la oscuridad llegó antes.
Pues bien, esto que le sucede a la luz, también me pasa a mí continuamente, y no es que quiera ir de iluminado, pero es así. El otro día por ejemplo, se me ocurrió una idea buenísima para ponerla en práctica en Internet (y forrarme), y resulta que esa página web ya existía. Había llegado antes otro individuo, que sin ser consciente de que la idea no era suya, mejor dicho, de que también era mía, la había puesto en marcha sin contar conmigo (y efectivamente se estaba forrando). Pero esto que me pasó con Internet me ha pasado un montón de veces con otras cosas de variadísima naturaleza. Hace un par de años empecé a escribir un libro de poemas, dividido en capítulos, y lo titulé, Les fleurs du mal. En francés, por supuesto. Pues, bien, resulta que ya lo había escrito Baudelaire. Menos mal que me di cuenta a tiempo y no lo terminé, pues el trabajo se las trae. Llegué hasta Chanson D’apres-midi, es decir, que casi me escribo la mitad.
Antes, cuando mi trabajo como creativo publicitario, digamos que hervía en un fuego más vivo (qué tiempos), me sucedía con mayor frecuencia, las cosas como son, y siempre tenía que preguntar a mi director de arte, ¿oye, esto no estará ya hecho verdad?. Y a veces sí, y a veces no. Anda que no habré pasado yo tardes mirando reeles de anuncios, más que buscando inspiración, comprobando que mi idea no se la había apropiado antes otro.
Pero es que esto que me pasa con los demás (o a los demás conmigo, pues es cosa de todos), también me ocurre conmigo mismo. Muchas veces se me ocurre algo que ya se me ha ocurrido anteriormente. En estos casos me importa menos, claro, pues soy yo mismo el que se aprovecha de mis propias ideas. De hecho hay veces que hago la vista gorda y me copio sin ninguna clase de remordimientos. Es más, tengo la insidiosa sensación de que esto que acabo de escribir, ya lo he escrito yo anteriormente.
No sé, no me atrevo a mirar en mis archivos por si acaso.

lunes, 18 de junio de 2012

Asociaciones


Últimamente no paro de darle vueltas a un asunto vital. Bueno, más que vital, mortal, porque se trata de la muerte. La conclusión a la que he llegado es que no sabemos cómo actuar ante este hecho universal e inevitable y mantenemos una actitud completamente equivocada. En lugar de aceptación, hay rebeldía (lo cual es absurdo) y nos aferramos a la vida desesperadamente ignorando que esa disposición solo conduce al sufrimiento. Yo creo, que después de tantos años de evolución, podíamos haber avanzado algo en la comprensión de nuestra finitud, pero nada.
Edward Hopper, sí lo entendió, y en el último cuadro que salió de su estudio aparecen dos cómicos sobre un escenario, cogidos de la mano, despidiéndose de su público. Son él mismo y su mujer (su eterno modelo) que morirían poco más tarde.
¿Os imagináis a un actor que al final de la representación se niegue a dejar el escenario, abriendo desesperadamente de nuevo las cortinas para que la función continue aún sabiendo lo inutil y patético de sus esfuerzos?. Pues eso es justo lo que hacemos.

    -Vale, me parece fenomenal, pero tú nos ibas a hablar de asociaciones, o al menos ese es el título de este… como lo quieras llamar.
    -Es verdad, tienes razón, y de eso es precisamente de lo que voy a hablar, de asociaciones, pero antes quería crear el contexto apropiado.
    -Bueno, pues ya está creado, ¿ahora qué nos cuentas?

Ya sabemos que el hombre es un animal social y esta circunstancia le lleva a buscar vínculos con otras personas. Al hombre le gustan las asociaciones. Así, buscando congéneres con los que sentirnos unidos por aficiones comunes, hemos llegado a crear la asociación de comedores de hamburguesas gigantes, el círculo de seguidores del Señor de los Anillos, el club de lanzadores de guisantes o cualquier otra cosa que se nos ocurra por disparatada que sea.
Yo no soy proclive a pertenecer a ningún club, pero comprendo la existencia de su gran variedad, los respeto, siempre que no sean ilegales, y sobre todo: me traen sin cuidado. Bueno, me traen sin cuidado hasta cierto puento, pues como en todo hay excepciones y la naturaleza de ciertas asociaciones puede llegar a preocuparme, además de dejarme bastante desconcertado. Y este es el punto al que yo quería llegar. Por fin.
Resulta que existe una asociación de médicos católicos, incluso una federación internacional de asociaciones médicas católicas. Mi primera pregunta es, ¿por qué y para qué se asocian los médicos de una determinada religión? ¿Habrá también una asociación de médicos budistas? Este tipo de asociación ya no me resulta indiferente, porque me imagino por donde van los tiros; está claro que no es la medicina lo que les une, sino su práctica bajo el sometimiento a  unas normas católicas que no comparto en absoluto. Dentro de las causas por las que yo puedo necesitar un médico se encuentran muchísimas que llevan o pueden llevar implícito un dolor, y hay galenos que comparten la idea de que el sufrimiento final es algo con lo que debemos contar (además santifica), justo lo contrario de lo que yo pienso.
Hace poco escuché en la radio un debate sobre los cuidados paliativos y  la eutanasia, donde un sacerdote decía que eso de la muerte digna sin dolor era una solemne memez, pues Jesucristo murió en la cruz en medio de enormes sufrimientos y no existe un mejor ejemplo de muerte digna que el suyo. Claro, ese tipo de gente está muy bien en un púlpito (o no) dirigiéndose a sus seguidores, pero se te pone la piel de gallina pensar que su opinión va a ser la que determine cómo pasarás tus últimos momentos de vida (sobre todo si te ponen como ejemplo a un hombre torturado), y supongo que esa es la opinión que prevalece en las asociaciones antes aludidas.  Asociaciones que, insisto, me resultan poco tranquilizadoras por su posible aplicación sobre mi indefensa persona, no porque sean católicas o lo que quieran ser. Por ejemplo, si existiera una asociación de ingenieros de caminos católicos, o de físicos termonucleares católicos, no me preocuparía lo más mínimo, aunque no sabría para que se asocian. En el caso de lo médicos sí lo sé y eso es lo que me preocupa.




lunes, 11 de junio de 2012

Lo que somos


Somos lo que comemos. Esta frase, dicha así, hasta da un poquito de asco, pero es más acertada de lo que parece. Para demostrarlo ahí están esas ranitas de colorines chillones que son extremadamente venenosas, conocidas como ranas de dardo o ranas punta de flecha. Resulta que todos los alcaloides venenosos que acumulan en su piel no los sintetizan ellas, sino que los obtienen de lo que se llevan a la andorga. Se inflan a insectos venenosos y como ellas son inmunes no las pasa nada, pero almacenan todas las toxinas en la piel de la misma forma que una vecina mía, las patatas con chorizo en las caderas. Todos conocemos a alguien que tiene cara de acelga, y visto lo que les pasa a las ranitas y a mi vecina, es fácil suponer que su cara se debe a que comen demasiadas acelgas. En este mismo orden de cosas, tenemos a los flamencos, que tienen ese color rosáceo debido a los carotenoides que hay en su dieta compuesta de crustáceos enanos, diademas, moluscos  y otras porquerías que filtran del agua. Me refiero, por si no ha quedado claro, a los flamencos aves (¿cuál es la diferencia entre aves y pájaros? Ni idea).
Cuando yo era pequeño se decía, de lo que se come se cría, lo cual resulta bastante confuso. Según esto, los criadores de chinchillas, previamente se las tienen que comer. Es mucho más claro decir, somos lo que comemos, y esta es la idea que no se me quita de la cabeza. ¿Por qué? Sencillamente porque me resulta excesivamente obvia, y sin embargo, se la trata como si fuera un descubrimiento genial, hasta se han escrito libros de antropología basándose en algo tan simple. También es cierto que antes, cuando vivíamos en las cavernas, era mucho más evidente, pues la dieta era lo más importante que nos sucedía a lo largo de la vida, sobre todo porque a veces la dieta éramos nosotros.
A mí me parecería mucho más interesante postular, somos lo que come nuestro jefe, y es igual de exacto, incluso mucho más. Si nuestro jefe está satisfecho nos hará la vida menos imposible que si está a dieta. Un jefe con cara de acelga es siempre un jefe peligroso. Si tiene aspecto de lomo embuchado o de jamón 5 jotas, será más condescendiente a la hora de darnos una tarde libre, estoy convencido. Pero aún así, me sigue pareciendo todo muy obvio. Somos lo que comemos (o lo que come nuestro jefe) resulta aburrido y evidente.
Actualmente yo diría que somos lo que leemos. Solo tenemos que fijarnos en lo que le pasó a El Quijote. Ya sé que puede parecer tan obvio como decir somos lo que comemos (la lectura es el alimento del alma y cosas así), pero es mucho más divertido de observar. Por ejemplo, ahora se da mucho el caso de personas a las que les falta algo, una oreja, un brazo, la nariz,… eso les pasa porque solo leen SMS escritos en método abreviado, y aunque sea más rápido, tiene su coste. Son los mismos que en lugar de tener una cara, tienen una kara, y un kulo y son incapaces de dar un beso que dure más de treinta segundos. Enseguida lo acortan y acaban dando bss, que para eso, yo ni me molesto.
También hay gente que va por la vida como si fuera una errata y con toda seguridad es debido a que solo leen la fe de erratas de los libros. Este caso es peor. O los que no consiguen llegar a lo mollar de la discusión y se quedan siempre en lo periférico. Sin duda es porque se tragan enteritos los prólogos de los libros pero luego no acaban ninguno.
Claro, que según esta teoría, los que no leen nada, no serían nadie y sin embargo conozco muchísimos casos de prohombres que lo son sin haber leído un solo libro en su vida. Es decir, que la cosa falla por algún lado, por lo que más nos vale que sigamos con la propuesta de que somos lo que comemos, que eso siempre ha sido así y no admite dudas. O lo que comen los jefes.
Pues eso.


lunes, 4 de junio de 2012

Caracoles


Hay gente que vive en lugares la mar de extraños. Yo, sin ir más lejos. Habito un lugar difícil de entender para la mayoría de mis amigos y eso que no saben ni la mitad de las cosas que me rodean. Pero lo que me pasa a mí, no es nada especial ni único, le pasa a cada hijo de vecino. En realidad cada uno de nosotros vive en su mundo, un mundo aislado del resto de los mundos, aunque todos pensemos que es el mismo. De todas las ilusiones que el ser humano es capaz de crear, la más común es precisamente pensar que todos compartimos el mismo espacio por el que nos movemos con libertad, entrando y saliendo y saludando sin parar cada vez que nos encontramos con alguien. No es cierto en absoluto, y no se debe a una cuestión de egoísmos, sencillamente es así. De la misma forma que los caracoles tienen  cada uno su concha, los seres humanos tenemos cada uno nuestro mundo, y si nos parece normal que un caracol no pueda meterse en la concha de su vecino, también deberíamos aceptar que a nosotros nos pase lo mismo. Además, insisto en que no se debe a  motivos egoístas, sino puramente… a motivos de otro tipo. De hecho, muchísimas veces tratamos de entrar en el mundo de algún ser querido que vemos en apuros, con la sanísima intención de ayudar, pero llega un punto a partir del cual ya no podemos pasar. Lo mismo sucede cuando somos nosotros quien lo está pasando mal, y sabemos que nos vendría fenomenal recibir una visita de aliento en nuestra burbuja particular, por lo que abrimos puertas y ventanas de par en par. Pues bien, los visitantes que llegan no pasan jamás del zaguán (a lo mejor del zaguán sí, pero no mucho más allá. Es que tenía ganas de poner zaguán).
¿Por qué sucede esto? ¿Es culpa del visitante que no se atreve a meter sus narices más allá de lo que él considera oportuno, o quizá es culpa nuestra que, quizá sin saberlo, le ponemos un obstáculo para que no siga?
No lo sé, en mi mundo ese detalle carece de importancia. La verdad es que en mi mundo-concha los detalles ocupan poco espacio, son como detalles y de ahí no pasan. Conocí una vez a un gran tipo para el que los detalles eran algo fundamental y la verdad es que no se le veía disfrutar mucho. Siempre estaba agobiado por algún detalle sin importancia.
Mi mundo, tu mundo, su mundo, todos tenemos el nuestro, único e irrepetible, que es a lo que iba, pero ¿acaso podemos cambiar de mundo-concha como quién se muda de barrio, o de piso? ¿Qué pasa si no te gusta tu mundo-concha? ¿Tienes que resignarte a pasar toda la vida en un lugar en el que no te encuentras a gusto, o puedes modificarlo, o mejor aún, directamente abandonarlo y buscar otro distinto? Si es así, podíamos cambiar de mundo según las circunstancias, y, por ejemplo, si hace mucho calor, irnos a otro más fresquito.
He de decir que a mí, hay muchas veces que me gustaría cambiar de aires y marcharme a vivir, por ejemplo, a una elipsis. Si tu mundo es una elipsis, es tanto como decir que vives en el limbo. Ahí no pasa nada, o todo lo contrario, pasan muchas cosas (ninguna con suficiente importancia) pero todas en un tiempo comprimido hasta la inexistencia, por lo que ni te enteras. Y luego, cuando sales de la elipsis, te encuentras de narices con algo gordo que hace que te sientas otra vez vivo y lleno de energía. Claro, que también puede suceder, que después de la elipsis aparezcas en otro mundo peor del que la precedía. Son los riesgos de tener que vivir en un mundo.