sábado, 4 de septiembre de 2021

Botellón a botellazos

 




Me da mucha pereza escribir lo que voy a escribir. En realidad últimamente me da mucha pereza todo, particularmente escribir, señal inequívoca de que me estoy convirtiendo en algo parecido a escritor, quizá alguna mutación estrafalaria, como esas truchas que crecen en los desagües de las centrales nucleares. Los escritores son las únicas personas que escriben conscientes de lo difícil que es. En general todo el mundo escribe convencido de que lo hace bien; si pueden hablar ¿qué motivo hay para no saber escribir? Un escritor, sin embargo, cada texto que sale de su lo que sea (iba a decir pluma pero creo que ya nadie la usa), lo repasa veinte veces, aunque se trate de la lista de la compra. ¿Por qué? porque sabe que siempre hay una manera de decir las cosas que queda mejor, y esa idea le obsesiona. Obsesión que nadie más la tiene, ni siquiera los que escriben novelas y las autopublican.

Después de estas reflexiones catárticas que me han ayudado a vencer la pereza inicial, voy a decir lo que pensaba decir al principio. 

Pero vamos a ver, ¿qué cojones está pasando en nuestra sociedad? Por centrar más el tiro, ¿qué cojones está pasando en la juventud? Todos los días es noticia su comportamiento vandálico que previa borrachera colectiva acaba en enfrentamientos con la policía. Eso de que les digan que no se pueden reunir mil personas en un sitio público, llenándolo de sus basuras, metiendo tal jaleo que nadie puede dormir en los alrededores y encima sin mascarillas ni guardar distancias de seguridad pandémica, lo consideran de una injusticia atroz y se revelan ante las fuerzas opresoras como sólo la juventud sabe hacer. Esto está ocurriendo en todas las ciudades españolas, o al menos ha ocurrido durante las no celebraciones de las no fiestas. 

Me voy a poner en plan abuelo cebolleta, que ya voy teniendo méritos: antes se salía a la calle pidiendo amnistía y libertad. Ahora solo libertad, aunque estamos hablando de distintas libertades. Antes, en cuanto la policía gritaba por sus megáfonos disuélvanse, ya sabías lo que iba a pasar y salías corriendo; ahora también, pero en dirección hacia la policía para enfrentarse a ella. He visto imágenes de policías, asustadísimos con toda la razón, acorralados por unos jóvenes que les lanzaban todo tipo de objetos, hasta vallas de esas amarillas que pesan una barbaridad. ¿Estaban indignados por alguna injusticia? No lo sé, pero lo que sí sé es que estaban borrachos.

Recuerdo que una vez en el vestíbulo de la Facultad de Químicas nos encontrábamos dos estudiantes, sólo dos, cuando entró la policía, los temibles grises, y con muy malos modos nos gritaron: ¡disuélvanse! A nosotros la orden nos pareció inapropiada fuera del laboratorio, aún así nos disolvimos inmediatamente sin que quedaran resto de lo que fuimos. 

Eso sí eran tiempos felices, no como ahora. Felices para la policía, naturalmente. A mí nunca me ha pasado, pero saber que das miedo, tiene que proporcionar cierto tipo perverso de felicidad. Yo creo que la felicidad así, la que roza las perversiones, es más satisfactoria que por ejemplo, la que se siente haciendo la compra los viernes. 

Quién sabe, es posible que los jóvenes que se enfrentan a la policía experimentan alguna forma perversa de felicidad porque en lo más íntimo de su ser saben que no van a tener ninguna otra fuente de satisfacción. 

Tienen un futuro muy negro y se vengan de la única manera que se les ocurre. Quizá no sea la peor de todas.



Leoncio López Álvarez

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