jueves, 15 de octubre de 2015

Un cuento sin gracia (divina)






Hace bastante tiempo escribí una serie de cuentos con la santa inocencia de pensar que podían ser interesantes para alguna editorial… digamos que de corte irreverente. La colección se llamaba Cuentos Ateos, y con el título queda explicado todo: el tema de los cuentos y su indiscutible éxito.

El otro día hablando con mi amigo y multilaureado escritor César Mallorquí, terminó de convencerme de que mejor podía haber empleado ese tiempo en tricotar bufandas para vender en las Bahamas. Por lo visto, allí tienen más salida que aquí los libros de relatos. Y  encima ateos...

He escogido uno de los más cortos para que antes de que se lo coman los gusanos, lo lean los cristianos.



LALIBELA, ETIOPIA  MAYO 2001

La lluvia tamborileaba el techo de la tienda de campaña desde hacía ya más de una hora y el doctor Cohen temía que acabara calando al interior. Instintivamente guardó el pergamino sobre el que estaba trabajando en el que aparecían unos textos en amárico que él suponía de procedencia muy antigua. Ya había conseguido traducir la mitad y lo que revelaban le había sumido en un estado de perplejidad infinita. Se sirvió otra taza de té y pensó en dios, no por espíritu piadoso, sino porque los textos no dejaban de referirse a él. También aparecía en el manuscrito un mapa toscamente dibujado donde se representaba con un trazo más grueso lo que podía ser la trayectoria seguida por alguien. El trazo salía de Egipto y se internaba en el Mar Rojo, justo hasta la mitad, sin llegar a cruzarlo totalmente, lo que indicaba que, o bien, quien lo había dibujado no terminó de hacerlo, o sencillamente ese era el final del trayecto que trataba de representar. En el texto aparecía la figura de un profeta que liberó a todo un pueblo de la esclavitud y que con la ayuda de su dios, trataba de conducirlo hacia la tierra de promisión, expresión que le hizo mucha gracia. Era evidente que se refería a Moisés y al pueblo judío. Según el libro bíblico, el Éxodo, Moisés condujo a su pueblo después de liberarlo de la esclavitud a la que estaba sometido por el faraón de Egipto, a la tierra de Canaán. El viaje duró cuarenta años  y estuvo plagado de terribles momentos, pasando por tortuosos caminos y cruzando desiertos, teniendo que luchar en ocasiones contra el hambre, la sed, la desesperanza y otras calamidades. También hablaba de que cruzaron el Mar Rojo gracias a los poderes taumatúrgicos que Yahvé había otorgado a su profeta. Era un suceso archiconocido que Moisés usó su vara para separar las aguas y permitir que todo su pueblo cruzara tranquilamente al otro lado, para luego, una vez que había pasado todo el mundo, volver a cerrarlas sepultando a todos los soldados egipcios que perseguían al pueblo elegido. Así es como estaba escrito, así es como aparecía el los libros sagrados y así es como debería ser aceptado por todo el mundo.
El doctor Cohen cogió de nuevo el pergamino lo volvió a extender sobre la mesa plegable a pesar de que seguía lloviendo y ya estaba empezando a gotear en algunos sitios, para seguir en su labor de traducción. En menos de una hora ya había terminado de desentrañar el texto completo. La lluvia arreciaba. Estaba desconcertado. El texto revelaba que el pueblo judío pereció en su intento de cruzar el mar rojo y que sólo unos pocos consiguieron salvarse, entre ellos el propio Moisés. Claro, no en vano, su nombre significa salvado de las aguas, pensó. Pero ¿de dónde había salido esa versión de los hechos? El manuscrito no ofrecía ninguna duda en cuanto a su autenticidad, sin embargo era el único que contradecía la versión bíblica. El doctor Cohen volvió a leer el texto de corrido. Estaba claro lo que decía:

… y entonces, Yahvé mandó a las aguas que volvieran a su sitio y éstas obedecieron y al hacerlo, sumergieron en su fondo a la totalidad de los israelitas que murieron ahogados junto a las bestias que empujaban de los carros y el resto de los animales que llevaban para su sustento. Sólo siete de ellos consiguieron alcanzar la orilla....

El techo de la tienda estaba ya tan empapado que un chorro de agua se precipitó a escasos centímetros del pergamino. El doctor Cohen lo cogió inmediatamente y lo desplazó unos centímetros, de modo que el agua pudiera caer de lleno de forma implacable sobre el texto. En pocos minutos no quedó ni rastro de los símbolos amáricos que encerraban aquel secreto, tan solo la vitela sobre la que habían sido escritos completamente emborronada y sucia. Para mayor seguridad quemó los restos del legajo en un fuego que surgió de la nada. Luego salió al exterior de la tienda y con su gesto habitual extendió los brazos hacia el cielo y mandó parar la lluvia que cesó de inmediato.
“Juraría –pensó- que acabé con todos los descontentos, pero está claro que se me escapó uno”.






La ilustración es de mi amigo y socio (siempre será mi socio, aunque no exista empresa), Jaime Gamboa.






4 comentarios:

  1. Me parece una actitud sensata, ¿te imaginas tener que cambiar todas las ediciones publicadas de la Biblia o otros textos sagrados?
    Aunque no me importaría ser el editor de la nueva versión actualizada..., nos forraríamos o nos inmolarían. En todo caso habríamos ganado nuestro minuto de gloria (in excelsis deo)

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    1. No sé si viene muy a cuento decirlo, pero sic transit gloria mundi

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  2. Pero, hombre, ¿a quién se le ocurre escribir cuentos ateos? ¿No sabes que eso no tiene perdón de Dios?
    Chistes malos a parte, no entiendo que unos temas tengan más salida que otros. Los escritos deberían estar valorados por su ingenio y su estilo literario, no por su ideología.
    El cuento me ha gustado, pero no tengo muy claro quien representa ser el Dr. Cohen. ¿Es Dios diciendo que el autor del pergamino era un egipcio? ¿Es Dios diciendo que se cargó a los israelitas pero se salvó uno? Entre que soy un ignorante empedernido, y que posiblemente hoy ande algo obtuso, no me entero del final.

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    1. En realidad cualquiera de esos finales puede valer, pues el verdadero final está en que la versión oficial de los hechos es una, pero la real fue otra, en la que palmaron casi todos los israelitas. Al menos esa era la idea. Tambien puede suceder que el que estaba obtuso era yo. Lo más probable.

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