sábado, 11 de mayo de 2024

Ignavum pecus



 

Cuando decimos que la gente es así o asá, nos excluimos sin darnos cuenta de que, a lo mejor, nosotros también somos gente. Quien nos vea un viernes por la tarde cogiendo el número del turnomatic de la pescadería de Carrefour, comentará por lo bajinis: "esto está imposible de gente, mejor vengo otro día". Y se alejará no sin antes mirarnos con superioridad porque él no es gente y por tanto está por encima de hacer colas para comprar una cola de merluza. Yo lo comprendo porque a mí me pasa lo mismo, y si me pasa a mí que soy gente a sus ojos, más le tiene que pasar a él que es gente a los míos, y entre los suyos y los míos, me fío más de los míos.

Gracias a que existe la gente, grupo al que jamás perteneceremos, existen las ideas propias, que son las correctas. Y existen las opiniones, importantísimas para la autoestima, pues mientras vemos que la mayoría de la gente tiene unas opiniones de mierda, nos autocomplacemos al comprobar que las nuestras son las acertadas. Así da gusto.

Ahora está de moda quejarse del turismo, y no me extraña, yo siempre me he quejado. Me he quejado con razón, pues los turistas invaden todo, las terrazas, los restaurantes, los museos, las calles... son una plaga.

 ¿Qué hacía yo en Nueva York, Londres, Paris, Nueva Delhi...? Viajar, lo mío era viajar, y si he subido al último piso del Empire State Building, he visitado el museo de Madame Tussauds, el de Orsay y paseado por los Himalayas, es debido a mi exquisito gusto a la hora de dar destino a mis días de vacaciones. No me voy a quedar en casa, no te fastidia. Pero los turistas siguen siendo una plaga.

¿Qué pasaría si todos fuéramos iguales? Quiero decir idénticos, no iguales porque nos pareciéramos, sino iguales porque fuera imposible diferenciarnos unos de otros. Tan iguales que ninguno de nosotros fuera capaz, al vernos rodeados de otros, de saber exactamente quién de todos éramos nosotros. 

 Pues bien, gracias a que existe la gente, esta situación jamás podrá darse aunque se diera, porque los demás siempre serán gente mientras que nosotros no. Ahí está la diferencia. 

Quizá esa sea la única diferencia. Maldita sea.


Leoncio López Álvarez


domingo, 5 de mayo de 2024

Concatenación




Hay palabras que por sí mismas tienen un poder de atracción irresistible. A mí me ocurre con la palabra "concatenación". Hoy voy a concatenar varias cosas, para dejar claro lo que me pasa.

No somos conscientes, pero con la desaparición de los periódicos impresos (prácticamente), se han ido otras cosas que, yo al menos, echo mucho más de menos. Esto ha sido una concatenación de adverbios de cantidad que me ha salido sin querer. Ahora viene una concatenación de efectos de la desaparición de los diarios en papel, buscada a propósito.

Para empezar, aunque resulte obvio, la primera consecuencia es que ya no hay apenas quioscos (o kioscos). Porque, vale, los periódicos impresos han sido sustituidos por los digitales,  pero nada ha sustituido al quiosco y mucho menos al quiosquero (o kiosquero). 

El quiosquero era una pieza clave en la vida de un barrio. No sólo te reservaba el fascículo de la tontería que estuvieras coleccionando en ese momento, también te recomendaba un fontanero, te ponía al tanto de los resultados de los partidos de fútbol, te indicaba la mejor tintorería de los alrededores y te decía dónde podías comprar cable coaxial. Yo creo que el cable coaxial ya no lo venden en ningún sitio, supongo que debido  a que no hay quiosqueros. 

Otra consecuencia de la desaparición de los periódicos en papel es que ya no hay necrológicas. Recuerdo a mi abuelo que lo primero que hacía con el ABC cuando caía en sus manos era ir a las últimas páginas a mirar las esquelas. Supongo que con la secreta esperanza de ver que una desconsolada familia pedía una oración por la salvación del alma de alguien que le caía mal, aunque muchas veces se llevaba un disgusto enorme porque se encontraba con que el difunto era alguien que le caía bien. 

Yo me he quedado con las ganas de heredar esa costumbre, tendré que conformarme con recibir en mi correo electrónico publicidad personalizada. Nada que ver, pero qué le vamos a hacer.        

Otra cosa que estaba muy bien en los periódicos era la sección de ofertas de empleo. Yo me lo pasaba en grande mirando las que iban dirigidas a mi perfil. La oferta siempre se encabezaba con un "SE NECESITA", en letras grandes, que a mí me hacía sentirme especial. Eso de que una empresa importante como Westinghouse, por ejemplo, me necesitara, me llenaba de orgullo. Era un palmetazo a mi autoestima, que como además, nunca escribía para interesarme, el efecto era aún mayor.

No quiero olvidarme de los también desaparecidos crucigramas, revoltigramas, jeroglíficos y dameros (el maldito de Conchita Montes era lo más).  Mención aparte merecen los juegos de ajedrez de Leonxto García. Yo siempre intentaba, en vano, resolverlos porque si quien los proponía se llamaba como yo, pero en vasco, su resolución tenía que estar a mi alcance, pensaba. Pues no.

Podría seguir concatenando  otras fatales consecuencias de la desaparición de los periódicos impresos, y de lo que se me ocurra, pero no me quiero poner pesado. Ya he concatenado bastante por hoy.


Leoncio López Álvarez