martes, 22 de abril de 2025

Una historia única

 


Yo tenía un amigo que en medio de una borrachera me confesó que su madre era muy fea. La declaración me dejó sin saber qué contestar. ¿Qué le podía decir? Darle la razón no me parecía correcto, sobre todo porque yo no conocía a la señora en cuestión, pero llevarle la contraria, por idéntico motivo, lo veía fuera de lugar. De modo que fingí no haberlo escuchado. Pero él insistió, los borrachos son tenaces.

    -Mi madre es muy fea -me dijo mirándome directamente a los ojos para asegurarse de que lo había oído perfectamente. Me encontré sin escapatoria.

    -Fíjate, no lo sabía -contesté consciente de que era una mierda de contestación.

    -Pues sí -me dijo asumiendo su destino de hijo de madre fea.

Esta historia, dentro del mundo de historias de amigos borrachos, que son una categoría de historias a parte, me encanta. No porque mi amigo tuviera una madre fea, que para empezar, tanto me daba, y luego a saber si era verdad, hay hijos muy exigentes con sus madres, sino porque es una historia única, irrepetible. Nadie presume de algo así, y recuerdo que en el tono de mi amigo había orgullo. Se sentía feliz de poder decir que su madre era muy fea. 

De su padre no dijo nada, ni mencionarlo. A lo mejor el feo era él y mi amigo se equivocó por efecto del alcohol. Ser feo, es más propio de padres que de madres. Las madres, por muy feas que sean, nunca lo son. Los padres sí pueden serlo.

Dentro del panorama actual, que mires a dónde mires siempre te encuentras con la misma historia, recordar otras que son únicas, da gusto. Es cómo abrir la ventana y dejar que corra el aire fresco, hay que ventilar el ambiente como sea. 

Por eso viene bien de vez en cuando contar una historia diferente, como esta que es, permitidme la insistencia, única.









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