lunes, 30 de abril de 2012

La tetera misteriosa


Hay algo que siempre me ha llamado la atención y es, lo que yo llamo, el misterio de la tetera. O para darle un toque más literario, el misterioso caso de la tetera. Es un misterio, o un fenómeno, no lo sé. A veces es muy difícil discernir entre algo que obedece a un plan preestablecido por alguien con la intención de que no resulte evidente (misterio), de lo que es fortuito y puro capricho de la naturaleza (fenómeno). El caso es que todas, y cuando digo todas me refiero al cien por cien, de las teteras que existen en cafeterías, bares y restaurantes de Madrid, son iguales. He tenido ocasión de comprobar que coinciden con las que se ven en otras ciudades y pueblos de España, por lo que de momento hay que felicitar a los distribuidores. No existe nada que las diferencie, todas son del mismo modelo. Acero inoxidable, aspecto de pucherete, con un asita plana que siempre cogemos con tres dedos, y una tapita que suena “clak” cuando la cerramos después de comprobar que en el interior de la tetera hay exactamente lo que ya sabíamos que había sin necesidad de abrirla.
Modelo único, sí, y ahora viene aquello que la convierte en un misterio (o un fenómeno): se trata a todas luces de un cacharro extremadamente inútil. El modelito está diseñado para que indefectiblemente el té se desborde al servirlo, por mucho cuidado que uno ponga en evitarlo. Son teteras fabricadas para manchar de té lo que haya alrededor. No cabe otra explicación, pues hay teteras (las que cada uno tiene en su casa) que no dejan derramar ni una gota, o sea que no es culpa del té. Es fácil observar en las mesas de cualquier cafetería, cómo sorprendidos clientes saltan con presteza sobre el servilletero a proveerse de unas cuantas salvíficas servilletas de papel para tratar de secar su teléfono móvil, o la carpeta con valiosos documentos, ya, manchados de ocre con limón para siempre.
Pues bien, a pesar de la certeza de que el té se derramará por doquier con profusa generosidad en el momento de intentar servirlo, la dichosa tetera mantiene su dominio sin permitir que otros diseños más acertados se establezcan en el mercado.
Lo que decía, todo un misterio. O un fenómeno, qué sé yo. En cualquier caso un exitazo de ventas.


lunes, 23 de abril de 2012

Dimisión

En la mesa de al lado –mientras yo estaba en la mía tomando unas ostras- había un grupo de cuatro personas opinando sobre la situación de España. Uno ponía a parir a Rajoy, otro al gobierno anterior, un tercero a los bancos y el otro no sé qué farfullaba sobre el Real Madrid. Cada cual a lo suyo sin prestar demasiada atención a lo que decían los demás, pero eso sí, todos estaban de acuerdo en que nos encontrábamos en una situación espantosa por culpa de… y aquí es en lo que diferían. Cada cual culpaba a uno distinto sin que hubiera unanimidad en encontrar la causa de que nuestra prima de riesgo, sea eso lo que sea, estuviera por las nubes. A medida que pedían más cervezas, más seguros estaban de sus propias tesis y menos escuchaban las de los demás. Yo, cuando ya iba por mi tercer verdejo (o cuarto, no se, porque pierdo la cuenta con facilidad) tuve que admitir, según pedía unas gambas, que estaba de acuerdo con los cuatro. Es lo que tiene que ninguno fuera amigo mío. Bueno, estaba de acuerdo con tres de ellos pues al que hablaba del Real Madrid no le entendía.

-Lo que tiene que hacer es dimitir – dijo uno de ellos como si acabara de encontrar la solución.

Los otros, a su vez, exigían la dimisión de otros individuos distintos. Todos coincidían en que había que mandar a casa a alguien.

-Es que aquí no dimite ni dios.

-Si hubiera dimitido hace tiempo quien tenía que haber dimitido, otro gallo nos cantaría.

-Eso sí.

Yo seguía dando la razón, ahora sí, a los cuatro pues el del Real Madrid pedía la dimisión de Pep Guardiola y de un par de árbitros que no recuerdo su nombre. Por fin, después de tanta discusión, todo el mundo estaba de acuerdo en lo fundamental, en que tenían que dimitir. Ahora solo había que decidir lo accesorio: quién.

Entonces yo encontré la solución. Ya estaba bien de echar balones fuera. Había que pasar a la acción, movilizarse, que decíamos cuando no había mercados pero había otras cosas que también agobiaban lo suyo. Así, que sin más, decidí en ese instante que era yo quien iba a dimitir. Desde ese mismo momento, con carácter irrevocable, dejaba mi puesto de ciudadano. Me levanté y salí del local, sin pagar la cuenta por supuesto, pues los dimisionarios nunca pagan nada (no iba a ser yo el primero en hacerlo) y ahora vivo mucho más tranquilo, sabiendo que ya nadie puede decir que todo lo que pasa es por mi culpa.

Desde entonces he dejado de hacer lo que se espera que haga cualquier miembro de la sociedad. Ya no leo el periódico, no voy al cine, no subo al autobús, ni acudo a restaurantes o espectáculos. No consulto mis puntos Movistar para cambiar de móvil ni pido más megas para navegar a mis anchas. No voy a las fiestas de mis amigos ni escucho los pregones de las fiestas de mi pueblo. Hago burla a los guardias de tráfico (sin que me vean, claro) y me choteo de todo el mundo, artistas, cantantes, escritores, catedráticos, analfabetos, jueces, inmigrantes, diplomáticos…. todo me trae al pairo y todo me la suda.

Por fin he descubierto lo bueno de la vida. Eso sí, sin gambas. No hay rosa sin espinas.





lunes, 16 de abril de 2012

Centauros

Hay cosas que uno se cree sin ningún tipo de discusión sencillamente porque se las ha creido toda la vida. Desde que era muy pequeño. Al menos eso me pasa a mí, como se verá más adelante, pero en general le ocurre a todo el mundo, pues es así como funcionan las religiones. Nadie en sus cabales se creería siendo adulto, ni media palabra de lo que le cuentan cuando son niños. Imaginaos la escena con un registrador de la propiedad o un inspector fiscal, por poner dos casos que entrañan cierta madurez y supongamos que jamás ha llegado a sus oidos ninguna historia sagrada: ¿y dices que dios nació en una cuadra, que su madre nunca dejó de ser virgen, que resucitó y su cuerpo subió hacia arriba, así, flotando? ¿y eso de la zarza que habla?. Podríamos poner muchos ejemplos de este tipo para cada una de las religiones, pero este no es el caso.

Quería contar algo que me ha pasado recientemente y necesitaba ambientación para entender mejor mi enorme decepción. La decepción y desilusión de descubrir que algo en lo que había creido toda mi vida de repente se me revela como una falsedad enorme.

Resulta que yo siempre he pensado que los centauros existían de verdad, mejor dicho, que habían existido, pues es obvio que en la actualidad ya no queda ninguno. Pues bien, resulta que no es así: jamás, en ningún momento anterior, ha habido centauros en este mundo. Ni hadas, me direis. Ya, pero es que a mí las hadas me dan igual, lo que me gustaban eran los centauros.

¿Qué cómo me he enterado de que son una gran mentira? Pues precisamente observando con atención una de las más fehacientes pruebas de su remoto pasado. El otro día cayó en mis manos un reportaje realizado por prestigiosos paleontólogos donde en una fotografía aparecían ufanos mostrando un esqueleto perfectamente conservado de centauro. La osamenta pertenecía a un joven ejemplar de dos años, un potrillo en vías de convertirse en un animal magnífico dispuesto a pasear su libertad por las montañas de Tesalia. Al principio me llevé una gran alegría ya que se trataba de la prueba más contundente de su existencia, sin embargo, en su grandeza estaba su misería. El esqueleto, lejos de demostrar la realidad del centauro dejaba al descubierto su imposibilidad. Nunca, hasta entonces, me había dado cuenta de un detalle que es la clave para determinar si alguna vez han tenido vida estos híbridos entre mula y mulero, y ahora lo veía con toda claridad. El esqueleto dejaba en evidencia dos cajas torácicas, dos espacios diferentes para albergar los pulmones, protegidos por unas costillas que yo veía innecesaria su repetición. Si admitimos que puede haber dos sistemas respiratorios, ya podemos admitir cualquier cosa por disparatada que sea. No, definitivamente eso no puede ser. No me imagino al centauro cambiando la necesaria oxigenación de su sangre, de los pulmones superiores a los inferiores, como si fuera un coche híbrido que pasa de la gasolina a la electricidad según le de. No. Eso no puede ser así, por lo que quedaba demostrado el fraude y mi consiguiente chasco.

Aún me quedan los unicornios. Me mantendré alejado de las publicaciones de prestigiosos paleontólogos.

viernes, 6 de abril de 2012

Tramposos y Semana Santa

Qué lástima que se me de tan mal la jardinería, con lo que me gusta, pensé yo el otro día mientras colocaba unos jacintos de plástico de lo más convincentes en un parterre. Entonces, sin saber por qué, me vino a la cabeza una frase leida y escuchada de forma insistente los últimos días, hasta convertirse en letanía: amnistía fiscal. Significa el perdón a los tramposos, me expliqué a mí mismo tratando de mostrar un gesto de comprensión y tolerancia. Qué gesto tan bonito; no el mío sino el del perdón. Yo, particularmente, me siento bastante alejado de tanta generosidad. De hecho puedo llegar a ser muy borde con los chupones, tanto que intenté acabar con un pulgón que trepaba por el tallo de un jacinto espachurrándolo entre mis dedos. No sirvió de nada pues el pulgón también era de plástico y lo único que conseguí fue deformarlo un poquito. Luego, recuperó su aspecto normal como si nada y se escabulló ágilmente entre los pétalos azules. Renuncié a perseguirlo, total, para qué.

La amnistía fiscal (no conseguía quitarme la idea de la cabeza, qué obsesión) representa un avance social en toda regla. Además de ser una iniciativa piadosa resulta que también es comprobadamente eficaz en la lucha contra el fraude fiscal, ya que los arrepentidos abrazarán la ley con mayor entusiasmo que los que nunca la han quebrantado. Eso, según los curas, lo dijo Jesucristo refiriéndose a otro tipo de pecadores pero que también engloba a estos, ¿por qué no? Yo no me lo creo, porque si alguien con mucho dinero engaña a Hacienda, es para tener aún más, y en ese terreno veo muy improbable el arrepentimiento y más todavía el propósito de enmienda. Pero Rajoy y Montoro si se lo han creido y eso es lo que cuenta. Creen tanto en lo que dicen los curas que en los Presupuestos Generales del Estado, recientemente presentados, hay recortes para todo el mundo salvo para la Iglesia que mantiene su asignación intacta. Me parece justo (y necesario, por supuesto). Crisis, sí, pero sólo de la terrenal, nada de crisis de fé. Eso jamás, y como prueba de ello, ayer vi en Telemadrid una procesión, la de Jesús el Pobre (esta aclaración me hace pensar que en algún sitio habrá otra que sea la de Jesús el Rico), en la que nada más sacar el paso fuera de la iglesia (San Pedro el Viejo, para los interesados), la banda municipal tocó el himno nacional. Sí señor, como si fuera una película de Berlanga.

Yo, por si acaso, como no quiero correr riesgos con mis jacintos, los he rociado de veneno contra los limacos. Al menos que las flores de mi jardín sean hermosas aunque sean de plástico.