domingo, 12 de agosto de 2018

Tiburón Boreal y Mastro Titta






Una de las cosas que más me divierte de tener un blog es abrir nuevas secciones, quizá tanto como no hacerlas ni caso una vez abiertas. Esto ha sucedido con Galería de personajes irrelevantes, que inauguré en junio de 2016 con un personaje realmente asombroso, Dudley Mariot, que merece la pena releer y quedarse con la intriga de saber si existió o no (sí, sí existió, aviso de antemano). Antes, en 2015, empecé Vidas breves pero ejemplares (o viceversa) con tan solo un artiblog, y un año antes, en 2014 abrí una prometedora sección con el título Mis personajes famosos, que tampoco pasé del capítulo inaugural. Sin irnos tan lejos, este mismo año en mi nueva sección Entrevista a....  hice una entrevista a uno de los personajes centrales que aparecen en mi novela El viaje del neandertal, y después... nada.



Pues bien, con el mismo espíritu emprendedor, hoy abro una nueva sección a la que deseo un futuro diferente a sus predecesoras, con el llamativo título de...

VIDAS DE MIERDA

Por esta sección desfilarán personajes cuyas vidas son ejemplo de tenacidad e instinto de superación, individuos que lejos de tirar la toalla y darse por vencidos ante la adversidad, han continuado en la eterna lucha por la supervivencia consiguiendo ganar la batalla gracias a su continuo esfuerzo y ganas de seguir adelante, aunque francamente, para llevar una vida como la suya, no sé yo. Una auténtica vida de mierda.

Para inaugurar la sección iba a hablar del tiburón boreal, un artista de la supervivencia en las peores condiciones imaginables, un solitario animal que nada más nacer lleva un parásito en los ojos que se alimenta de su glóbulo ocular hasta que finalmente lo dejan totalmente ciego, y así sigue, sin ver absolutamente nada por aguas heladas, hasta que muere de viejo, lo cual no sucede hasta que han pasado cuatrocientos larguísimos años de media. Un calvario de vida. Y he dicho que iba a hablar del tiburón boreal, desdichado animal, porque finalmente no voy a hacerlo. Hoy voy a escribir sobre otra cosa muy diferente.




Voy a contar a grandes rasgos quién era Giovanni Battista Bugatti, más conocido como Mastro Titta, como ejemplo de la Gran Incoherencia, y al final del relato se sabrá por donde van los tiros de este comentario aparentemente inocente.

Mastro Titta dedicó su vida a matar. Dicho así suena a que era un asesino, pero no, no era ningún asesino, pues los asesinos operan fuera de la ley, y él lo hacía con su respaldo. Era verdugo. Además, según todos los registros que existen sobre su vida, era buena persona, casi un santo, al menos llevaba una vida dentro de la más estricta fe católica. Sí, cierto, uno de los diez mandamientos no lo seguía con excesivo celo, pero eso era debido a los gajes de su oficio. Estuvo matando desde los diecisiete años hasta los 85, edad a la que se jubiló, que fue en el no demasiado lejano año de 1865. En total se cargó a 516 individuos, utilizando una gran variedad de métodos: maza, hacha, guillotina y ahorcamiento. Cuando uno es profesional hay que estar al tanto de las últimas tendencias en tu trabajo, era uno de sus lemas. Su canción favorita supongo yo que era esa que dice: ay, ay, ay ay, qué trabajo nos manda el Señor. Me lo imagino tarareando esta popular cancioncilla cruzando el puente Sant’Angelo sobre el Tíber camino de la Piazza del Velabro a cumplir con un nuevo encargo del Papa. Es que Mastro Titta (maestro di giustizia, de ahí le viene el apodo) era el verdugo de los Estados Pontificios.

Charles Dickens asistió a una de sus ejecuciones y lo cuenta en su libro Estampas de Italia, publicado en 1846.

Se jubiló cuando el Príncipe de la Iglesia era Pío IX y actualmente se pueden ver sus ropas y algunos de sus útiles de trabajo en el Museo de Criminología en Roma. Pero debería estar en el Museo del Vaticano, ¿no?