lunes, 5 de septiembre de 2016

La verbosa

Antes de hablar de la verbosa, una planta singular como se verá, tengo que confesar que si va a aparecer en La tertulia perezosa, es debido al Museo Smithsonian. Exactamente por el museo Smithsonian dedicado a la aeronáutica (el Instituto Smithsoniano cuenta con 19 museos). Se trata del museo más importante del mundo en asuntos aeronáuticos y yo tuve conocimiento de su existencia a raíz de leer un artículo sobre él escrito por Isaac Assimov hace mucho, mucho tiempo. Mañana voy a visitarlo, está en Whashington y estaré un tiempo desconectado de mi blog, por eso, y por fin llego al fondo de esta fatigosa presentación, voy a publicar una historia sobre esta peculiar planta tan real como la propia verbosa. ¿Por qué?, porque es una historia bastante más larga de lo habitual en este espacio. Para que cunda.


la verbosa









Hacía poco que había llegado a la ciudad, y como principal atractivo, el gran bazar chino ofrecía a todos los visitantes la oportunidad de contemplar objetos jamás vistos en ninguna otra parte del mundo. Algunos, los que estaban vivos, resultaban realmente inquietantes y aún más los que se sospechaba que lo estaban, como un enorme barril de madera lleno de agua negra, que repentinamente se sacudía escupiendo parte del agua hacia fuera como si dentro se agitara alguna bestia temible. Un cartel carcomido anunciaba que se trataba solo de carpas gigantes, claro, que era necesario saber leer chino para enterarse. Más allá, un mono enano con cara de diablo aullaba de forma dolorosa, quizá porque su larguísima cola salía de la pequeña jaula en la que se encontraba y entraba en otra jaula que estaba a su lado donde una lechuza del tamaño de un san bernardo la tenía atenazada en su pico.
Trajes de mandarín antiguos, buitres disecados, sables con sospechosas manchas negras en el filo, amuletos, pieles de serpiente, cajas oscuras de contenido inimaginable, espejos, cepos para cazar osos…, todo tipo de terribles objetos se exhibían sin ningún orden ni concierto. También había una colección de gorras militares antiguas en la que un ejemplar mantenía un cráneo en su interior. Seguro que aquí puedo encontrar un gremlin, pensó Damian mientras recorría fascinado cada rincón del bazar. Su pensamiento lo leyó un chino que se movió entre las sombras y que fácilmente podía pasar de los doscientos años.
    -Gremlins no tengo –dijo con una sonrisa desdentada-, pero te puedo enseñar una planta muy especial, mucho más interesante que cualquier otra cosa que te haya sorprendido en tu vida.
Damián, una vez superado el sobresalto por la aparición, fue presa de la curiosidad. Así es como empiezan las historias más terribles. El chino inmediatamente se dio cuenta de que había conseguido despertar el interés del visitante, se acarició su alargada barba que le llegaba más abajo del esternón y con un gesto hizo que lo acompañara. Se movía con sorprendente agilidad a pesar de su aspecto momificado, cruzaron el bazar pasando por debajo de incontables objetos de pesadilla y llegaron al final donde unas espesas cortinas rojas marcaban el límite. El chino viejo la sacudió y al momento miles de polillas emprendieron el vuelo para regocijo de un enorme lagarto que cazó algunas con una lengua pringosa y pesada. Detrás de las cortinas solo había un muro de ladrillo. El viejo lo golpeó con una cadencia que parecía un código, y al momento una parte enladrillada se abrió sin que fuera necesario empujarla. Detrás solo había un reducido cubículo que extrañamente se encontraba perfectamente iluminado a pesar de que no había ninguna lámpara por ninguna parte. Damián se encontraba cada vez más intrigado y fue a preguntar algo pero una mano huesuda le tapó la boca con firmeza. El chino le indicó con el inconfundible gesto de llevarse el dedo índice extendido hacia los labios fruncidos, que no debía pronunciar ni una sola palabra. Damián obedeció y centró toda su atención en una planta que se encontraba en una maceta en el centro del reducido espacio. El chino la tomó con suavidad y de nuevo se hizo seguir por el mismo camino hasta llegar de nuevo a la entrada del bazar. Allí tapó la planta con un paño negro y empezó a hablar con un tono de voz casi inaudible.
    -Verbosa, esto es una verbosa –dijo susurrando-. Es una planta muy inteligente y por supuesto extremadamente extraña.
    -Ah, ya, la verbena –dijo Damián con seguridad-. Esa es una planta medicinal, mi abuela la usaba en tisanas para  la tensión nerviosa.
El chino movió la cabeza de un lado a otro como si acabara de escuchar una terrible estupidez.
    -No, yo no he dicho verbena –dijo con paciencia-, ¿qué tiene de inteligente la verbena? Y que tu abuela me perdone pero no es para la tensión nerviosa sino para hacer mejor la digestión.
Damián iba a decir algo pero la mirada del chino lo frenó.
    -Esto es una verbosa, ver-bo-sa. ¿y sabes por qué se llama así?
Como respuesta Damián elevó los hombros.
     -Porque hay que regarla con palabras, no con agua; también valen las canciones y las melodías –el chino seguía hablando con voz queda-. Verás, este ejemplar tiene cerca de doscientos años y ha escuchado de todo. A sus hojas han llegado frases de amor, hermosas poesías, el sonido envolvente de la flauta, las matinales antífonas de mil especies de pájaros, gemidos de placer de corazones satisfechos…, pero también ha sido testigo de peleas, ha escuchado llantos por rupturas, el desconsuelo de pérdidas irreparables, gritos clamando justicia y el doloroso silencio del arrepentimiento.
Damián no sabía que decir, de modo que permaneció callado.
    -La verbosa es una planta muy especial –continuó el viejo en voz baja-. Hay que tener mucho cuidado porque es muy sensible.
    -¿En qué consisten esos cuidados? –preguntó Damian sin apenas voz imitando al viejo.
    -¿Qué? –dijo el chino colocándose una mano detrás de la oreja para escuchar mejor.
    -¿Qué por qué hay que tener tanto cuidado con la verbosa?
   -Como ya te he dicho hay que regarla con sonidos, mucho mejor con palabras. Pero han de ser palabras bonitas y sonidos melodiosos, sino la planta cambia de forma.
    -¿Por eso estamos hablando tan bajo? ¿Para que no absorba lo que estamos diciendo?
    -Claro, eres muy listo. Por eso la he tapado con este paño, ya te digo que todo le afecta mucho.
Damián se quedó pensando sin apartar la mirada del paño negro que ocultaba a la verbosa. El chino una vez más leyó sus pensamientos.
    -Si solo escucha frases hermosas y música que no sean rumbas, rap, merengue o salsa, la planta crecerá verde y sana. Puede llegar a dar las flores más bonitas que te puedas imaginar si le recitas poesías de Shelley, Yeats, y por supuesto Whitman.
    -¿En inglés o puede ser una traducción?
El viejo se mesó la barba puntiaguda reflexionando.
    -También pueden valer Neruda, Vicente Alexandre o Machado –dijo tajante.
    -¿Y qué pasa si lo que escucha no le gusta?
    -Se transforma, se convierte en un cactus, un cardo borriquero o en una temible planta carnívora, según le desagrade lo que oiga. Y por favor mucho cuidado con las tonadilleras, sencillamente no las soporta. Se pone hecha una hidra. Literalmente.
Damián se quedó pensativo durante unos segundos. Finalmente reaccionó de la manera que esperaba el chino que hiciera.
    -Está bien, me la voy a llevar. Es el cumpleaños de mi novia y supongo que le gustará. Los gatos le encantan, ¿por qué no una planta que escucha?.
El chino se frotó las manos dejando que su sonrisa asomara sobre su ridícula barba.
    -¿Cuánto es? –preguntó Damián dispuesto a pagar cualquier cantidad que no fuera exorbitante.
    -Bueno, en realidad no tiene precio, una planta así no tiene precio… de modo que te la regalo.
Según dijo la última frase, el chino cogió la planta oculta por el paño negro y se la ofreció a Damián con sus huesudos brazos extendidos que ahora parecían mucho más largos que cuando estaban ocultos en el kimono.
    -Aquí tienes. Espero que le guste a tu novia y esto… mañana me voy de vacaciones, de modo que, en fin, cualquier cosa que necesites solo tienes que esperar a que vuelva de China.
Así, de esta manera tan extraña se quedó Damián con su verbosa en las manos, listo para ir a casa de su novia y darle la sorpresa. Giró sobre sus talones y se encaminó hacia su coche con cuidado de no tropezar con el barril de las carpas gigantes.
    -Quítale el paño cuando vaya a escuchar la voz de tu novia –gritó el viejo a sus espaldas-. Solo reconoce a un amo y la primera frase que oiga es vital.

* * *

La verbosa enseguida se hizo un hueco en el corazón de Marta, la novia de Damián, y cada día estaba más verde. La planta. Se le había adjudicado un soleado rincón de la casa, sobre la mesa del salón, muy cerca de la ventana con el equipo de música colocado expresamente a su lado para que le llegara  sin molestar a los vecinos una música continua y deleitante. De vez en cuando, Marta se sentaba muy cerca de la planta con el libro de Las mejores 100 poesías en lengua castellana en la mano, y le recitaba algunos versos escogidos al azar. Unas flores pequeñas pero de un colorido increíblemente intenso brotaban entre las hojas cuando la poesía escogida era particularmente hermosa.
Cuando Damián iba a casa de Marta, hacían el amor sobre la mesa del comedor, muy cerca de la verbosa, y descubrieron que en esos momentos era cuando más brillante y variado era el colorido de las flores que inmediatamente aparecían en todos los tallos. Estaba claro que de todas las cosas hermosas que escuchaba su planta, lo que más le gustaba era lo que se decían al oído mientras se amaban. Frases de amor eterno entre jadeos, el suave roce de sus cuerpos, suspiros mantenidos, y caricias encendidas llenaban de gozo a la verbosa, igual que a los amantes.
Empujados por los deseos de ver hasta qué punto podían llegar a ser de maravillosas las flores, intensificaron la frecuencia de sus encuentros amorosos. Todas las tardes se amaban, se confesaban su amor y se arrullaban, y en consecuencia la planta cada vez estaba más hermosa, de feliz que era. También le gustaba mucho la música reggae, en particular una canción que le cantaba Marta cuando estaba sola en casa.
    -Wise men say only fools rush in, but I can’t help falling in love with youuuuuu.
Cantaba alegre Marta y la verbosa se ponía imponente, prácticamente se salía de la maceta, parecía que quería abrazar a Marta y bailar con ella.
Y llegó un día muy diferente a los demás.

* * *

Llegó un día diferente a los demás, y la diferencia fue solo… la ventana. La ventana que estaba al lado de la mesa del salón sobre la que se encontraba la verbosa, la misma ventana benefactora que tamizaba los rayos de sol para que llegaran como una fina lluvia de gotas de luz sobre las hojas de la verbosa, y que estaba permanentemente cerrada..., ah, ese día la asistenta se la dejó abierta.
Cuando llegaron Damián y Marta juntos a la casa, vieron la ventana  abierta y sin darle mayor importancia la cerraron. ¡Pero sí tenía importancia, claro que la tenía!
Se desnudaron lentamente diciéndose frases de amor, como siempre hacían, se subieron a la mesa y se amaron profundamente, con empeño. Se besaron con besos que sonaban a ventosas  sobre ensaladeras llenas de mayonesa, se abrazaron, se conmovieron con las cosas que se decían y finalmente suspiraron de satisfacción y cuando ya exhaustos miraron a la verbosa esperando que estuviera pletórica de flores de intensos colores, observaron con extrañeza que estaba indiferente, apagada, sin ninguna flor, ningún brillo, y con su color verde habitual virado al marrón. Y eso mismo volvió a pasar al día siguiente y al siguiente y la verbosa cada vez estaba más marrón, hasta que llegó un día que empezó a perder las hojas…
Marta y Damián estaban tristes porque veían que la verbosa no reaccionaba, no es que se hubiera convertido en cactus como dijo el chino que ocurriría en caso de que escuchara cosas que no eran de su agrado, sencillamente se estaba muriendo, sin reaccionar, como si le faltara el riego. Entonces a Marta se le ocurrió una cosa, quizá todo era debido a.. bueno por probar no tenía nada que perder. Fue hacia el equipo de música y puso a todo volumen la canción de UB40, I can’t help falling in love with you, que sabía que le gustaba muchísimo.
El efecto fue inmediato, de repente la verbosa recuperó su verde habitual y pequeños “plofs” anunciaron la aparición de diferentes flores diminutas y preciosas a lo largo de sus ramas.
    -¡HAS CONSEGUIDO CURARLA CARIÑO! –gritó Damián para hacerse oír por encima de la música que sonaba a todo volumen-¿¡ QUÉ LE PASABA!?
    -¡MUY FÁCIL! –gritó Marta- LO QUE LE PASABA ES QUE LE FALTABA RIEGO, NO LE LLEGABA NINGUNA PALABRA. CON LA VENTANA ABIERTA COGIÓ FRÍO EN LAS HOJAS Y SE QUEDÓ SORDA.
    -AH, NADA GRAVE. ESPERO QUE SEA TRANSITORIO Y RECUPERE PRONTO EL OÍDO.
    -YO TAMBIÉN MI AMOR.

Lo que ocurrió es que la planta tardó tres meses en curarse de la sordera transitoria y durante todo ese tiempo Marta y Damián en lugar de susurrarse frases de amor al oído, tenían que gritarlas para que le llegaran con claridad a su querida planta.
Los vecinos no pararon de llamar a la policía, por lo menos dos veces al día, pero cualquier sacrificio valía la pena con tal de que la frondosidad y lozanía llegaran a las flores de la verbosa y recuperaran su brillante colorido.








F I N





4 comentarios:

  1. Inquietante y hermoso relato, con final apacible.

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  2. Un cuento muy bonito y, al menos para mí, revelador. Tengo un vecino que cada vez que trae a casa a la novia se montan unas juergas impresionantes. Al principio, por cómo chillaba la mujer (y apostaría cualquier cosa a que, como mínimo, es soprano), pensaba que era un asesino dando muerte a su víctima. Luego, al oír que tardaba más de diez minutos en expirar, entendí que igual la estaba matando pero, en cualquier caso, de placer. Ahora, y gracias a este relato, por fin sé que su verdadera afición es la jardinería, y todos esos gritos desgarradores van dirigidos a su verbosa; que a estas alturas, y con la dedicación que ponen, debe de estar más grande que una secuoya californiana.

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  3. jajajajaja sabia yonque mi telato estaba basado en hechos reales

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