sábado, 21 de septiembre de 2013

Boquerones en vinagre






Es increíble cómo cambiamos las personas, me dije yo un día según me tomaba unos boquerones en vinagre en el bar que hay debajo de mi casa, observando que no tenían nada que ver con los boquerones que solían poner en ese mismo sitio hace algunos años. Claro, me contesté yo, si los boquerones son capaces de dar este cambiazo tan radical, no vamos a ser menos los humanos, y tanto en el caso de los boquerones como en el de las personas, el cambio es a peor. Más acartonados y secos, sin sabor, con una especie de rigor mortis de modo que al pincharlos con el palillo, los levantas tiesos. Me refiero, naturalmente, a los boquerones, aunque esa pérdida de flexibilidad me temo que es algo que compartimos.
Una vez que te has fijado en los cambios sufridos por un boquerón es muy difícil pararte ahí y continuar como si tal cosa, de modo que seguí dándole vueltas al asunto y me di cuenta de que mi trabajo, que es el mismo que tengo desde hace 29 años, es una mierda. Con lo mucho que me gustaba cuando empecé, madre mía. Ahora es como si me dedicara a algo totalmente diferente a lo que me atrapó e ilusionó hace tres décadas. Entonces, en aquellos lejanos días, se me ocurrió preguntar en la agencia de publicidad en la que acababa de entrar, por qué no había creativos mayores, por qué éramos todos de la misma edad, jóvenes o muy jóvenes. Yo que venía de otro mundo, donde la experiencia se medía por el número de canas, y se premiaba con altos cargos o con posibles retiros en la universidad, no entendía ese despilfarro de saber acumulado a lo largo de los años y mucho menos imaginaba el mecanismo por el que desaparecían los creativos publicitarios a medida que traspasaban la frontera de una determinada edad. Se convierten en vallas, o en carteles, me respondió una voz que salía de la pared, justo detrás de un anuncio de chicles cheiw Junior.  Caramba, pensé para mis adentros sin acabar de creérmelo del todo, supongo que peor sería transformarse en octavillas de las que se ponen en los parabrisas de los coches, así, que dentro de todo no está demasiado mal.
Ahora cuando voy por la calle o en el metro y contemplo las marquesinas y las vallas anunciando galletas, la última chorrada con 60 megas o lo que sea, las miro con un respeto infinito, cómplice de su destino, a sabiendas de que en algún momento estaré yo ahí también, compartiendo GRPs  y OTS con mis colegas de toda la vida.


7 comentarios:

  1. Es cierto, todo evoluciona; incluido los oficios.
    Pero si tras 29 años de trabajo eficiente te hablan las marquesinas con voz de ex-compañeros, puede que, si conversas el suficiente tiempo con ellas, te pregunten, con algo de envidia, cómo es que aún no te han clavado en una pared junto a ellas. Y eso sería para enorgullecerse.
    Incluso si pegas la oreja a las cuerdas vocales del boquerón (si, tienen cuerdas vocales y, si le tocas las palmas, cantan flamenco) notarás un tono de admiración en su quejumbrosa voz al observar que él se siente más desgastado que tú.

    Bueno, o es eso, o estoy chalado perdido.

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    1. Tienes toda la razón Mazcota, hoy día nadie que mantenga su empleo por muy deteriorado y cambiado que esté, tiene derecho a quejarse. No al menos públicamente. Claro, si luego entramos en detalles, en cada caso se pueden descubrir distintos nidos de perfidia que desilusionan, atormentan y agobian, sobre todo si sabes que vas a acabar crucificado en la pared antes de los 33.
      Me ha gustado lo del boquerón cantando flamenco, sobre todo si es del rincón de la Victoria.

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  2. Tito, al leerte me he dado cuenta de que yo llevo 30 años (30) trabajando en lo mismo. Pues, sabes? no me siento mal. Además he ido cambiando de tareas, incluso de ubicación y sabes también? que tengo muy buenos amigos, de siempre. Eso es lo mejor. Y la de cosas que me han pasado en todo este tiempo. ESO SE LLAMA VIVIR...

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    1. Me alegro de que mi lectura te haya hecho ser consciente de lo afortunada que eres. En tal caso me debes unas cañas.;-))

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  3. Lamento no estar de acuerdo contigo, Samael de los Samaeles de toda la vida. Los publicitarios viejos no se convierten en marquesinas y vallas. En realidad, van perdiendo sustancia hasta convertirse en fantasmas.

    Trabajar en publicidad era maravilloso en los 80, cuando sobraba la pasta y en el sector no había ni un 1% de paro. Ahora ya no lo es. Además, para trabajar en publicidad hacen falta toneladas de ilusión y entusiasmo, algo que el propio trabajo se ocupa de ir minando. Y más ahora, en estos tiempos confusos.

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