sábado, 16 de enero de 2016

La caza





La ilustración es de mi amigo Jaime Gamboa, y ha salido así de rara porque se trata de un cuadro que he fotografiado pues no me cabía en el escáner. Cosas que pasan.






He descubierto que mi gato cuando tiene hambre me acecha para cazarme con la evidente intención de alimentarse. Primero me mira fijamente, sin moverse, sentado en mi sillón, trazando su plan infalible. De momento, todo lo que hace es seguir mis movimientos solo con la mirada, ya habrá tiempo para la acción. Entonces yo me pongo en marcha y observo por el rabillo del ojo que él ha bajado sin hacer ningún ruido del sillón y que empieza a deslizarse sigilosamente, como una sombra, detrás de mí. Si entro en el dormitorio, él entra a continuación siguiéndome a cierta distancia tratando de no ser descubierto. Cuando salgo, a los pocos segundos sale él con la cabeza gacha, casi a ras del suelo, moviendo los omóplatos exageradamente, de forma acompasada, como dos metrónomos que fueran marcando el ritmo pausado del ataque inminente. Entro en el salón, y observo que él también lo hace andando muy pegado a la pared; sortea la mesita de ajedrez y la lámpara que me regaló mi madre, salta silenciosamente al aparador y se esconde detrás de la televisión a la espera de mi próximo movimiento.
Yo sé qué va a pasar, conozco perfectamente cómo va a acabar todo y desde que decidí tener un gato en casa, asumí que esto iba a suceder.
Con decisión entro en la cocina y mi gato sale en mi persecución saltando de su escondite con increíble rapidez. Entonces llega hasta donde estoy yo y se coloca detrás de mí, sentado sobre sus cuartos traseros, maullando como un descosido para reclamar su comida. No va a parar hasta que vea que cojo una lata de la nevera, y que con rapidez la vacío en su plato con forma de ratón.

Así es como se alimenta mi gato, el eterno juego de la vida y la muerte.




5 comentarios:

  1. Ja ja ja. Es verdad, si no te caza merodeando por la cocina no come.
    Mi gata no tiene ese instinto de supervivencia, probablemente porque siempre le aguarda comida en su bol. Pero no por ello deja de ser una cazadora nata. Utiliza su naturaleza acosadora para rascarse las orejas con una mano amiga. Y esa no es otra que la mía. Me acecha mientras duermo y, nada más abrir los ojos, salta sobre mí sin piedad y me obliga a frotarle los oídos. Y no sé si a ti te pasará lo mismo, pero creo que sufro Síndrome de Estocolmo, porque incluso me agrada ese trato.

    ResponderEliminar
  2. No cuento mi nivel de síndrome de Estocolmo por pudor. Mi gato me tiene perfectamente adiestrado a hacer todo tipo de cosas encaminadas a satisfacer sus deseos. Cuando observo su comportamiento y que consigue todo lo que quiere pienso lo bien que está inventada la palabra "engatusar".

    ResponderEliminar
  3. Yo no tengo gato, por esa parte poco puedo aportar
    Tengo un perro al que ya no quiero desde que me mordió y me hizo sangre y que me saca los dientes cuando intento meterle en el coche para llevarle a casa
    El halcón tampoco es que sea de muchos amigos pero me coge la carne de los dedos sin picarme
    Pero mi mono, Papu, me sujeta la mano con la comida y me pone unas caritas que me deshace mi natural animadversión hacia todo animal que no esté predestinado al horno o cazuela

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. jajaja, sí, un mono parece que da cosa meterlo en una cazuela. Lo del halcón mola, mola mucho.

      Eliminar
    2. ... ah, Félix, se me olvidaba mencionar al otro bichejo. Claro, supongo que los perros en África no están acostumbrados a los mismos cuidados que aquí, y la cosa de los cariñitos no la saben manejar. Digo yo, por quitar hierro al asunto del bocado.

      Eliminar