martes, 28 de febrero de 2012

Decepciencia

Estaba a punto de escribir algo sobre Urdangarín, o cosas de aún mayor calado, como el inminente fin del mundo (ligeramente posterior al fin de Europa), cuando me he dado cuenta de que todo eso son bagatelas.

Hay algo muchísimo más importante y son las pequeñas decepciones que sufrimos a diario, pequeñas pero que si las ponemos todas juntas nos pueden amargar una mañana. En este orden de cosas, hace un rato me he llevado una desilusión que puede acabar con toda la confianza que tenía yo puesta en el Universo.

Leyendo un suplemento científico, me he enterado de la siguiente verdad incontestable: “hay más moléculas de agua en una sola gota que estrellas en todo el universo”. Me ha sorprendido, sí, pero sobre todo me ha decepcionado. Yo siempre había pensado que el universo era algo inabarcable, un sitio tan desmesurado que la palabra enorme resultaba insignificante para intentar describir sus dimensiones y donde el número de estrellas, tan solo en una de sus incontables galaxias, excedía con mucho cualquier cantidad imaginable. Y encima está en expansión. Pues bien, resulta que toda esa admiración por el cosmos que yo sentía se me ha venido abajo en cuanto me he enterado de que es mucho más incontable lo que hay dentro de una simple gota de agua. Una gota de agua que si la soplas durante unos pocos segundos desaparece evaporada.

Y es que la naturaleza guarda secretos grandiosos al lado de otros que resultan terriblemente decepcionantes como el hecho de que si coges dos moléculas de ADN, una de un ser humano (que se supone que tiene que ser un ADN formidable) y otra de un melocotonero, a no ser que te fijes mucho, serías incapaz de distinguirlas. Entonces, yo me pregunto, qué sentido tiene que nos pasemos toda la vida pensando que somos los reyes de la creación, inteligentes, con sentido de la trascendencia, discernimiento moral, etc, etc, si al final, cuando rebuscas en nuestra esencia, en lo más oculto de nosotros mismos, nos llevamos la sorpresa de que realmente no son para tanto las diferencias que nos separan con un aguacate, y encima con el agravante de que el aguacate no tiene que trabajar todos los días. Es que para ser iguales, prefiero ser aguacate.

Claro que si en una sola gota de agua hay más moléculas que estrellas en todo el universo, nosotros que estamos hechos básicamente de agua, un setenta por ciento, gota arriba gota abajo, resulta que contenemos una infinidad de universos dentro de nosotros mismos y eso sí que te hace sentirte grande.

Está claro que la ciencia aunque te decepcione al principio, al final te da consuelo.

domingo, 19 de febrero de 2012

Las recetas del Profesor Franz de Copenhague

Ya sabemos que estamos en un mundo extraño, al menos, yo sí sé que estamos en un mundo extraño. Y no es una opinión, es que me pasa cada cosa. Sin ir más lejos, el otro día me levanté con un dolor de cabeza terrible, tan intenso que apenas me permitía pensar. Como no desaparecía, no tuve más remedio que acudir al médico. El doctor me recibió muy amable y al verme tan apurado me prometió mil veces que no me preocupara que eso lo arreglaba él en un decir Jesús. Me tranquilizó bastante tanta seguridad. El galeno tras hacerme un reconocimiento básico me recetó una crema para la inflamación de los tobillos. Parte de mi tranquilidad se vino abajo. Le pregunté incrédulo si el ungüento aliviaría mi problema, y sin titubear me aseguró que por supuesto que lo aliviaría, hasta ahí podíamos llegar. Eso sí, esto no es la purga de Benito, me dijo, tardará un tiempo en hacer efecto, pero vamos, el tratamiento es el más acertado en estos casos de migraña aguda. Qué cosas, pensé yo aún sin terminar de convencerme del todo. Me compré la crema en la farmacia de al lado y ahora estoy en casa con mi dolor de cabeza esperando que haga efecto. De momento, creo que mis tobillos están fenomenal, pero la verdad es que nunca me han dado problemas.

En este mismo orden de cosas vi un anuncio en la televisión en el que recomendaban unas zapatillas deportivas estupendas para combatir la tos, seguido de otro en que mantenían que no había nada como un buen trago de ginebra Gin Rock para hacer desaparecer la caspa. Me imaginé a mi médico como responsable de esas campañas de publicidad. Volví a aplicarme crema para mis tobillos o mi cabeza, ya no lo tenía claro, y tras apagar la televisión cogí la prensa para ver qué se comentaba.

El impacto fue aún mayor a pesar de que ya empezaba a acostumbrarme a que todo fuera tan extravagante. En primera página, en grandes titulares venía la noticia de la reforma laboral que todos conocemos. Decía que era una medida contra el paro. Es decir, que los orígenes de que haya tanto paro en España hay que buscarlos en el Estatuto de los Trabajadores. Algún artículo o alguna disposición legal hay por ahí, que no están del todo bien pensados, y son la causa de que la tasa de desempleo siga aumentando y aumentando sin parar. Caramba, qué descubrimiento, nunca se me hubiera ocurrido, y yo que creía que era más bien por cuestiones financieras, bonos basura, especulación, todo aún sin resolver, y resulta que no tiene nada que ver. Claro, si eso es así, es evidente que en cuanto cambiemos unas cuantas ordenanzas por Real Decreto, volverá a haber trabajo para todo el mundo.

Pues qué bien, pensé, y volví a darme más crema contra la inflamación de los tobillos a ver si se me pasaba de una maldita vez el dolor de cabeza que ya empezaba a resultarme insoportable.

jueves, 9 de febrero de 2012

Santo y seña

Me levanto por la mañana y lo primero que hago, después de desayunar y pasar cerca de cuarenta minutos en el cuarto de baño tratando de empezar el nuevo día mejor de cómo dejé el anterior, es encender mi ordenador. Me pide una contraseña. Luego conecto el disco externo para tener siempre un backup (da miedo tener algo con semejante nombre pero es imprescindible, por lo visto) y me vuelve a pedir otra contraseña. Entro en mi correo para gastar una hora en atender mailes (esta palabra ya no da miedo), completamente prescindibles la mayoría, y por supuesto tengo que introducir previamente otra contraseña.

A partir de este momento, mientras esté conectado a Internet tendré que repartir contraseñas y códigos secretos a diestro y siniestro en un número incalculable, como hisopazos de un cura loco ante la feligresía ávida de bendiciones.

A veces, al entrar en una nueva página hasta entonces desconocida o en el blog (esta palabreja es simpática) recomendado por un amigo, tengo que proponer una contraseña para ser admitido. Ese es un momento delicado que no tiene retorno. Trato de poner algo sencillo de recordar, por ejemplo el nombre de mi gato, pero oh, qué mala suerte, ya está cogida por otro usuario, no sé si porque tiene un gato con el mismo nombre o por otra casualidad. Busco una alternativa pero el sistema de seguridad del dichoso blog, que por otro lado ya ha dejado de interesarme, me recomienda que busque otra más segura pues la que torpemente he elegido resulta demasiado facilona para los criterios de seguridad del administrador del dichoso blog (ya me cae peor la palabrita de marras). En este momento pienso dos cosas. La primera, ¿es necesario una contraseña segura para subir comentarios a un blog.? No me imagino a ningún maleante intentando suplantar mi personalidad para colocar sus comentarios como míos, pero transijo y pienso otra contraseña con la idea de que mi próximo gato en lugar de llamarse Renato, que por lo visto es obvio para cualquier suplantador de personalidades, le llamaré AnqujiokatuMp147act87cAtimPataplimbas. A fin de cuentas, llamándose Renato tampoco atiende.

Los teléfonos móviles también se las traen. Alguna vez me he quedado sin batería después de llevar meses encendido, y para volver a conectarlo me ha pedido el pin. Yo, por supuesto, no he sabido que decir, se ha bloqueado y me ha pedido el puk. Peor, claro.

Tengo una libreta con multitud de contraseñas que confundo sistemáticamente a la hora de aplicarlas. Esa es la razón por la que en mi casa hay cientos, quizá miles, de ordenadores, teléfonos y otros dispositivos que nos hacen la vida más fácil y cómoda, totalmente bloqueados sin que nadie pueda usarlos a pesar de encontrarse en perfecto estado. Por culpa de las malditas contraseñas que no consigo recordar en su inmensa mayoría. Qué mundo.

sábado, 4 de febrero de 2012

Microrrelato 1

Desde el momento en que decidí abrir este blog sabía que tarde o temprano podía acabar haciendo alguna confesión sobre mí. Me resisto a hacerlo, pero como preámbulo de lo inevitable, os adelanto que tengo cierta tendencia hacia la brevedad. No en todos los ámbitos, y como tampoco quiero extenderme mucho en explicaciones (para ser consecuente con las dos afirmaciones anteriores), sin más, subo (qué expresión más absurda) a mi blog, mi maldito blog, un microrrelato. Me gustan los microrrelatos, eso es lo que quería decir.

POR PARTES

El otro día iba andando por la calle, tan campante y feliz, cuando repentinamente se me desprendió un brazo. No me dolió nada, pero el hecho es que ahí estaba, tirado en el suelo algo que había formado parte de mí desde… toda la vida. Lo cogí y me lo llevé por si alguien me lo podía volver a colocar, aunque estas cosas nunca tienen buen arreglo. Llegué a mi casa, y en el ascensor me encontré con una pierna que habría perdido algún vecino sin darse cuenta. Abrí la puerta y me recibió mi suegra sin orejas. A su lado estaba Trapo, mi perro, al que le faltaba el rabo, por lo que no supe distinguir si estaba contento o no. Me senté en el sofá con cuidado de no aplastar la cabeza de la tía Dalia y pensé que algo extraño estaba pasando en el mundo.