jueves, 17 de mayo de 2018

De fábula









Todo el mundo sabe cómo se llaman los dos primeros hombres en pisar la Luna, pero nadie sabe que el tercero en hacerlo fue Charles Conrad, un astronauta con los mismos méritos que sus predecesores pero olvidado de forma injusta. Yo también me voy a olvidar de Conrad, con todos mis respetos, a pesar de que hace mes y medio dije que escribiría un artiblog sobre él. Está claro que el tiempo se encarga de dejar al descubierto a las personas que no saben mantener su palabra. Héteme aquí. Pero antes de olvidarme de Conrad definitivamente, debo contar una anécdota suya que por sí sola merece que todos hagamos un esfuerzo por retener a este astro de los astros en nuestras mentes. Por lo visto era un hombre bajito, y nada más descender del módulo lunar, según ponía su pie sobre la superficie de la Luna, dijo para que lo oyera todo el mundo que estaba siguiendo el acontecimiento a través de la radio y televisión:  “Aquí me tienen, éste pudo haber sido un pequeño paso para Neil Amstrong, ¡pero para mí ha sido uno muy grande!”

Charles Conrad, solo es un caso más entre otros tantos parecidos. Por ejemplo, si alguien nos pide que digamos novelistas o pintores que conocemos, podemos estar varios minutos recitando nombres y nombres hasta que quién nos ha formulado la pregunta se levante y se vaya a su casa aburrido de escuchar una lista interminable, pero qué pasa si nos pregunta por fabulistas. Todos vamos a recitar los cuatro más conocidos sin titubear: Esopo, La Fontaine, Iriarte y Samaniego. Así, de corrido. Luego nuestro ceño se fruncirá, inclinaremos la cabeza, miraremos hacia arriba y finalmente diremos que con esos cuatro  ya son suficientes. Una  enorme injusticia para otros escritores de fábula, y aprovecho el doble sentido de la frase para remarcar la dimensión de la injusticia. Probablemente el quinto gran fabulista fuera tan estupendo como los cuatro citados que todos conocemos. Además, ser fabulista no es una tarea que exija exclusividad, se pueden escribir estupendas fábulas y además novelas largas, relatos cortos, muy cortos y literatura de terror. Por ejemplo, Stevenson, Monterroso y Kafka, escribieron una cantidad de fábulas suficiente como para considerar que realmente les gustaba hacerlo. ¿Alguien recuerda alguna de cualquiera de ellos? Y también fabularon Pedro Calderón de la Barca y Francisco de Rojas Zorrilla. Y Lope de Vega incluía fábulas dentro de sus comedias.

Actualmente, y ya desde el siglo XX, la fábula ha perdido interés, bien es cierto. Hasta se la mira con cierto desdén. Se habla de la “moralina” despreciando la bonita palabra “moraleja” para dejar claro que se trata de un género menor, caduco y de abuelas. Más bien es de bibisabuelas, pues el apogeo de la fábula, al menos en España, se produce entre los siglos XVIII y parte del XIX; vale, pero tampoco es necesario hacer de este detalle un motivo de lisonja. Si fuera así, vamos a mearnos de risa cada vez que veamos un cuadro renacentista.
Las circunstancias socioculturales imponían este tipo de cuentos con una enseñanza final, pero ¿acaso ha mejorado nuestra sociedad moralmente hasta el punto de que ya nadie necesite una buena fábula? Yo diría que basta con abrir el periódico para darnos cuenta de que hoy más que nunca la fábula es casi imprescindible. Por este motivo, y porque nadie sabe decir el quinto fabulista más grande de la historia, reivindico la importancia de este género, breve, sencillo y quizá por eso, siempre complicado.

Y como moraleja final de este artiblog, incluyo un fragmento que todo el mundo conoce de sobra:


... mas la hormiga con gobierno
                                                 le respondió en canto llano:
-Pues cantaste en verano,
danza, hermana en el invierno.










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