jueves, 6 de septiembre de 2018

El arte de amar









Siempre me ha llamado la atención lo injusta y cruel que es la vida animal, sobre todo antes de nacer. No todo el mundo puede aspirar a tener descendencia, aunque entre los seres humanos, demócratas por naturaleza por lo que se ve, ya hemos solucionado de forma pacífica la forma de reproducirnos. En general, sólo el macho más fuerte tiene derecho a la follenda y los demás se quedan con las ganas, mirando embobados lo bien que se lo está pasando el chulo de la manada transmitiendo sus musculosos genes a las futuras generaciones. El ejemplar que no se conforme con mirar, tendrá que liarse a mamporros, mordiscos, cornadas, testarazos, picotazos o cualquier método violento en el que destaque, para tener opciones. Así, a base de dejarse la vida en los intentos por perpetuarla, cada vez es más complicado acceder a tal derecho y muchos perecen en el trance.

Hay excepciones, como en todo, y esos casos son dignos de mención. Por ejemplo, los machos de pavos reales, no se pelean entre ellos porque de hacerlo destrozarían sus preciosos plumajes y entonces se quedarían sin opciones al premio en la siguiente oportunidad que se presentase. La lucha por tener sexo es a través de un concurso de belleza, qué humano. Es una forma pacífica de zanjar el asunto, donde sólo el ejemplar que luzca el abanico de plumas más llamativo podrá decir con orgullo, ese huevo es mío, aunque no sé yo qué ventajas representa para la perpetuación de la especie, tener unas preciosas plumas en el culo, que en realidad no sirven para nada.

Hay otras especies, como el bonobo, un tipo de chimpancé la mar de listo, que no solo no utiliza la violencia para determinar quién tiene derecho al fornicio, sino que en cuanto hay indicios de posible conflicto, inmediatamente resuelven el asunto practicando sexo. Machos con hembras, machos con machos o hembras con hembras, da igual, lo que cuenta es que tengan ganas de pasarlo bien o que quieran evitar pasarlo mal. Cuánto tenemos que aprender de los bonobos.

Por supuesto hay más especies que también son excepción en el uso de la violencia para determinar quién será el padre de la criatura, pero hay una en particular que merece la pena prestar atención a lo que es capaz de hacer el macho para ser el elegido por la hembra. Se trata de un tipo de pez globo, algo más pequeño que el causante de cientos de envenenamientos en restaurantes japoneses, que de momento sólo se ha encontrado al sur de la isla nipona Amami-Oshima. Este emprendedor y creativo animalucho, realiza llamativos dibujos en la arena del fondo marino, auténticas obras de arte, con el fin de triunfar en la competición reproductora. La batalla es lenta pues puede estar hasta una semana batiendo sus pequeñas aletas dibujando lo que será su señuelo amatorio. Primero crea un círculo y luego va añadiendo surcos, valles, lomas, manteniendo siempre una geometría simétrica y perfecta, incluso utiliza pequeñas conchitas y trozos de coral para la decoración. Cuando ha terminado, la hembra contemplará el trabajo y si está satisfecha con el resultado, pasará al centro del diseño, se lo pensará, volverá a salir, y finalmente si es de su total agrado, volverá a pasar al interior a depositar sus huevos. El caviar está servido, es el premio.
Entre estos peces sí cabe decir que hay verdaderos artistas a la hora de ligar.



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1 comentario:

  1. Pues si yo pudiera elegir la especie animal a la que pertenecer, sin duda me hacía bonobo. Es que no me gustan las peleas ;-)) Gracias por tu comentario Joaquín.

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