viernes, 2 de octubre de 2015

La botella







El mensaje está en la botella, es verdad, lo que yo no sabía, es hasta qué punto es verdad.

Hará tres meses, más o menos, fui a cenar a casa de mi vecino, y como detalle, llevé una botella de ginebra aunque sabía de sobra que era un regalo inútil pues ya nadie toma gin tonics entre mis amigos. De hecho, esa botella la trajo a mi casa otro amigo a una cena que organicé yo, allá por navidades, y como nunca bebo ginebra, se me ocurrió llevársela al plasta de mi vecino. La idea era estupenda pues Iba a quedar fenomenal sin gastarme un duro. La cena fue una pesadez, pero eso es lo de menos; el caso es que al poco tiempo fui a comer a casa de mi primo y alguien, un amigo de la familia, tuvo la misma idea de llevar también una botella de ginebra como regalo al anfitrión. Menuda casualidad, la botella que recibió mi primo fingiendo que le había gustado mucho, era exactamente igual a la que habían llevado a mi casa en Navidad y que luego yo llevé a la de mi vecino. ¿Sería la misma botella o simplemente coincidieron las marcas? Se me ocurrió entonces hacer una señal imperceptible en la botella que en esos momentos tenía en mis manos, para, en caso de volver a encontrármela en otra ocasión, saber si todo el mundo coincidía en regalar la misma marca de ginebra, o lo que sucedía es que todos, absolutamente todos, llevábamos la botella que recibíamos a la siguiente cena a la que nos invitaban. Para comprobarlo, nada mejor que pasado un tiempo prudencial, organizar una cena en mi casa.

El primero en llegar, trajo una caja de bombones, pero el segundo, un amigo mío de la infancia que también conoce a mi primo, me dio nada más entrar una botella de ginebra… de la misma marca, sí, que las anteriores. Con disimulo busqué la señal que yo había hecho en la etiqueta, y efectivamente, allí estaba, un tenue arañazo en la esquina izquierda que demostraba que desde hacía mucho tiempo nadie se gastaba un duro en llevar un regalo al anfitrión.  Por un lado me hizo gracia, por otro lado me hizo ver que todos éramos unos carotas, y como siempre hay que buscar más de dos lados, se me ocurrió cómo aprovecharme de mi descubrimiento. Ya que esa botella pasaba de casa en casa, recorriendo todas las de mi círculo de amigos más íntimos, podía utilizarla como botella espía. Poniendo un micrófono oculto, podría escuchar conversaciones en las que probablemente se hablara de cada uno de nosotros y de este modo sabría qué opinión tienen mis amigos de mí. La idea me daba un poco de miedo, ¿realmente quería saber yo lo que pensaba todo el mundo de mí?  Estuve dudando mucho tiempo pero al final me decidí por poner el micrófono.

Una vez que se fue todo el mundo después de la cena, me metí en mi despacho con la botella, quité el tapón, y lo que vi me dejó bastante perplejo: la botella estaba llena de micrófonos, había uno por cada uno de mis amigos. Con  muchísimo cuidado de no interferir en el que había al lado, coloqué el mío.

Estoy deseando que alguien organice una cena para llevar mi regalo.







6 comentarios:

  1. Estoy por invitarte a cenar ya mismo. Tengo un amigo que regenta una tienda de espías y estoy seguro que me compraría esos micros a un precio más que interesante.

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  2. si voy a cenar a tu casa me llevo una botella recién comprada para evitar el tráfico de micros ;-))

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    1. Por cierto, por algo que escapa a mis entendederas, de repente aparece mi nombre completo (no entiendo cómo se les ha olvidado añadir mi dirección, estado civil y teléfono), en lugar de mi querido apodo "Samael". Esto de Internet cada vez me saca más de mis casillas.

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    2. Ja, ja, ja. Pues sí, no se han dejado ni un acento. Es que las cookies son muy traicioneras. Piensa que cualquier día de estos, y sin darme cuenta, te planto un comentario con la cuenta de mi mujer.

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    3. hay que ver, con lo que yo respeto a las cookies...

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    4. ¡Cielos, vuelvo a ser yo! que me aspen si entiendo algo

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