lunes, 22 de mayo de 2017

Malditos cabroncetes







¡Todos los años!, ¡venían todos los malditos años y por culpa de unos cabroncetes dejaré de disfrutar de su compañía! Me siento fatal, me he llevado un disgusto enorme por algo que la mayoría de las personas, padres de niños incluidos y sobre todo esos, juzgarán una estupidez; pero yo soy así, no solo soy infeliz por asuntos de importancia, también puedo llegar a serlo por estupideces, aunque para mí no lo sean en absoluto.

En general me gustan todos los animales, y entre las aves, haciendo una hipócrita excepción con las que acaban en un plato con patatas, sin duda las golondrinas son las que ocupan el lugar de honor dentro de mi corazón. Las amo y las conozco desde que era niño. Mi infancia, juventud y gran parte de mi adultez, las he pasado con la periódica visita de las golondrinas pues he tenido el privilegio de vivir todos esos años en un ático con una terraza enorme. Cada primavera venía anunciada por esos fantásticos pajarracos que me dejaban fascinado con sus increíbles acrobacias que acompañaban, y esto es lo mejor, de un bullicio ensordecedor. El grito de la golondrina volando me ha hecho feliz desde que yo ni siquiera sabía qué clase de bicho era ese que no paraba de gritar, pero estaba claro que era un animal endiabladamente dichoso. Y lo era porque volvía su casa, a su nido que, vete a saber cómo, sabía año tras año donde encontrarlo. 

¡La cantidad de exámenes que no he preparado suficientemente bien por culpa de las golondrinas! Justo cuando los cursos del colegio y luego de la universidad llegaban a su fin, aparecían las golondrinas por mi casa. Está claro que yo era mejor observador de la vida animal que estudiante, pues  salía a la terraza a ver volar a las golondrinas en lugar de aprenderme  las capitales de África o la resolución de las ecuaciones diferenciales por el método de Riccati (Jacopo Francesco). Estoy convencido de que ha sido más provechoso para mí, a la larga, mirar durante horas a las golondrinas que ocupar ese tiempo en cualquier otra cosa, incluyendo el estudio. 

Ahora ya no vivo en esa casa pero lo hago en otra donde… tachán, las golondrinas habían anidado justo debajo de mi ventana. MI ventana. Eran MIS golondrinas. Juro por dios (los ateos sí podemos jurar sin que sea pecado) que todos los años esperaba su visita y todos los años volvían con puntualidad, como sabe cualquiera que haya leído a Bécquer. Todos los años, antes de primavera, yo vigilaba su nido, lo miraba supervisando que todo estuviera en orden como quien contempla el cuarto de los invitados, con ganas de que vuelva a ser ocupado. El nido está oculto en un pasaje extraño que no voy a describir pero que acaba donde guardo mi vino, y cada vez que iba a coger una botella, es decir con exagerada regularidad, lo hacía con cuidado para no perturbar a los polluelos.  Pero esa precaución a partir de esta tarde ya es completamente innecesaria. ¿Por qué? Porque unos niños, los hijos de mis vecinos, han destrozado el nido con la mortífera ayuda de un palo. Los he descubierto cuando ya era irremediable el destrozo, el nido por el suelo rodeado de plumas… no he querido mirar (por cierto, no consigo entender cómo los chinos hacen una sopa carísima con "eso"). 

Lo han hecho unos niños que tienen diez años, hablan tres idiomas y en su colegio ya reciben clases de finanzas. En algún momento de su vida adulta dirigirán importantes empresas, pero… nadie les ha enseñado que no hay que destrozar los nidos de ningún pájaro en general, menos de las golondrinas, y en ningún caso de las golondrinas que están debajo de MI ventana.  A ver cómo me quito este cabreo.

Lo veo difícil, muy difícil.





4 comentarios:

  1. Coño, que son niños... Les puedes dar de hostias sin temor a que te las devuelvan.

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    1. pues tienes toda la razón César, qué caramba, así de paso demuestro lo cobarde que soy, que uno no siempre encuentra oportunidades tan propicias. No obstante andaré con ojo pues me consta que uno de ello va a Judo.

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  2. Qué triste. Si es que parece que estemos genéticamente preparados para amargarle la existencia al resto de animales.

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    1. sí, de pequeñitos nos sale nuestra naturaleza depredadora...

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